Tercer Concurso de Cuento Corto: Ninguna parte




Ninguna parte

Las personas son extrañas, sus acciones debieran ser, causales, aunque en algunos momentos de la vida se desconozca a ciencia cierta cuál es la razón por la que ocurren. En los tiempos contemporáneos, se ha suscitado mucho esta cuestión sobre que las personas son completamente reemplazables y que nadie es indispensable, que todo el mundo va y viene y que nada permanece inmutable; ciertamente es así, nada permanece intacto toda la eternidad, pero en lo que a mí respecta, no considero que las personas sean reemplazables o completamente prescindibles.

Y entonces, heme aquí, a casi 500 kilómetros de mi hogar, dentro de esta hojalata que rechina cada vez que da una curva, sonido que me perturba y no me deja dormir, junto con un vaivén que pone supremamente inestable las funciones de mi encéfalo; intentando de manera desesperada alejarme del mal de mundo, de mi mundo por lo menos, intentando que esta giradera cada tanto, me haga vomitar los malos recuerdos que perturban mis días, y que el vaivén al estilo de una sonajera, me haga recordar únicamente los momentos felices, plenos y etéreos que se han visto mitigados por los malos. ¿Realmente quiero llegar a algún lugar, o simplemente quiero demostrarle a alguien que voy hacia ninguna parte? Prefiero salir de esta ciudad podrida, lúgubre y turbulenta que quedarme sentado viendo cómo se desvanece mi vida, como los recuerdos penosos se apoderaban de mí. Esta es la razón principal por la cual me he decidido aislar, largar de esa ciudad, la cual ya está a 500 kilómetros.

No todo ha sido tan horrible, debo admitirlo, también he tenido mis buenos momentos, las tardes placidas tomando café en el parque, sintiendo el frio viento en mi rostro y viendo las personas pasar, mi cumple años número 12 en el que mamá compró helado de chocolate o también el día en el que le propuse matrimonio a Susana, después de haber ido a elevar una cometa… Susana. No puedo dejar de pensar en ella mientras miro por esta ventana, cada cosa me la recuerda, el árbol que acabo de ver me recuerda de que amaba los abetos, el letrero de venta de la lana, me recuerda a su saco de lana amarillo, el cual amaba y veneraba ya que se lo regaló su hermana que vive lejos, el olor a café del carrito de comida que anda de un lado para el otro aquí, también me la recuerda, porque ella amaba el café, ¿Cómo no recordar a la mujer que se llevó mi vida con ella a la tumba?

Definitivamente puedo decir que ella marcó un antes y un después en mi vida, algunas personas consideraron que nuestra relación fue algo precioso, un idilio pasional que tuvo un desenlace terrible, para mi simplemente fue el amor de vida y es, ahora, una de las razones por las que he decidido partir. El dolor de su perdida generó síntomas psicosomáticos en mí, desde desvelos recurrentes, hasta el entumecimiento corporal. Me gustaría decir que lo nuestro fue perfecto pero, ¿Qué hay perfecto en este mundo? Susana fue para mí lo que la piedra filosofal fue para los alquimistas.

Hubo momentos en mi vida en los que quise desfallecer, en los que sentí que no podía, que no debía, que no era suficiente, que no lo iba a soportar, que realmente no lo lograría; si no salía de esa ciudad iba a seguir inmerso en esos sentimientos, seguiría con ese sinsabor en la boca, con ese malestar corporal, muchos dirán que salir de una ciudad y dirigirse a ninguna parte no es algo que logre aliviar o desvanecer dichos sentimientos, pero no sucede así conmigo. La verdad es que la enterré una mañana, fría, el sol brillaba y era muy temprano aún, jamás quiso que la enterrara, decía que eso no tenía sentido, pero ella ya está muerta, y el que necesita de un sentido soy yo. ¿Qué sería de mí si no supiera que hay un lugar al que puedo ir e imaginar que está conmigo? Los seres humanos necesitamos seguridades y yo necesito ver su tumba para saber que está muerta, aunque no esté en ninguna parte.

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