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Tercer Concurso de Cuento Corto: PERLO SOMBRAS





PERLO SOMBRAS

Si pienso existo, si duermo, no.

I

Nadando en contra de la corriente, nadando sin saber nadar y sin flotador. Viendo, insólitamente cómo los días se abren paso, ardidos por el sol y bañados por el rocío de la luna. Viendo, no más apreciando un paisaje ocular que a mi mente le llega absorto de poca razón. Cegado, confundido por la eléctrica labor de las ilusiones ópticas. Me abro paso, así todos los días, mirando cómo y en qué momento mi estocada onírica se hará realidad en medio de tanta discusión imaginaria: Perlo. 13 años de edad.

Si cualquiera alguna vez vacila en dar el paso, pues mi excepción inconmensurable no será aquella de evadir los tropezones. No estamos en el mundo para repartir sonrisas gratis, -un refrán perspicaz-, pero inhumano.

La muerte me cautiva. A veces es como bailar al filo de mil barrancos, pero sin saltar hacia ellos. No es como una muerte del cuerpo, es como una muerte distinta, es como una muerte de la sombra, del estar, de la dimensión “x”, o es como frutilla de alguna fruta: molidilla puesta en cualquier sitio sin sentido.

Hasta aquí me apresuré más de la cuenta, y mis cuentas en este caso se desbordan tanto, que ya perdí cuánto le debo a la vida. ¡Debe ser una suma bastante grande! Porque el tiempo suma, el tiempo es el crédito de todos los días, y sube tal como las manecillas del reloj juegan a los 100 metros planos cada 24 veces.

Mi nombre: Perlo Cacimance López. Supuse el primer nombre a partir de un duelo feo conmigo mismo al enterarme que casi, pero casi, esperaban a una mujer salir del orificio de madre. “Una perla”, decía mi extinto padre furioso a madre cuando discutían por tonterías. Extinto mi padre, madre cae en depresión y se somete por siempre, a una pastilla de farmacia, verde y azul, verde la yerba, azul el cielo cuando se viaja inconsciente. Madre no supo más de ella, se perdió, no se buscó, y yo tampoco la busqué. Luego supuse que sería mi debut con la vida, después de los diez años de edad, no era “con” sino “contra” y los inicios siempre fueron disputas de ahí en adelante.
    
              ¡En picada! –Joder-, ¡Por fuera de mi! En picada. Pasaron como diez y tantos años.

Madre ya no se llamaba ni a si misma Gloria Stefana, era, solamente una invención de la sombra, y, cuando la luz dejara de posarse sobre ella, su sombra, dejaría de existir. Entendí, pues, que algunas costumbres se heredan, y por supuesto, mi sombra a veces no daba sombra ni a un escarabajo, también me perseguía el mundo pendejo de madre, pero pensaba, y pensar no estaba en el reportorio de madre, pero en el mío brotaba como fuente de manantial, como gigas despavoridas en un disco portátil. Y mi sombra sacaba vitaminas de allí.
    
Para entonces, se me había escurrido parte de la juventud, pero no parte del destino. Algo vigilaba mi vida, tal que en mi mente se tornaba eterna, que la convertía en interminable como cascadas de río, pero, aunque existieran todas las corrientes marinas y submarinas del mundo a mi servicio para vivir, contaba con un pesar: el Perlo del ayer se divorciaba del Perlo del mañana, y en esa dura pelea no tuve mejor opción que pensarme un mundo paralelo, en el cual la vida bebiera por siempre sin parar y mi cuerpo, mi sombra y mi alma no fenecieran al sueño profundo. Ya, como mi padre, me extinguí, para vivir extinto en un mundo de mi autoría, a los veintitantos años, nací por fuera y de nuevo, intercambié mi sombra y negocié con ella. Vivo lejos de lo que fui o fue Perlo, a secas, “Perlo”, porque desde hace poco, fluyendo como el agua de cascadas y lagos mentales, una sombra hizo contrato conmigo, una sombra me adoptó y me llamó Perlo Sombras, una sombra en el destino vigilaba y vigiló a la otra, y nunca más se apagó, como mi padre: se fue y se encontró.


- Andy -

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