Once pasos
-Entonces
qué, Carlos. ¿Cómo vamos?
-Ahí.
Digamos que bien, como para no preocuparlo.
-Ya
veo… -comentó Julián- Contame, ¿qué te trae por acá?
-Pues, doc… He
tratado de seguir lo que me indicó en la cita pasada, pero no logro
superar este… ¿cómo decirlo? Sentimiento de tristeza -respondió
Carlos, mientras miraba hacia el techo acostado en el mullido sofá
azul.
-Te entiendo,
hombre. Pero tenés que tener en cuenta que todos cometemos errores
en la vida. No vas a ser ni el primero ni el último; no te dés tan
duro -repuso Julián, psicólogo de 34 años, de origen caleño. Este
sujeto acostumbraba a conversar con sus pacientes de una manera
informal, sin chicanear que había realizado sus estudios de
psicología en universidades reconocidas del país, ni utilizando
términos que fueran difíciles de comprender para quienes le
visitaban. -¿Vos seguiste al pie de la letra lo que te mandé a
hacer?
-Pues sí, doc.
Mire, usted me dijo que escribiera en un papel todo lo que sentía o
me viniera a la cabeza. Y eso hice. Hasta me compré una libretica de
esas de bloc amarillo para apuntar y toda la cosa, pero no me
funciona. Mi esposa dice que ando achicopalado. Otros familiares ya
se dan cuenta que algo me pasa -Al decir esto, Carlos se puso de pie
y empezó a caminar alrededor del consultorio, visiblemente
preocupado.
-Decime
algo, Carlos. ¿Te pusiste a dibujar en la libreta o qué? -Bromeó
Julián- Mentiras, hombre.
Contame
lo que escribiste.
Carlos se quedó un
instante observando un cuadro colgado en la pared más grande del
salón. Líneas blancas y negras formaban un cuadro en el fondo, con
unas pintas rojas, azules y violetas que resaltaban sobre el color
blanco que dominaba la habitación. La adornaban algunas plantas en
una esquina. Había un olor a canela en el ambiente, lo que le
recordó al paciente el Sanpic que la muchacha del servicio le
aplicaba al piso de su casa.
-Nooo, doc, para
nada.-respondió Carlos- Me puse a escribir lo que viví en aquella
situación que le comenté la vez pasada.
-¿Me podés
recordar de qué se trataba? No es que no te preste atención, sino
que, vos sabés, eso fue hace dos semanas y pues, con el tiempo, los
detalles se van olvidando.
-Sí, claro. Pues,
estaba a once pasos del man. Recuerdo que había mucha gente y era de
noche. La brisa era fresca, el cielo estaba nublado. Me gritaban que
no lo perdonara, que tirara a matar. Yo tenía miedo, doc. No se
imagina la presión tan grande que sentía.
-Claro, hermano.
Puedo entenderte. Aquí entre nos, a mí también me ha tocado. Es de
esos momentos en que, o sos vos, o es la otra persona. Y toca elegir,
Carlos. Seguí contando.-dijo Julián.
-Tal cual, doc.
Después de un largo enfrentamiento, parte de la victoria estaba a mi
alcance. Es eso lo que más me atormenta. Las circunstancias nos
habían hecho enemigos, aunque no pude odiarlo. Ese man probablemente
era casado y tenía hijos. Yo pensé todo eso antes de disparar.
-confesó Carlos.
-Pero, ¿por qué
tanto temor? -inquirió Julián- La gente alrededor tuyo te apoyaba.
Ni que fueras a cometer un crimen.
-Pues sí, doctor.
Eso lo sé. Pero yo en ese momento pensé en mi futuro. Había sido
una dura batalla. Algunos miembros de mi bando estaban lastimados. Y
sabía que si erraba, los míos me iban a odiar. Todo se reducía a
él y a mi. No había más. Sentía la sangre agolpada en mi cabeza.
Finalmente, disparé. Disparé con todas mis fuerzas, doc.
Lastimosamente, fallé.-dijo Carlos. Y Rompió a llorar.
-Uhmm… ya veo
-comentó Julián- Eso, Carlos. Déjelo salir. Por el momento te
recomiendo seguir escribiendo. Es una buena terapia, créeme.
-Sí señor. Eso
haré -respondió Carlos, más calmado. Luego preguntó al doctor
quién había pintado aquel cuadro que lo había cautivado.
-Fue Omar Rayo. Un
pintor de Roldanillo, Valle. La pintura se llama Saratoy III. Bacana,
¿cierto? -dijo Julián- Haceme un favor... -prosiguió- Regalame tu
apellido; te voy a mandar gotas de valeriana para los nervios.
-Claro,
doc. Es Bacca, con B de bota y doble C.
Antares
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