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Tercer Concurso de Cuento Corto: “Cómo olvidar a mi padre”





Cómo olvidar a mi padre”

Añoro mi juventud y es difícil para mí olvidar algunas de las frases típicas de mi padre cuando de corregir mi comportamiento se trataba.

Dime con quién andas y te diré quién eres”

Con la misma vara que mides, serás medido”

Haz bien y no mires a quién”

A todas estas frases algunas de ellas típicas de mi región de origen allá en el Viejo Caldas, hay una que nunca se me olvida la cual explicaré a continuación y, ¿el por qué?

Cursaba yo el tercer año de primaria cuando mi acudiente ayudado con una pequeña tienda aspiraba a mejorar las condiciones para sobrevivir, en vista de, que el poco dinero que ganaba al jornal no era suficiente para suplir las necesidades familiares.

El local era pequeño y un día al ver el cajón abierto, “dicen que la ocasión hace al ladrón”, tomé diez centavos para gastar durante el recreo, empero, como “vaca ladrona no olvida el portillo”, después de dos o tres veces de cometer el mencionado ilícito, lo que inició para mí como una pequeña pilatuna, poco a poco se convirtió en algo común y cotidiano, a tal extremo que ya se me hacía normal el extraer dinero en forma soterrada.

En una reunión de padres de familia el director de la escuela preguntó a mi padre, que ¿Cuánto dinero me daba para el recreo? Y su asombro fue grande cuando mi benefactor le contestó, “que para eso llenaba mi estómago al salir de la casa y que nunca me daba un centavo”. Ante esto, el educador le comentó que todos los días yo compraba una gaseosa y un pan y, que en oportunidades invitaba a alguno de mis compañeros. Posteriormente fue imposible imaginarme un seguimiento ingenioso por parte de mi acudiente similar al efectuado por un predador sobre su presa para caer sobre mí y darme el castigo correspondiente.

Varios días después, me alisté para ir a estudiar sin que me pasase por la mente que mi progenitor ya había contado las monedas que tenía en el cajón producto de las ventas anteriores. Viendo favorable la ocasión, al momento de salir rápidamente abrí la gaveta donde se guardaba el dinero de lo recolectado y saqué dos monedas, las que servirían sin saberlo para marcar con señales indelebles mi concepto de honradez a lo largo de mi vida posterior.

No había recorrido treinta metros cuando sentí los pasos de mi padre y por su actitud presentí que las cosas no estaban bien y que algo grave iba a suceder, por lo que intenté deshacerme de las monedas en mitad de la calle, pero no encontré cómo, porque su vista no se apartaba de mí. Posteriormente sin ninguna conmiseración me obligó a ir tras él.

De nuevo en la tienda, al comprobar que le había hurtado dinero sentí la mayor paliza que haya recibido en mi vida por parte de mi acudiente.

En un descuido logré sacudirme y salir a la calle con intención de huir, pero, de repente su infaltable zurriago se enredó en mis pies haciéndome trastabillar y caer. Como efecto del golpe algo tibio y viscoso cubrió mi cabeza y mi rostro. Una sensación de descanso llegó a mi mente, pues, creí que no me golpearía más al verme ensangrentado, empero, mi frustración fue mayor, puesto que continué sintiendo el zurriago que seguía lacerando mis carnes. En medio de afugias y sometido a la vergüenza en la calle, escuché una vos de mujer que gritó: “Deje al niño, no le pegue más; ¿no ve, que va a matar al muchacho?”. Ante esto mi padre con voz sonora como la de un trueno le contestó; “prefiero tener un hijo muerto y no tener un hijo ladrón”.

Hoy, muchos años después, sin pecar de masoquista, cuando me miro al espejo y observo aquella pequeña marca en mi cabeza que me recuerda el valor de la honradez que cada vez se ve menos, envío a mi acudiente quien ya se encuentra en el cielo mis mensajes de agradecimiento: “gracias viejo”, porque de no ser por ti, “pude haber sido arrastrado por los vicios, la codicia, o la mala vida”.

Havo

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