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Tercer Concurso de Cuento Corto: La montaña





La montaña

Pluma Impersonal

Antonio abrió los ojos mucho antes de que Jacinto anunciara la salida del sol. Una corazonada lo despertó en seco, un frío que parecía provenir de afuera lo paralizó. Miró la ventana por si Marcela había olvidado cerrarla, pero la tranca estaba puesta. Concentró la mirada en el techo y a pesar de la penumbra, pudo distinguir la forma de una polilla sobre el bombillo, esta vez, los círculos negros sobre las alas no imitaban un par de ojos, ahora el círculo izquierdo era el rostro de su padre y el diestro el de la madre. El ala derecha lo llamaba.

-Toño, toñito, mijo despierte que son las once de la mañana. ¿Está enfermo? - Le preguntó Marcela.

Cuando Antonio despertó, tenía el rostro de Marcela sobre el suyo, los ojos bien abiertos, la boca y la piel de la cara colgando sobre la suya.

-¡Aaayyy! , me asustó mija. - dijo Antonio mientras se sentaba.

El grito de Antonio también la había asustado a ella, pero de manera instantánea su reacción había sido reír a carcajadas y tuvo que sentarse en el borde de la cama hasta que cesó de reir. Se dio cuenta de que Antonio tenía la mirada puesta en el bombillo:

-Ese animal está allí desde que me levanté, ahora la saca que esos animales me ponen la piel de gallina.

-Si, ahora la saco.

Ella salió del cuarto y Antonio empezó a vestirse; sombrero, ruana y la peinilla sobre el costado de la pierna izquierda.
  • Mija, regáleme un tintico bien cargao pa’ espantar el sueño. Voy a subir a la montaña,

de pronto el caballo está por allá.

-Pero si usted dijo que el caballo ya lo daba por perdido.

-Pero allá no lo hemos buscado - ¿Usted qué va a saber si anda por allá?

Se tomó el tinto afuera, mirando el horizonte que era la montaña bajo el cielo despejado.

-Bueno mija, ya voy a subir - Le dijo Antonio a Marcela mientras le besaba la cabeza.

-Tenga cuidado mijo - En tanto lo acompañaba hasta la puerta.

Antonio empezó el ascenso; pronto tuvo que sacar su peinilla porque el terreno se iba volviendo agreste. Llevaba una hora caminando sin parar, lanzando peinillazos al monte y silbando para que lo escuchara el animal. Antonio escuchó a lo lejos el relincho del caballo, corrió tratando de alcanzar un eco que se perdía entre el matorral.

-¡Aaaaaaayyy!

Antonio sintió que el pie se le desgarraba mientras caía, se apretó con ambas manos y miró el suelo buscando lo que le había ocasionado la herida. Una víbora se asomó entre la hierba, miró fijamente a Antonio, como esperando el contragolpe, pero este ya se encontraba abstraído por la claridad con la que se le presentó el destino. De nuevo escuchó el relincho de su caballo, con la mitad del cuerpo dormido Antonio llegó arrastrándose donde yacía su fiel amigo.

-Ya, ya, aquí estoy.- Le decía a su caballo mientras le acariciaba el lomo.

Se recostó junto al animal, sacó un cigarrillo del bolsillo y una sola bocanada alcanzó a tragar.

A las cinco Jacinto cantó el ocaso. Marcela puso hervir un agua para el café de la tarde, la polilla al fin se había despegado del bombillo, revoloteó por todos los rincones de la casa, tocó el hombro de Marcela sin que ella se diera cuenta y salió por la ventana.

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