Déjà vu
Dios no sabía cómo
todo había llegado a terminar tan extremadamente mal. Aquellos seres
que él creó fueron en principio hermosos, pero terminaron
convirtiéndose en la más grande pesadilla de cualquier entidad
celestial. Empezaron a enloquecer, se hacían daño y se mataban
entre ellos. Habían comenzado grandes y estruendosas batallas que se
convirtieron en infernales guerras que se desataban una detrás de la
otra. Las cosas bellas que Dios había diseñado tan perfectamente
para ellos fueron olvidadas, degradadas y destruidas. Hermosos
paisajes hechos a pulso terminaron siendo destruidos con el fin de
satisfacer necesidades que se encargarían de llevar a los seres a su
propia destrucción. Era como un karma. Estos seres se habían
enfermado mental y emocionalmente. Sus corazones se llenaron de odio,
avaricia y miedo. Habían perdido la confianza, el amor y la fe. Las
cosas no tenían por qué seguir así. Dios no podía permitir que
las cosas siguieran así. Pero no podía hacer nada, no quería
hacer nada. Aún sentía demasiado amor por su horrible creación y
no podía simplemente acabarlos con algunas palabras mágicas. Lo
mejor era mirar hacia un lado. Era hora de que aquellos seres
quedaran en el olvido, dejando que poco a poco se fueran reduciendo
físicamente hasta que sólo quedaran las cenizas del barro que
alguna vez fueron. Era hora de iniciar un nuevo proyecto. Uno
diferente a los miles de millones que habían fracasado
anteriormente. Dios era un ser persistente, demasiado
persistente; aunque no lo suficiente para tratar de arreglar las
fallas en su plan, fuera cual fuera este. Así que Dios, gritando al
enorme vacío de la eternidad que esta vez no fallaría, creó al
hombre, esperando poder triunfar en el universo de sus propias
decepciones.
Dave Mont
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