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Tercer Concurso de Cuento Corto: Qué bello amanecer



Qué bello amanecer

¡Qué bello Amanecer! ¡El sol brilla como nunca y el viento mueve sutilmente las hojas de los árboles! ¡Qué maravillosos son los girasoles en su mayor resplandecer! ¡Qué lindos colores da la naturaleza! ¡Qué bello se ve!”

Todas estas frases las suelo escuchar a diario, pero tristemente son solo eso, simples sonidos de aquellos que lo han visto todo, ¡Qué bien por ellos! Pues yo no puedo hacerlo.

Quizá te preguntes ¿Por qué no puedo hacerlo? Pero como sé que ya lo estas suponiendo te lo voy a confirmar, ¡efectivamente! Soy ciega...

Nací así, en la oscuridad, pero no te estoy hablando solo de la oscuridad visual, sino también de aquella del alma, esa oscuridad espesa y cortante que al mismo tiempo te quita la respiración, esa oscuridad llamada vacío.

¿Vacío de qué? Preguntarás, y yo te responderé, vacío de todo, y la falta de visión es solo una gota de agua en este inmenso mar de tristezas que me inundan a diario.

Mi madre durante su embarazo bebía alcohol y esto causó una malformación visual en mí, además, para colmo de ello, mi padre la maltrataba verbalmente. Ya te podrás imaginar cómo fue mi infancia.

Hoy aquí en esta habitación de hospital me encuentro, ciega, depresiva, sin padres y con la más grande soledad, mi vida no tiene sentido en absoluto, por tal razón, hoy decido hacer lo que he querido hacer hace mucho tiempo, tengo todo planeado.

Saco el frasco de antidepresivos que encontré, lo abro con efusividad pero al mismo tiempo con cierto miedo, extraigo todas las pastillas y luego de tenerlas sobre mi mano respiro profundo, En este instante, empiezan a llegar a mí todos esos recuerdos de mi vida y a la vez empiezan a caer lágrimas de mis ojos, cada memoria de mi mente es un motivo para hacerlo, pero cuando empiezo a acercar las pastillas hacia mi boca, alguien toca la puerta.

No sé qué hacer en ese momento, lo único que hago es empuñar mi mano con las pastillas y quedarme muda, vuelve a tocar y dice:

-Alejandra, ¿Estás bien?

Es la enfermera.

Mientras, sigo muda sin saber qué hacer; por lo que mi silencio la preocupa y escucho la puerta abrirse.

Enseguida siento que toma asiento en mi cama, yo respiro profundo y rápidamente seco mis lágrimas, luego, ella dice:

-Alejandra, ¿recuerdas que te dije un día que te ayudaría a ser feliz?

-Si- Respondo dudosa ante esa extraña pregunta. -Pues bien, hoy te traigo la luz.

En ese instante quedo abrumada y le digo:

-¿Qué? ¿No ves que estoy ciega?

-Créeme, Aleja, esta luz no necesita ojos para apreciarse. Toma, te traje esto –enseguida pone sobre mis piernas un gran libro y concluye diciendo- Tranquila, está escrito en braille.

Luego se marcha.

Quedo allí con ese gran libro y con un puñado de pastillas en mis manos.

Pienso un instante y me decido por abrir aquel libro, lo hago al azar, en la página que caiga, paso la mano que tengo libre sobre la hoja y leo lo siguiente:

Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo, tu vara y tu bastón me inspiran confianza” (Salmo23:4)

Al leer eso, quedo en shock, y siento en mí una gran fuerza.

Rompo en llanto y suelto de un tirón todas las pastillas de mi mano, no sé qué me pasa, continúo leyendo sin parar, poco a poco voy encontrando palabras que van reconfortando mi ser como nunca antes imaginé que pasaría.

En ese momento recuerdo que nunca pensé en Dios, sin saber que era él lo único que necesitaba.

Inmediatamente, en la biblia, logro encontrar una luz que enciende en mí las ganas de volver a vivir, porque por primera vez me doy cuenta que sí existe alguien que puede llenar el vacío y la oscuridad en la que había vivido toda mi vida.

Desde ese día empiezo un nuevo camino y a pesar de mis limitaciones retomo mi vida con un rumbo distinto.

Ahora me despierto feliz, y aunque sigo siendo ciega, siento su luz en mí.

Aun sin poder ver, hoy al fin puedo decir, ¡Qué bello amanecer!


KMI333

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