Tercer Concurso de Cuento Corto: ANTES DE MORIR.




ANTES DE MORIR.

No soñé, fue una pesadilla. Recuerdo que estaba recostado sobre la cama, pero estaba en coma. Mi cuerpo se movía de manera brusca. Podía sentirlo, aunque sabía que aún dormía. Por algunos instantes quedaba inconsciente.

No podía despertar. Recuerdo que estaba junto a mi familia. Estaba sentado en el fondo, en la oscuridad, en silencio. Veía cómo las siluetas aparecían y desaparecían con la luz del televisor.

Un miedo punzante me atormentaba. Por más que me encogía no podía huir de él. No sabía por qué, sin embargo, entendía que era culpable. Recordé a mi hermano. Había sido condenado por homicidio. Injustamente, decía. Para mí, trágicamente, porque desde ese día morí, desde ese día murió mi madre, desde ese día murió mi hermano.

Sentí un vacío extendiéndose dentro de mi pecho. Casi podía verlo. Una fuerza me halaba al abismo y sus manos querían arrastrarme al infierno. El luchaba por su libertad, sin embargo, yo no podría sobrevivir en el infierno. No quería ir, pero era mi deber.

De repente desperté en el desierto. Parecía de noche, pero no hacia frio. Estaba desnudo. Me recordé en la cama. Creí que aún estaba dormido. El lugar era opaco. Todo era de color purpura y las mesetas a lo lejos parecían de color naranja. No había brisa, ni cielo. Solo el suelo árido, decorado por algunas mesetas. Vi un hombre recostado sobre una meseta cercana. Parecía estar herido. Extendía una mano al cielo. Con la otra, oprimía su estómago para evitar morir. Sentí un dolor profundo en mi interior. Mis entrañas se retorcían. Las sombras hambrientas empezaron a seguirme. Trataban de robar mi alma.

Desesperado corrí. Me escondí tras una meseta. El cabello se me empezó a caer. Sentí una masa de alfileres en el estómago. Tuve hambre. Con mi mano derecha oprimí fuertemente mi estómago. Con la izquierda, traté de alcanzar la cama. La sombra de mi hermano me alcanzó. Él fue libre.

El ruido me despertó. Mi cuerpo era pesado. Estaba consciente pero no podía moverme. Apoyé los brazos sobre la cama y estiré el cuello. Por encima de la orilla del camarote pude verme viendo televisión.

Era tarde. Estaba sentado en la silla blanca rimax de mi tía. Era completamente calvo. La luz verdosa del televisor iluminaba la sala. Dibujaba mi forma. La luz daba a la casa un aspecto sombrío y putrefacto.

Tocaron la puerta. Me asusté. No tenía permitido ver televisión a altas horas de la noche. Quedé mirando la inmensa puerta de metal pintada de color café. Creí que la habían quitado hace poco.

Era yoto. Estaba borracho y quería hablar. –Fumémonos un bareto - susurró. No dije nada y Salí. Nos sentamos en el muro de enfrente. Esos que nunca terminan de construir y sirven de asiento a los vagos. Yoto encendió el cigarrillo.

Empezó a hablar de la vida, de la gente, del barrio, la revolución, la justicia, del caos y de la miseria. Nunca habló de la muerte. Se quejó de su vida, de vivir como un esclavo sin poder hacer nada. Luego, me paso el cigarrillo.

Hubo unos minutos de silencio. Yoto parecía haberse cansado de la rumba pero seguir en ella. Yo mientras tanto pensaba en la luz del televisor. Sustenté sus quejas. Hablé del caos, de la miseria, la desesperación y la vida de esclavo.

Caminamos un poco. El barrio no había cambiado en nada desde que era niño. Lo cruzaba una gran autopista. A un lado el polvo y la miseria. Del otro, la llanura.

Avanzamos despacio. Todo era azul opaco. Ni frio, ni caliente, solo limpio. Todo era tan plano que no parecía tener fin. Me detuve en medio de la autopista. Yoto corrió hacia la esquina. Se escondió detrás de un muro. Pude ver el terror en su rostro.

Estoy parado, descalzo, sin miedo, sin afán, esperando que algo pase. El tiempo es inútil.

Giro la cabeza a la izquierda. Mi mirada se pierde en un círculo infinito formado por los árboles. Luego miro a yoto. Le digo: - Se viene una avalancha de plomo o una avalancha de agua.

                                                                                                  Fitzka.

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