Ir al contenido principal

Tercer Concurso de Cuento Corto: No somos como los demás


No somos como los demás





Por: Saint de la tour

  • Tenemos que entrar al auto, Katie -dijo Martín-. No quiero que nada malo nos ocurra.
  • Maldición, Martín, siempre serás el hombre más paranoico que he conocido en mi vida. Ni siquiera ha sonado la alarma. Confía en mí.
  • Discúlpame, pero yo soy el sensato entre nosotros dos. Espero que no tenga que recordarte lo que pasó en nuestro anterior atraco…
  • Lo sé, estuve a punto de recibir un disparo en la tripa. ¿Hasta cuándo vas a sacarme eso en cara?
  • Lo haré hasta que se te quite lo necia. Además, debo admitir que me llena de gozo verte forzada a reconocer que no siempre las cosas salen como quieres.
  • Cierra el pico y ayúdame a poner los lingotes en la bolsa.
  • Ni siquiera mi madre me ha jodido tanto en esta vida. Yo me encargaré.
Efectivamente, la operación fue todo un éxito. Pudieron salir ilesos de aquella bóveda. Era de noche. Mientras Martín conducía, Katie reflejaba en sus ojos la más pura avaricia y felicidad al observar la bolsa con el botín. Su sonrisa picaresca era el complemento perfecto para aquella mirada, al igual que el movimiento de sus cabellos con el viento.

  • Katie… ya no quiero continuar con esto –dijo Martín, rompiendo el agradable silencio que se había instaurado en el auto- . Han sido demasiados años haciendo lo mismo: irrumpimos en un lugar, lo vaciamos por completo, siento que está mal, te armo un problema por ser tan descuidada, me dices que no moleste y agacho la cabeza para hacer lo que deseas. Siento que no tengo determinación como hombre, ni siquiera como ser humano. Es… degradante; no sé por qué continúo haciendo esto.

  • Sí, siempre has sido un debilucho. Deja de decir sandeces, que vamos por buen camino. Dentro de unos años tendremos lo suficiente para vivir como reyes por el resto de nuestras vidas. Solo sigue conduciendo que ya vamos a llegar a la casa.

Totalmente en silencio llegaron a la casa de campo, a unos 50 kilómetros del lugar donde había sucedido el robo. Katie no se había dado cuenta de que su acompañante había tenido la misma expresión durante todo el viaje: su rostro era el de una persona que se ha salido de sus cabales hacia sus adentros. Es la inexpresividad propia de una persona que no puede (o no debe) gritar.

Bajaron del auto, Katie hizo que Martín bajara la bolsa con el oro y lo acomodara mientras iba a cambiar su ropa por una bata. Una vez estuvo lista, fue a buscar a su compañero para ofrecerle una copa de vino. No encontró otra cosa que las luces apagadas y el ventanal que lleva al patio trasero abierto. Se dirigió hacia el patio y vio a Martín fumando un cigarrillo y sosteniendo una pistola en su mano.
  • ¿Sabes que siempre he odiado la manera en que hablas? Tienes un acento que no se comparte por ninguna otra persona en el mundo.
    • ¿Qué está pasando, Martín?
    • Deberías saberlo.
    • Este juego no es gracioso. Deja esa pistola y vamos a tomar una copa.
    • Esto es lo que va a pasar, Kate: la policía llegará en unos 10 minutos gracias a que alguien les dio la localización de dos ladrones que hace poco robaron una bóveda llena de oro; entrarán a la casa y quedarán perplejos al encontrar el cuerpo de una mujer con cinco balas en su cuerpo y a un hombre sonriente con su cráneo expuesto por una bala que penetró cuidadosamente su cabeza.
    • Basta, Martín.
    • Adiós, Katie.
    • ¡Martín!
  • ¡Niños, ya es hora de dejar de jugar! –gritó la madre desde la cocina- Son las nueve, ya es hora de que se vayan a dormir. Además, no me gusta que estén en el patio a estas horas, les va a dar un resfriado.
  • Mamá, ¿cuántas veces te he dicho que no somos niños como los demás?
  • Es cierto, puede que Martín y yo tengamos cinco años, pero tienes que tratarnos diferente. Podemos quedarnos hasta tarde jugando, como los adultos.
  • A dormir, he dicho.
  • ¡No somos como los demás, mamá! ¡No somos como los demás! –exclamó Martín-.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Concurso Cuento corto: LA NEGRA CARLOTA

LA NEGRA CARLOTA Ahí viene! La negra Carlota que se pasea por la plaza, los chicos se vuelven locos por su cintura y su cadera. Pero mira que no ven lo que lleva por dentro, se siente triste, absolutamente sola, denigrada y sin dignidad aluna. Por qué todos los días, tiene que salir a vender su cuerpo, para poder mantener a sus ocho hijos. MARIA CUENTO

Carta al desamor: "Te extraño"

Te extraño (Autora: Martina) <<Me duele pensar que todo es pasajero, me duele aceptarlo, y en esa misma lógica, aceptar que un día te irás, seguirás tu vida y tendrás muchas risas sin mí, al lado de alguien que no esté tan remendado>> Recuerdo muy bien el momento en que leí eso. Cuando lo hice me di cuenta de que te amaba más de lo que antes creía hacerlo, añoré estar a tu lado en esos momentos y que lo hubieras dicho mirándome a los ojos; te habría abrazado tan fuerte como nunca lo hice y te habría besado como siempre quisiste que lo hiciera; te habría hecho sentir que para mí nunca iba a haber alguien más, que pasaba mis días con el temor de perderte, que a medida que compartíamos nuestros días y nuestras vidas, aunque fuera por momentos, empezaba a querer compartir contigo el resto de mis días, empezaba a querer entregarte toda mi vida, y ser completamente devota a ti. No debí hacerlo. Lo sé. Pero es imposible controlar lo que sientes y hacia quien lo...

Concurso de Cuento corto: La Paz se hace letra 20.17: LA ARAÑA QUE NO SABÍA TEJER LA TELARAÑA

LA ARAÑA QUE NO SABÍA TEJER LA TELARAÑA “ Un montón de circunstancias, me presionaron a elegir; cuenta me di entonces que empezaba a vivir” Cuentan los insectos que hace tiempo vivió una araña que dizque no sabía tejer su telaraña, porque según era muy testaruda, le decían “la araña sorda” a pesar de que oía, pero no escuchaba. Que era tan flaca como un asterisco puesto que llevaba una obligatoria dieta en lugares con muy pocos insectos de su gusto. Las arañas viejas, los caracoles, los gusanos, las grandes hormigas, intentaban aconsejarla de que buscara un lugar digno de su especie para llevar la dieta que se merecen las buenas arañas y sobre todo que aprender a tejer; pero ésta se negaba a escuchar y presuntuosamente les contestaba: “¿Qué van a saber ustedes de cómo tiene que vivir una araña como yo? ¿Acaso ignoran que la naturaleza me ha dotado con el instinto de cazadora?”, al parecer, era ella que no comprendía quién ignoraba tal asunto. Es tanto, que una...