No me conozco
Cae una gota y
recuerdo cómo comenzó todo. Una mirada, una sonrisa y un saludo.
Una deleitante figura que cruza al frente mío y sin pretensiones
usureras se lleva mi mirada, irrumpe en mi pensamiento y me roba un
suspiro. Suspiro que le llama la atención y al voltearse detalla
cómo un ladrón termina el asalto con mi billetera en sus manos.
Viéndolo correr, le
deseo la mejor de las suertes y espero que use los cupones de
descuento que la hacen ver gorda. Al devolverme a ella me pregunta:
- Disculpa ¿estas bien? ¿tienes manera alguna de llegar a donde te diriges?
- Depende – le respondí - si me dirijo al cielo, creo que con verte sonreír queda estampado mi pasaporte.
Ella suelta su
sonrisa y yo suelto mis problemas. Sólo existe ese momento, sólo
existen sus palabras. Charlamos un rato, lo máximo que una espera
matutina en una parada de bus en el país del sagrado corazón pueda
durar. Al final, y por la educación que alguna vez recibí, le
recuerdo que no nos habíamos saludado y le deseé un excelente día.
A lo que me respondo:
- Te saludo mañana que nos volvamos a ver en el café de Annette.
Cae la segunda gota
y recuerdo cómo empecé a construir el castillo. Un detalle, un beso
y una noche. Tras varios encuentros en el deleitante, armonioso, neo
clasista y a la vez innovador café, le propongo que discutamos de la
vida en el mirador más próximo, cerca al viejo Trabant rojo. Ella,
con su serenidad intacta y una sonrisa coqueta en la boca, acepta sin
reproche alguno. Mientras hablamos del mundo, de política, arte,
problemas sociales, dudas existenciales y recetas de cocina, me
dispongo a entregarle el cartón que sería la base del castillo. “Si
algún día decides ser egoísta, privarás al mundo de tu
inspiradora, serena y encantadora sonrisa. Por favor, nunca seas
egoísta”. Me acerco lentamente y sin ella darse cuenta le robo un
beso; uno de esos besos tras los cuales ambas personas saben la
oleada de pasión que se avecina. Y nos besamos con la pasión que
las palabras no pueden describir. Ahí, en ese mirador, empezó la
construcción del castillo.
Cae la tercera gota
y recuerdo cómo la obra se detiene y poco a poco se derrumba el
castillo. Una mirada vacía, unas palabras insípidas y una presencia
ausente. Empiezan los pleitos por nimiedades, horas de enojo mutuo y
absurdas actitudes frente al otro. Hasta que un día percibo lo
inesperado. Su presencia física no corresponde con su presencia
sentimental. Mis días, mis actividades y mi sentir pasan a un plano
inferior en su vida, y ahora soy consciente de ello. ¿Cómo
sucedió?¿Cuándo se nos perdió el encanto? No importa, lo
importante es que el encanto ya no está y lo único que queda es esa
presencia vacía e insípida que tanto detesto.
Se acerca la cuarta.
Creo que estoy llorando.
Donpa Pitosqui
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