Ninguna parte
Las personas son
extrañas, sus acciones debieran ser, causales, aunque en algunos
momentos de la vida se desconozca a ciencia cierta cuál es la razón
por la que ocurren. En los tiempos contemporáneos, se ha suscitado
mucho esta cuestión sobre que las personas son completamente
reemplazables y que nadie es indispensable, que todo el mundo va y
viene y que nada permanece inmutable; ciertamente es así, nada
permanece intacto toda la eternidad, pero en lo que a mí respecta,
no considero que las personas sean reemplazables o completamente
prescindibles.
Y entonces, heme
aquí, a casi 500 kilómetros de mi hogar, dentro de esta hojalata
que rechina cada vez que da una curva, sonido que me perturba y no me
deja dormir, junto con un vaivén que pone supremamente inestable las
funciones de mi encéfalo; intentando de manera desesperada alejarme
del mal de mundo, de mi mundo por lo menos, intentando que esta
giradera cada tanto, me haga vomitar los malos recuerdos que
perturban mis días, y que el vaivén al estilo de una sonajera, me
haga recordar únicamente los momentos felices, plenos y etéreos que
se han visto mitigados por los malos. ¿Realmente quiero llegar a
algún lugar, o simplemente quiero demostrarle a alguien que voy
hacia ninguna parte? Prefiero salir de esta ciudad podrida, lúgubre
y turbulenta que quedarme sentado viendo cómo se desvanece mi vida,
como los recuerdos penosos se apoderaban de mí. Esta es la razón
principal por la cual me he decidido aislar, largar de esa ciudad, la
cual ya está a 500 kilómetros.
No todo ha sido tan
horrible, debo admitirlo, también he tenido mis buenos momentos, las
tardes placidas tomando café en el parque, sintiendo el frio viento
en mi rostro y viendo las personas pasar, mi cumple años número 12
en el que mamá compró helado de chocolate o también el día en el
que le propuse matrimonio a Susana, después de haber ido a elevar
una cometa… Susana. No puedo dejar de pensar en ella mientras miro
por esta ventana, cada cosa me la recuerda, el árbol que acabo de
ver me recuerda de que amaba los abetos, el letrero de venta de la
lana, me recuerda a su saco de lana amarillo, el cual amaba y
veneraba ya que se lo regaló su hermana que vive lejos, el olor a
café del carrito de comida que anda de un lado para el otro aquí,
también me la recuerda, porque ella amaba el café, ¿Cómo no
recordar a la mujer que se llevó mi vida con ella a la tumba?
Definitivamente
puedo decir que ella marcó un antes y un después en mi vida,
algunas personas consideraron que nuestra relación fue algo
precioso, un idilio pasional que tuvo un desenlace terrible, para mi
simplemente fue el amor de vida y es, ahora, una de las razones por
las que he decidido partir. El dolor de su perdida generó síntomas
psicosomáticos en mí, desde desvelos recurrentes, hasta el
entumecimiento corporal. Me gustaría decir que lo nuestro fue
perfecto pero, ¿Qué hay perfecto en este mundo? Susana fue para mí
lo que la piedra filosofal fue para los alquimistas.
Hubo momentos en mi
vida en los que quise desfallecer, en los que sentí que no podía,
que no debía, que no era suficiente, que no lo iba a soportar, que
realmente no lo lograría; si no salía de esa ciudad iba a seguir
inmerso en esos sentimientos, seguiría con ese sinsabor en la boca,
con ese malestar corporal, muchos dirán que salir de una ciudad y
dirigirse a ninguna parte no es algo que logre aliviar o desvanecer
dichos sentimientos, pero no sucede así conmigo. La verdad es que la
enterré una mañana, fría, el sol brillaba y era muy temprano aún,
jamás quiso que la enterrara, decía que eso no tenía sentido, pero
ella ya está muerta, y el que necesita de un sentido soy yo. ¿Qué
sería de mí si no supiera que hay un lugar al que puedo ir e
imaginar que está conmigo? Los seres humanos necesitamos seguridades
y yo necesito ver su tumba para saber que está muerta, aunque no
esté en ninguna parte.
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