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Tercer Concurso de Cuento Corto: Visión




Visión 

A las siete y cuarenta, un hombre abrió la puerta invitándolos a pasar. Antonio eligió un puesto en la última fila. El monitor dio instrucciones generales mientras entregaba el conjunto de hojas a cada uno de los presentes. Antonio abrió el cierre de su maleta mientras miraba la primera página del examen. Escarbó en el bolso; apartó dos libros, su móvil y su agenda, pero no encontró sus gafas. Un grave escalofrío se posó en su piel. Serían tres horas de prueba sin su herramienta elemental. En el fondo de su maleta, una caja negra adornada con un pentagrama plateado que siempre cargaba consigo empezó a vibrar. ‘Silencio, por favor’ dijo entre dientes y con los ojos cerrados.

Hurgó de nuevo en su maleta para buscar un lapicero. La caja negra vibraba como un canario entre las manos. ‘Silencio’ reclamó de nuevo en voz baja. Oprimió el botón del bolígrafo retráctil y escribió con cuidado sus apellidos seguidos de su nombre de pila. Tragó saliva, se pasó la mano temblorosa por la frente y la limpió en su pantalón. Admitió para sí que podía leer con claridad. Tal vez podría lograrlo.

Después de un rato, una especie de tela empezó a cegar su visión periférica, como si estuviera mirando a través de una cortina de baño traslúcida y opaca. En quince minutos, la cortina invadió su ojo izquierdo y su cabeza era una bomba que incrementaba su potencia de a poco. Al principio, una ligera punzada en la sien; luego, en ambas, en la parte trasera de sus ojos y en eso que él imaginaba como sus senos paranasales. En medio de la vibración, la caja negra empezó a latir: cada segundo, golpes rítmicos interrumpían la agitación inicial del artículo para dejarlo continuar con sus oscilaciones por un segundo más.

Los párpados de Antonio empezaron a bajar y al abrirlos, la molestia le obligaba a cerrarlos de nuevo. Unos minutos después, la náusea; primero como un calambre abdominal y luego, como una invasión total. No completaba la mitad de la prueba y ya se mordía los labios intentando controlar la tragedia. Miró el punto más lejano del salón. Vio al instructor observándolo, pero éste miró a sus papeles de nuevo cuando las miradas se cruzaron. Intentó disimular el movimiento de la caja con su rodilla. Volvió su vista a la prueba. La tinta parecía degradarse cuando la abordaba. Pudo terminar de leer las preguntas de la página pero no podía pensar con claridad. Siguió en esa posición y logró avanzar un punto. Levantó la cabeza. Vio al instructor mirándole extrañado nuevamente. Sintió ardor en el esófago. Sabía que tenía que hacer algo pronto.

Se inclinó sobre el pupitre. Disimuló. Miró al frente. Tomó aire antes de meter ambas manos en su bolso. Agarró la caja negra y la puso sobre las hojas. Nunca la había visto tan agitada. La observó largo rato y, cuando el instructor parecía más absorto en su lectura, la abrió. Adentro, latían dos cuerpos almendrados cubiertos por redes de vasos sanguíneos que imitaban una telaraña. Antonio introdujo su dedo meñique en su cuenca ocular derecha. Su ojo saltó sobre sus rodillas, luego introdujo dos dedos formando una pinza en la cuenca izquierda haciendo salir despedido un objeto igual. En medio de la ceguera, tanteó la superficie de madera que tenía en frente suyo hasta dar con la caja. Tomó los repuestos entre sus manos y dejó que los latidos de su corazón se acoplaran a la vibración de los delicados globos. Cuando sintió que por fin hacían parte de él, los introdujo en los espacios vacíos, cuidando de no aplastarlos. Parpadeó varias veces. Miró sus manos. La náusea desapareció junto con el dolor de cabeza.

(Seudónimo: ComoPz)

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