El monstruo que hay en mí
Hay una gran variedad de
fuerzas en el interior de una persona que con respecto a las acciones que
decide tomar o las experiencias por las cuales ha de pasar adquiere poder sobre
ellas pero sin ser consciente de la existencia ni de la habilidad que cada una
posee. Sin embargo, el ser humano con su capacidad de pensar y de sentir ha de
manifestar pequeños efluvios de ese poder que nos da una idea vaga de lo que
realmente son esas fuerzas que nos poseen sin saber que estamos poseídos.
En donde habita la ausencia
de la vida naturalmente se manifiesta un poder indómito que actúa independiente
de la voluntad del hombre y sin ser percibido en absoluto por los sentidos
satisface su necesidad, se alimenta de manera sutil y paulatina de aquello de
lo que tanto carece en busca de complementar su condenado poder, consumiendo
furtivamente los inocentes sentimientos de una persona que de manera inevitable
experimenta un cínico engaño.
Me estremecí al besar sus
labios que transfirieron a través de un lenguaje inefable un mensaje que solo
mis sentidos podían interpretar, transformando paulatinamente la percepción del
tiempo y del espacio en una dimensión que definía una nueva realidad. Cuando
intenté abrazar su regio cuerpo se alejó de mí levemente tratando de hacerme entender
en un abstracto mensaje que se propagaba a través de su mirada que mi reciente
fruición ya culminaba y se fue lentamente de mi vida aunque en el interior ya
me poseía un poder que inconscientemente se manifestaba e intensificaba la
ignición que ella había iniciado. Aunque nuestra relación más cercana
aparentemente se veía clavada en el desarrollo de aquel beso, sentía que no era
suficiente, es decir, aparte de la exquisita experiencia privilegiada que sus
labios concedieron a los míos, había un instinto que me impulsaba a conocerla,
en buscar en ella un nuevo objetivo. Este impulso natural e irracional actuaba
fuera de los límites de la conciencia en cada instante en el que las palabras
que emanaban de mi voz iniciaban una conversación, sin embargo, al cabo de un
periodo relativamente corto del tiempo ya no era mi voz la que buscaba
establecer un dialogo, era su instrumento musical que vibraba en cada palabra
que dirigía hacia mí, intentando avanzar en un proceso donde la confianza se
convertía en nuestra principal necesidad.
El statu quo de nuestra
relación inicial había cambiado drásticamente aunque francamente no era yo
quien la había transformado. En lo profundo del subconsciente se hallaba una
fuerza que a su voluntad controlaba la mía, inconsciente de este poder, cada
vez que mi presencia y aquella mujer intentaban converger en un solo ser, en el
fuero interno me preguntaba si realmente era yo el que se encontraba satisfecho
porque incluso después de nuestro hedonístico momento no encontraba un significado
al placer que habíamos experimentado, lo que no sabía era que detrás de todos
mis pensamientos se manifestaba un monstruo indomable que se alimentaba
vehemente de los sentimientos arraigados que aquel ente había cultivado sobre
la inocente confianza que ella me había entregado.
Davitor.
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