ANTES DE MORIR.
No soñé, fue una
pesadilla. Recuerdo que estaba recostado sobre la cama, pero estaba
en coma. Mi cuerpo se movía de manera brusca. Podía sentirlo,
aunque sabía que aún dormía. Por algunos instantes quedaba
inconsciente.
No podía despertar.
Recuerdo que estaba junto a mi familia. Estaba sentado en el fondo,
en la oscuridad, en silencio. Veía cómo las siluetas aparecían y
desaparecían con la luz del televisor.
Un miedo punzante me
atormentaba. Por más que me encogía no podía huir de él. No sabía
por qué, sin embargo, entendía que era culpable. Recordé a mi
hermano. Había sido condenado por homicidio. Injustamente, decía.
Para mí, trágicamente, porque desde ese día morí, desde ese día
murió mi madre, desde ese día murió mi hermano.
Sentí un vacío
extendiéndose dentro de mi pecho. Casi podía verlo. Una fuerza me
halaba al abismo y sus manos querían arrastrarme al infierno. El
luchaba por su libertad, sin embargo, yo no podría sobrevivir en el
infierno. No quería ir, pero era mi deber.
De repente desperté
en el desierto. Parecía de noche, pero no hacia frio. Estaba
desnudo. Me recordé en la cama. Creí que aún estaba dormido. El
lugar era opaco. Todo era de color purpura y las mesetas a lo lejos
parecían de color naranja. No había brisa, ni cielo. Solo el suelo
árido, decorado por algunas mesetas. Vi un hombre recostado sobre
una meseta cercana. Parecía estar herido. Extendía una mano al
cielo. Con la otra, oprimía su estómago para evitar morir. Sentí
un dolor profundo en mi interior. Mis entrañas se retorcían. Las
sombras hambrientas empezaron a seguirme. Trataban de robar mi alma.
Desesperado corrí.
Me escondí tras una meseta. El cabello se me empezó a caer. Sentí
una masa de alfileres en el estómago. Tuve hambre. Con mi mano
derecha oprimí fuertemente mi estómago. Con la izquierda, traté de
alcanzar la cama. La sombra de mi hermano me alcanzó. Él fue libre.
El ruido me
despertó. Mi cuerpo era pesado. Estaba consciente pero no podía
moverme. Apoyé los brazos sobre la cama y estiré el cuello. Por
encima de la orilla del camarote pude verme viendo televisión.
Era tarde. Estaba
sentado en la silla blanca rimax de mi tía. Era completamente calvo.
La luz verdosa del televisor iluminaba la sala. Dibujaba mi forma. La
luz daba a la casa un aspecto sombrío y putrefacto.
Tocaron la puerta.
Me asusté. No tenía permitido ver televisión a altas horas de la
noche. Quedé mirando la inmensa puerta de metal pintada de color
café. Creí que la habían quitado hace poco.
Era yoto. Estaba
borracho y quería hablar. –Fumémonos un bareto - susurró. No
dije nada y Salí. Nos sentamos en el muro de enfrente. Esos que
nunca terminan de construir y sirven de asiento a los vagos. Yoto
encendió el cigarrillo.
Empezó a hablar de
la vida, de la gente, del barrio, la revolución, la justicia, del
caos y de la miseria. Nunca habló de la muerte. Se quejó de su
vida, de vivir como un esclavo sin poder hacer nada. Luego, me paso
el cigarrillo.
Hubo unos minutos de
silencio. Yoto parecía haberse cansado de la rumba pero seguir en
ella. Yo mientras tanto pensaba en la luz del televisor. Sustenté
sus quejas. Hablé del caos, de la miseria, la desesperación y la
vida de esclavo.
Caminamos un poco.
El barrio no había cambiado en nada desde que era niño. Lo cruzaba
una gran autopista. A un lado el polvo y la miseria. Del otro, la
llanura.
Avanzamos despacio.
Todo era azul opaco. Ni frio, ni caliente, solo limpio. Todo era tan
plano que no parecía tener fin. Me detuve en medio de la autopista.
Yoto corrió hacia la esquina. Se escondió detrás de un muro. Pude
ver el terror en su rostro.
Estoy parado,
descalzo, sin miedo, sin afán, esperando que algo pase. El tiempo es
inútil.
Giro la cabeza a la
izquierda. Mi mirada se pierde en un círculo infinito formado por
los árboles. Luego miro a yoto. Le digo: - Se viene una avalancha de
plomo o una avalancha de agua.
Fitzka.
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