“No te
preocupes hijo que eso es normal”
Es difícil olvidar
aquella época de la juventud cuando por instinto comenzamos a
enterarnos de las una y mil manifestaciones con que poco a poco el
ser humano se va relacionando con los deleites de la carne. Yo era un
mozalbete tímido y con una simpatía natural de la región, sin
experiencia para sopesar de manera responsable la diferencia entre
una relación a la que se le pudiera involucrar sexo y una verdadera
amistad. Por aquella temporada conocí a una muchacha de tez morena
estatura promedio y un poco abultadita de carnes cuya mirada era
cálida y expresiva, su cabellera corta, ensortijada y frondosa y sus
labios gruesos, carnosos y sensuales.
Posiblemente había
transcurrido un mes desde que la viera por primera vez parada en la
entrada a su casa en actitud distraída y un día entradas las horas
de la noche al pasar frente a ella y tratar de abordarla sonrió
tímidamente lo cual me dio valor para acercarme y saludarla cosa que
aceptó, iniciándose así mi primera amistad. Poco a poco fui
ganando su confianza y la de la dueña de casa quien me autorizó a
platicar con ella en el mirador del segundo piso desde donde se
divisaban el patio, un pequeño cafetal y más al fondo una cañada
que separaba con el municipio donde ambos residíamos. Desde el
mirador se podía divisar la inmensa bóveda celeste en oportunidades
despejada y en otras oscura por las nubes que flotaban especialmente
en épocas de lluvia, atrás de nosotros habían varias piezas donde
descansaban algunos trabajadores en épocas de cosecha y al final del
mirador hacia el lado izquierdo estaba la cocina desde donde la dueña
de casa nos vigilaba o se sentaba a tejer bajo la tenue luz de una
lámpara de querosene.
Los acontecimientos
comenzaron a sucederse en orden cronológico. Primero un beso y luego
otro, a lo cual siguieron abrazos y posteriormente caricias inocentes
las cuales poco a poco se fueron haciendo más sensuales
aprovechándonos de la oscuridad del entorno y de, que quien nos
custodiaba en oportunidades se quedaba dormida. En uno de estos
abrazos instintivamente acaricié sus nalgas y al no encontrar
resistencia deslicé mis manos por entre su sayo, y al contacto con
sus calzones poco ceñidos y unidos a sus caderas con resorte, en
medio del nerviosismo traté de bajárselos pero estos cayeron y se
explayaron sobre el piso cual mantarraya en la profundidad del
océano.
Dos cosas sucedieron
en el acto que me atemorizaron pese a estar en medio de la penumbra:
Primero la vos de la dueña de casa quien de manera amigable se
acercó a ofrecernos un tinto mientras yo trataba de cubrir con los
pies los delicados calzones que yacían en el piso ocultos por la
oscuridad de la noche, ante lo cual contesté afirmativamente, por lo
que la señora se dirigió a la cocina, acto que aproveché para
ayudarle a mi compañera a colocar presurosamente los pantalones en
su lugar; luego, del nerviosismo pasé a una mezcla de temor, puesto
que mi órgano viril se había puesto erecto, debido a lo cual, salí
despavorido sin esperar el tinto y sin despedirme. Al llegar a mi
hogar expliqué a mi madre la experiencia, creyendo que me había
enfermado de un momento para otro y temeroso que la mencionada
rigidez se extendiese por todo mi cuerpo.
Mi progenitora,
después de yo comentarle lo que me había sucedido procedió a
decirme de una manera calmada y risueña. “No te preocupes hijo que
eso es normal”, cuando un hombre tiene contacto con una mujer en la
situación que me explicas, hay una respuesta natural del cuerpo que
lleva a una erección y esto no es ninguna enfermedad”, esto indica
que ya te estás convirtiendo en un adulto y debes tener mucho
cuidado porque puedes embarazar a una niña y volverte padre de
familia desde muy joven”. Ante esta explicación, un poco calmado
pero temeroso, opté por no volver a acercarme a una chica en esas
circunstancias hasta que mis padres no me explicaran el momento
propicio para hacerlo.
Havo
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