Fundirse
Solía salir de
viaje cada fin de semana.
Grandes y oscuras
ojeras pintaban su rostro acompañándola sin excepción los viernes.
Su cabello bailaba al son del viento, sentirse despeinada no era un
problema, en comparación con la alta ansiedad que constantemente
sentía. A menudo las melodías la tranquilizaban cuando caminaba sin
cesar de aquí para allá y de allá para acá.
Los vientos de
agosto agitaban los arboles florecidos dejando a su paso hermosos
tapetes de flores rosas, blancas, moradas y amarillas. Su mirada era
atraída por ese espectáculo de colores dado solo en pequeños
espacios verdes, resplandecientes, en medio de las edificaciones que
cada vez dejaban menos lugar a la naturaleza.
Luna se embelesaba y
podía llegar a girar su cabeza velozmente con tal de ver esos
espacios naturales a través de la ventana, aunque fuera por un
instante. Cada uno era una sorpresa, creía descubrir por un momento
mundos mágicos en los cuales desearía descansar, tirarse sin más,
respirar el aroma de las flores, sentir la tierra, la vegetación y
los insectos revolotear sobre ella.
En una ocasión,
escuchó aun desde la lejanía voces que pronunciaban «¿Qué sería
de nosotros si no recibiéramos todo lo que nos brinda la Madre
Tierra?». De repente, un silencio invadió todo el lugar hasta que
volvió a oír «Nuestra finitud se haría presente instantáneamente.
Dejaríamos de existir». Cada parte de su cuerpo se quedó sin
movimiento
Después de esto,
ella deseo fundirse de nuevo con la Madre Tierra, dejando atrás esa
lejanía que el ser humano había construido irracionalmente con
esta, para vivir en armonía, recordando que todo está íntimamente
relacionado y que no existe algo completamente aislado.
O. WEN
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