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Tercer Concurso de Cuento Corto: Visitas




Visitas


Al entrar toda posible luz fue obstruida por una inmensa oscuridad. No obstante, se alcanzaba a divisar unas sombras más profundas que la oscuridad misma. ¿Son las mismas sombras que vio desde la lejanía?, ¿eran dos?, ¿tres?, o a lo mejor una inmensa sombra que acechaba toda la habitación. Sintió un inmenso terror, intentó encender la luz, pero fue imposible. Estupefacto miraba detenido la imagen que tenía enfrente, notó movimiento, un movimiento sutil que sin embargo lo hizo estremecer, ¿cuándo sería el momento en que aquella figura alcanzara el lugar donde se encontraba él?, ¿le haría daño?, ¿qué era? Se divisaba y se sentía como el mismísimo demonio.

En medio de sus pensamientos escuchó pasos, se sobresaltó y unos segundos más tarde escuchó la voz de su ex novia, quien minutos antes, dormía: “¿quién anda ahí?” dijo con voz somnolienta pero alterada—. Ella encendió en el camino la luz de la cocina y llegó a la sala de estar, encontrando a Christopher con la cara pálida y el bombillo que debería estar iluminando, totalmente quemado. Él, con la iluminación que alcanzaba a llegar desde la cocina, se percató de la montaña de cajas y bolsas que estaban al lado de la ventana, por la cual, entraba un poco de aire. Ahora las figuras que eran unas aterradoras sombras, se mostraban ya tan definidas y claras ante sus ojos.

Te dije que botaras las copias de las llaves. —Le decía Martina mientras se encontraban tranquilamente sentados en el comedor.

No quiero hacerlo Mar, es lo último que me queda de ti, ¿qué nos pasó?

Ella no respondió, se dedicó a llevarlo a la habitación. Descansa aquí esta noche, no puedes volver a salir en este estado.

Al cerrar la puerta, Martina se dirigió al balcón, se sentó en la única silla que había y apreció la oscuridad que la comenzaba a acechar. Con sus dedos largos y raquíticos alcanzó la cajetilla y encendió un cigarro: "¿qué nos pasó?". —Pensaba en las palabras de Christopher. Aún lo quería, hizo todo lo que tenía en sus manos para apoyarlo y acompañarlo pero no pudo más.

Mar, vestida con un largo vestido, fresco, suelto y que ocultaba su esbelta figura, recordó aquellos días en lo que hubo de sentirse desdichada, triste, sola. Sabía que él no era un salvaje, que su alma solo dictaba buenas intenciones pero su condición... su condición la quebrantaba.

Se remontó a las noches de insomnio ¿o de miedo? Nunca sabía cómo él reaccionaría. Le temía tanto del mismo modo como lo quería. La última vez su puño golpeó su propio rostro, con las pocas uñas que le quedaban aruñaba la piel de sus brazos, mordía sus labios, golpeaba su cabeza una y otra vez. Él no podía recordar, lucidamente se sorprendía al ver sus heridas ocasionadas por sí mismo. En algunos episodios, caía exhausto durante horas, y otras veces decía: "Mar, Mar, Mar, no me dejan en paz, me persiguen".

- Ateiluna


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