Qué bello
amanecer
“¡Qué bello
Amanecer! ¡El sol brilla como nunca y el viento mueve sutilmente las
hojas de los árboles! ¡Qué maravillosos son los girasoles en su
mayor resplandecer! ¡Qué lindos colores da la naturaleza! ¡Qué
bello se ve!”
Todas
estas frases las suelo escuchar a diario, pero tristemente son solo
eso, simples sonidos de aquellos que lo han visto todo, ¡Qué bien
por ellos! Pues yo no puedo hacerlo.
Quizá te preguntes
¿Por qué no puedo hacerlo? Pero como sé que ya lo estas suponiendo
te lo voy a confirmar, ¡efectivamente! Soy ciega...
Nací así, en la
oscuridad, pero no te estoy hablando solo de la oscuridad visual,
sino también de aquella del alma, esa oscuridad espesa y cortante
que al mismo tiempo te quita la respiración, esa oscuridad llamada
vacío.
¿Vacío de qué?
Preguntarás, y yo te responderé, vacío de todo, y la falta de
visión es solo una gota de agua en este inmenso mar de tristezas que
me inundan a diario.
Mi madre durante su
embarazo bebía alcohol y esto causó una malformación visual en mí,
además, para colmo de ello, mi padre la maltrataba verbalmente. Ya
te podrás imaginar cómo fue mi infancia.
Hoy aquí en esta
habitación de hospital me encuentro, ciega, depresiva, sin padres y
con la más grande soledad, mi vida no tiene sentido en absoluto, por
tal razón, hoy decido hacer lo que he querido hacer hace mucho
tiempo, tengo todo planeado.
Saco el frasco de
antidepresivos que encontré, lo abro con efusividad pero al mismo
tiempo con cierto miedo, extraigo todas las pastillas y luego de
tenerlas sobre mi mano respiro profundo, En este instante, empiezan a
llegar a mí todos esos recuerdos de mi vida y a la vez empiezan a
caer lágrimas de mis ojos, cada memoria de mi mente es un motivo
para hacerlo, pero cuando empiezo a acercar las pastillas hacia mi
boca, alguien toca la puerta.
No sé qué hacer en
ese momento, lo único que hago es empuñar mi mano con las pastillas
y quedarme muda, vuelve a tocar y dice:
-Alejandra, ¿Estás
bien?
Es la enfermera.
Mientras, sigo muda
sin saber qué hacer; por lo que mi silencio la preocupa y escucho la
puerta abrirse.
Enseguida siento que
toma asiento en mi cama, yo respiro profundo y rápidamente seco mis
lágrimas, luego, ella dice:
-Alejandra,
¿recuerdas que te dije un día que te ayudaría a ser feliz?
En ese instante
quedo abrumada y le digo:
-¿Qué? ¿No ves
que estoy ciega?
-Créeme,
Aleja, esta luz no necesita ojos para apreciarse. Toma, te traje esto
–enseguida pone sobre mis piernas un gran libro y concluye
diciendo- Tranquila, está escrito en braille.
Luego se marcha.
Quedo allí con ese
gran libro y con un puñado de pastillas en mis manos.
Pienso un instante y
me decido por abrir aquel libro, lo hago al azar, en la página que
caiga, paso la mano que tengo libre sobre la hoja y leo lo siguiente:
“Aunque pase por
el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú,
Señor, estás conmigo, tu vara y tu bastón me inspiran confianza”
(Salmo23:4)
Al leer eso, quedo
en shock, y siento en mí una gran fuerza.
Rompo en llanto y
suelto de un tirón todas las pastillas de mi mano, no sé qué me
pasa, continúo leyendo sin parar, poco a poco voy encontrando
palabras que van reconfortando mi ser como nunca antes imaginé que
pasaría.
En ese momento
recuerdo que nunca pensé en Dios, sin saber que era él lo único
que necesitaba.
Inmediatamente, en
la biblia, logro encontrar una luz que enciende en mí las ganas de
volver a vivir, porque por primera vez me doy cuenta que sí existe
alguien que puede llenar el vacío y la oscuridad en la que había
vivido toda mi vida.
Desde ese día
empiezo un nuevo camino y a pesar de mis limitaciones retomo mi vida
con un rumbo distinto.
Ahora me despierto
feliz, y aunque sigo siendo ciega, siento su luz en mí.
Aun sin poder ver,
hoy al fin puedo decir, ¡Qué bello amanecer!
KMI333
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