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Al entrar toda
posible luz fue obstruida por una inmensa oscuridad. No obstante, se
alcanzaba a divisar unas sombras más profundas que la oscuridad
misma. ¿Son las mismas sombras que vio desde la lejanía?, ¿eran
dos?, ¿tres?, o a lo mejor una inmensa sombra que acechaba toda la
habitación. Sintió un inmenso terror, intentó encender la luz,
pero fue imposible. Estupefacto miraba detenido la imagen que tenía
enfrente, notó movimiento, un movimiento sutil que sin embargo lo
hizo estremecer, ¿cuándo sería el momento en que aquella figura
alcanzara el lugar donde se encontraba él?, ¿le haría daño?, ¿qué
era? Se divisaba y se sentía como el mismísimo demonio.
En medio de sus
pensamientos escuchó pasos, se sobresaltó y unos segundos más
tarde escuchó la voz de su ex novia, quien minutos antes, dormía:
“¿quién anda ahí?” —dijo con
voz somnolienta pero alterada—. Ella
encendió en el camino la luz de la cocina y llegó a la sala de
estar, encontrando a Christopher con la cara pálida y el bombillo
que debería estar iluminando, totalmente quemado. Él, con la
iluminación que alcanzaba a llegar desde la cocina, se percató de
la montaña de cajas y bolsas que estaban al lado de la ventana, por
la cual, entraba un poco de aire. Ahora las figuras que eran unas
aterradoras sombras, se mostraban ya tan definidas y claras ante sus
ojos.
— Te
dije que botaras las copias de las llaves.
—Le decía Martina mientras se
encontraban tranquilamente sentados en
el comedor.
— No
quiero hacerlo Mar, es lo último que me queda de ti, ¿qué nos
pasó?
Ella no respondió,
se dedicó a llevarlo a la habitación. —Descansa
aquí esta noche, no puedes volver a salir en este estado.
Al cerrar la puerta,
Martina se dirigió al balcón, se sentó en la única silla que
había y apreció la oscuridad que la comenzaba a acechar. Con sus
dedos largos y raquíticos alcanzó la
cajetilla y encendió un cigarro: "¿qué nos pasó?".
—Pensaba en las palabras de
Christopher—. Aún lo quería, hizo
todo lo que tenía en sus manos para apoyarlo y acompañarlo pero no
pudo más.
Mar, vestida con un
largo vestido, fresco, suelto y que ocultaba su esbelta figura,
recordó aquellos días en lo que hubo de sentirse desdichada,
triste, sola. Sabía que él no era un salvaje, que su alma solo
dictaba buenas intenciones pero su condición... su condición la
quebrantaba.
Se remontó a las
noches de insomnio ¿o de miedo? Nunca sabía cómo él reaccionaría.
Le temía tanto del mismo modo como lo quería. La última vez su
puño golpeó su propio rostro, con las pocas uñas que le quedaban
aruñaba la piel de sus brazos, mordía sus labios, golpeaba su
cabeza una y otra vez. Él no podía recordar, lucidamente se
sorprendía al ver sus heridas ocasionadas por sí mismo. En algunos
episodios, caía exhausto durante horas, y otras veces decía: "Mar,
Mar, Mar, no me dejan en paz, me persiguen".
- Ateiluna
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