Un
relato posmoderno
El viejo reloj de
madera incrustado en la sucia pared de la pequeña sala del
apartamento 404 marcaba las siete, el séptimo campanazo era la señal
que le indicaba a Lord Henry que su larga siesta había terminado,
abrió sus enormes ojos amarillos con la parsimonia que caracteriza a
quien no quiere levantarse de unas suaves telas de seda, dio un gran
bostezo, lamió lentamente ambas patas delanteras, estiró su
delicado y peludo cuerpo formando un arco con toca su columna, dio un
par de pasos con las piernas traseras estiradas y se dispuso a salir
por la ventana que daba al balcón que compartía con el apartamento
vecino.
Echó un vistazo a
los transeúntes y coches que pasaban debajo de sus bigotes, se le
hacía bastante entretenido observar el comportamiento de los humanos
al caminar, sus ademanes, posturas, gestos, vestuario, creía que
todo eso decía más de lo que normalmente ellos suelen creer; dio
una mirada a su costado derecho y dio un pequeño salto a la mesa de
madera ubicada en el costado del balcón; –Bowie se estaba tardando
considerablemente -pensó-; era el gato del apartamento de al lado,
blanco como la cocaína, poseía una marca en forma de rayo color
rojo, con un pequeño contorno azul, atravesaba la mitad de su frente
y todo su ojo derecho, lo que justificaba muy bien su nombre. Lord
Henry no sabía el motivo verdadero de su nombre, era un gato mestizo
color pardo, bastante corriente y sin gracia, al menos eso creía,
supuso que al ser su dueña una dramaturga obsesionada con Oscar
Wilde le dada la justificación suficiente.
–Que vaina tan
jodida, -pensó-.
Después de que ese
banal pensamiento atravesará su inexistente mente, escuchó como la
puerta corrediza que estaba a su espalda se deslizó y al instante,
Ziggy Stardust hizo su aparición:
–Lamento la
tardanza Lord Henry -se excusaba Bowie que con un pequeño salto se
colocaba a la derecha de su amigo-, pero ya sabes cómo es ella,
siempre me toma para sus estúpidas historias de Instagram, es
bastante desagradable ¿sabes? Ver a tu compañera actuar de una
manera tan decadente y humillante, sólo para encontrar algo de
atención de un centenar de bastardos que sólo buscan entretenerse
con un par de tetas, o con un buen culo, lástima que hoy se
encontrarán con un estúpido gato… Ja ja ja, imaginar sus rostros
de decepción me resulta tan divertido.
–Te entiendo,
-exclamó su interlocutor- ¿sabes lo sucio que me siento posando
como un imbécil interesado en los aburridos y mediocres poemas que
declama mi compañera? Lo peor es verla emocionarse por la cantidad
de babosos que la llenan de elogios vacíos con la intención de
follársela si les da la chance, es tan patético.
–Que superficiales
son los humanos, no entiendo como pueden perder tanto tiempo buscando
la aprobación de otros, es tan necio y aburrido, si vivieran en
promedio 10 años como nosotros no se la pasarían en esas tonterías,
-respondió el felino blanco-.
– ¿Lo crees? Yo
creo que lo perderían igual, están tan inmiscuidos en su propio
narcicismo que no se enteran de lo que pasa a su alrededor.
–Probablemente, es
una pena que tengamos que padecer su vulgaridad. Pero desconozco que
otro intermediario podría ofrecernos esos deliciosos Whiskas.
–Estoy
completamente de acuerdo contigo, ser parte de toda esta puerilidad
es repugnante, pero es el precio a pagar por una vida llena de mimos
y confort.
Ambos felinos
callaron por un par de minutos; Lord Henry lo aprovecho para lamer el
pelaje de sus ya inservibles testículos, mientras Bowie se distraía
con el volar de los pájaros.
Inmerso en una
reflexión, Bowie preguntó: -Si los azares de la selección natural
nos hubieran puesto en la misma línea evolutiva de los humanos
¿seríamos igual de decadentes?
–De ninguna forma,
-contestó quien había finalizado sus labores higiénicas- nuestra
libido no se dispara con una muestra de piel o una voluptuosa curva.
–Tal vez sea por
la castración, ¿no lo crees?
–Si fuéramos como
los humanos no estaríamos castrados mi amigo, y aun así no seríamos
tan necios.
–Entonces… ¿qué
te hace pensar que seríamos diferentes, Lord Henry?
–Porque somos
gatos mi buen duque blanco, no podemos ser adoctrinados.
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