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Tercer Concurso de Cuento Corto: DAREU.



DAREU.

Dareu había nacido con una malformación. Tenía dos cabezas. Ambas tenían personalidad y conciencia.

Su era pescador en el día. Alcohólico, violento, con aires de grandeza y deseos de saciar su lujuria en adolescentes. Ese era en la noche.

La madre tenía la vista perdida. Siempre parecía seguir un punto invisible. Una línea recta le dividía la cabeza por la mitad. El cabello se transformaba en una maraña de algas sobre los hombros. Barría el suelo de tierra una y otra vez hasta formar obstáculos para el ebrio marido. Limpiaba las paredes de madera varias veces al día, aunque realmente nunca podía quitar el polvo.

El hambre de años daba al hombre un aspecto de niño. No tenía ninguna habilidad especial. No había conocido a ninguna mujer. Solo se acercaban a él, adolecentes ingenuas que conocía por su padre. Ese parecía su destino. El de su padre. Como si la pobreza, la perdición y el olvido fueran de carácter genético.

La cabeza sobrante gran parte del tiempo permanecía quieta, sin la mayor expresión, pasando desapercibida. Sin embargo, el aire a su alrededor era diabólico. En sus ojos se advertía una maldad latente y sus dientes amarillos y torcidos le daban un aspecto de psicópata.

Dareu después del trabajo se sentaba en la colina cerca del pueblo. Pensaba en cómo salir adelante. Soñaba con una vida lejos. Una casa de ladrillo. Una familia. Vivía en la desesperación. Rodeado de ruinas y desesperanza. Por ello tenía una férrea fe en el amor. Porque los desventurados tendrían una vida mejor aquí mismo. No en el paraíso. Los habitantes del pueblo habían dejado de creer en Dios hacía mucho tiempo. Las ocasiones para misas y cultos se empleaban para trabajar. Sabían que no existía Dios y si lo había, ellos no le importaban en lo más mínimo.

Entonces empezaba a escuchar esta voz pausada, apagada, haciéndole ver la verdad. Su padre era un bastardo que se aprovechaba de los más débiles que él. Su madre, embarazada muy joven, había dejado de ser humana. Era una maquina automática en todo. El aseo, las conversaciones, el sexo. Era una loca.

Y él. Él era un nadie. Perdido entre la pobreza y la selva. Había nacido ahí, ese se convertiría en su hogar y ahí moriría. Acabando su cuerpo con el agua salada y el sol. Con las costillas brotando sobre la piel. Teniendo como mujer a quien habría abusado en la juventud. Ese sería él. Esos serían sus hijos. La fortuna era para personas que él nunca conocería. Esas que salen en televisión. A su oído llegan susurros ordenándole que mire a su alrededor. El pueblo, sus personajes, su hábitat, su realidad.¿Por qué no acabar con todo? ¿Por qué no destruir la aldea? ¿Por qué no quemar ese virus antes que se expanda y devore al mundo? Esa gente poco a poco se hundirá en el caos hasta terminar en el canibalismo. Matar a todos. Para su otro yo, esa era la solución, aunque significara su propia aniquilación.

En ocasiones casi se convencía. Pero encontraba cierta ternura en la expresión de su loca madre y desistía.


La voz desaparecía algún tiempo. Esperando que su atroces pensamientos. Entonces caía como una únicamente ira y tristeza.


Cada día había más sol, más hambre, miseria, más dolor. Aquella voz se hacía la razón de su existir. Su destino desde que nació, era acabar con todos. Ahora lo sabía. Ahora sabía que siempre había tratado de negarlo.

Dareu consiguió un arma. Se paró en la colina y observó a los hombres en la playa. Delgados, negros, sucios, con ropas maltratadas. Con la barba descuidada y algunos dientes aún colgando de sus bocas. Puso el arma en su cabeza. Luego, disparó.

Dejó una larga nota de suicidio que termino en manos de los vecinos. Su muerte se volvió tema. Excusa para encontrarse en la calle. Ninguna persona entendió el texto. Se lo atribuían a un loco. Y su locura lo había llevado al suicidio. Nadie nunca le vio dos cabezas. Lo recordaban como un holgazán, aprovechado y abusador, igual que su padre.

Fitzka.

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