Tercer Concurso de Cuento Corto: Epígrafe helado





Epígrafe helado


Continúo oliendo la ropa

de mamá;
el amor frío aumenta
mi sed.

Me quedo unos instantes apoyada contra la puerta, apretando los dientes, hasta que escucho el sonido que desactiva la alarma. Arrastro el maletín de camino a la cocina. Ahí está la nota, pegada con un imán: Hola, hija. Un beso. El almuerzo está en la nevera. Te quiero. ¿Habrá helado?

No hay helado. Saco el almuerzo y una bebida de mi mamá, la de su dieta. Siento frío y me la tomo en un solo aliento. Escucho el ruido de la cortadora de césped: ahoga cualquier silencio de la casa.

Subo las escaleras y también arrastro el maletín grada por grada, como siempre. Antes de ir a mi cuarto, entro al suyo y voy al armario; otra costumbre. Paso la mano sobre las prendas para sentir la caricia de las telas en mis dedos. Ella cuelga la ropa usada en las perchas del lado derecho. Tomo la chaqueta marrón y busco ese olor que me intriga, ese aroma a loción que no es de papá. Lo huelo desde muy cerca hasta que parece acabarse. No pienso nada en especial; tan solo quiero retenerlo.
¡Llegamos, Margarita!
Ya bajo.
Su rutina es servirse un coñac, mientras descongelan la comida y hablan de su día. —¡Margarita, baja!
Hola, mamá. Hola, papá.
¿Cómo te fue hoy, mi palomita?
Bien, papá.
Nena, ¿almorzaste?
Sí, mamá.
Ella se ha quitado los zapatos. Corta unos tomates. Él lleva la camisa remangada.
Casi siempre es él quién pone la mesa: tres cubiertos, tres servilletas, tres platos, tres vasos.
Cuéntanos de tu fiesta de graduación: ¿es en el Club de Tenis?
Sí, la fiesta sí, pero la ceremonia es en el colegio. A las seis de la tarde.
Lo había olvidado. Tengo una cita a esa hora con un cliente, pero te prometo que llegaré a tiempo. Santi: tú sí estarás, ¿verdad? Y el vestido, ¿al fin te quedó bien, nena?
Sí, perfecto.
¿Y los zapatos?
Los compré rojos.
¿Rojos? ¿Para la graduación? ¿Cómo se te ocurrió?
Es lo único que nos dejaron elegir. Me encantan. Los compré iguales a los tuyos.
Rojos. Qué absurdo.
Sebastián y Ricardo habían insistido todo el tiempo para que fuera con ellos a la fiesta. Son los dos chicos más populares de la clase. Al final decido ir con Alfredito: no tiene pareja; es un nerdo y ninguna quiere salir con él.

La fiesta de graduación es todo un éxito. Mamá no llega. Yo termino en el auto de Ricardo tirando como una bestia. Con los zapatos rojos en la mano, vuelvo a casa. En la nevera, la nota: Descansa, nenita, y felicidades por tu graduación. Papá me dijo que estabas linda; me envió fotos. Te quiero mucho.

En la universidad me va muy bien. Érica, mi compañera, es formidable. Me ha contado sobre una aplicación para ofrecer servicios. Conoce a varias chicas que lo hacen y consiguen un buen dinero para sus gastos.

Me registro al llegar a casa y en seguida tengo tres solicitudes. Escojo la de las seis y treinta de la tarde. Tomo una blusa camisera de seda de mamá y la meto en el bolso, bien doblada.
Estoy en el hotel antes de la hora convenida. Entro al baño y me cambio de blusa; tiene ese olor seco inolvidable. Pido un coñac mientras espero en el bar.
Él se acerca. Caminamos hacia el ascensor; incapaz de mirarlo, me suelto el pelo acariciando la seda de mamá. Llegamos al ático y abre con la tarjeta. Dejo mi bolso a la entrada. Se quita la chaqueta, prende un cigarrillo.

¿Eres mayor de edad?
Sí. Cumplí años en enero.
Pareces menor.
Busca en la cartera. Despacio, uno a uno, saca cinco billetes de cien.
Al llegar a casa, corro al segundo piso; cuelgo la blusa en el lado derecho del perchero.
¡Llegamos, Margarita!
Ya bajo.
Se han servido un coñac mientras descongelan la comida. Descalza, mamá corta unos tomates. En mangas de camisa, papá pone la mesa.

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