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Tercer Concurso de Cuento Corto: No mires



No mires


Mira con cuidado y dime qué hace el hombre que acaba de llegar. Pero disimula, por favor. El de barba, el alto de pantalón caqui.

Si, ve. Ahí, con la camarera. ¿Quién es?

Es el marido de Katty, la que era mi vecina. No mires con tanto descaro.

Oiga, ¿ese no estaba en la fiesta de cumpleaños?

Si, sí, él. ¿Qué hace ahora? Mírame, habla conmigo; no quiero que note que lo he visto. ¿Te parece guapo?

Está bueno el tipo. Un poco calvo, pero está bueno.

Tiene unos ojos muy bonitos.

¿Por qué no querés saludarlo?

Es una historia larga. Pidamos de postre una torta de chocolate y la compartimos.

Bueno, bueno. Pero me contás lo del tipo.

¿Hay tiempo? ¿Qué horas son?

La una y media.

¿Qué hace?

Salió.

¿Hacia dónde?

Ahí salió, con el teléfono en la mano.

Espera, tengo un mensaje.

Estás preciosa. ¿Cuándo salimos?

¿Hoy?

Sí, a las seis. En el mismo sitio, bella.

Ya, perdón. Era Ana: quería saber dónde estábamos.

Bueno, contame. Sabés que de mi boca no sale nada; la tengo cocida, como diría mi mamá. ¿Por qué me mirás así?
Me imagino el cuento que se arma si se sabe toda la historia. Bueno, qué más da; pasó hace tiempo.

Si no querés, fresca y dejá así.

Mira: fuimos amantes después de que me separé de Alberto. Solo nos veíamos para tener sexo.

¡No friegues! ¿Y Katty no lo supo?

No. Nuestra fiesta era discreta. Me recogía en su carro y nos mirábamos sin hablar siquiera. Lo primero que hacía al sentarme era elevar el volumen de la música.

¿Y al bajar del carro? ¡Contame!

Te cuento que nos amamos. Sin felicidad, sin idilio, sin caminar tomados de la mano, pero nos amamos. No nos decíamos mentiras, casi ni nos hablábamos. Solo nos devorábamos.

¡Por Dios! Tú siempre con cuentos salvajes. ¿Por eso te separaste de tu marido? Ya que andás de confidencias, decime la verdad. Nunca lo entendí, porque ustedes se querían mucho.

Si, es imposible no quererlo. Sé que él también me amaba, pero el amor tiene sus propios sinsentidos. Lo que paso fue que él se enamoró de otro hombre.

¡No me digás! ¿Y por eso se fue a New York?

Sí, era difícil quedarse aquí y más si andaba con alguien tan conocido como su

jefe.

¿Su jefe?

Sí.

Mierda.

Hay cosas que no quiero recordar. Ahora estoy sola, pero sin espantos. Durante todos esos años pendiente de complacerlo, viviendo solo para tenerlo, siempre presentí en él un secreto; o tal vez deseaba que algo ocurriera. No sé por qué diablos esperé tanto.

¡Parece un cuento!

Sigue cerca de mí, escribiéndome; y amándome, según él. Ahora tiene su intimidad y yo la mía. Al menos, supongo yo, a él no le lleva flores.

No me hagás reír. Sos única: yo, a ese, aún lo estaría matando.
¿Qué horas son?

Van a ser las dos.

Vámonos, que hay trabajo pendiente y a las seis tengo una cita.

Sí, vamos. ¿Cuál cita?

Odontología. Detesto ir y siempre lo aplazo.

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