PERLO SOMBRAS
Si pienso existo,
si duermo, no.
I
Nadando en contra de
la corriente, nadando sin saber nadar y sin flotador. Viendo,
insólitamente cómo los días se abren paso, ardidos por el sol y
bañados por el rocío de la luna. Viendo, no más apreciando un
paisaje ocular que a mi mente le llega absorto de poca razón.
Cegado, confundido por la eléctrica labor de las ilusiones ópticas.
Me abro paso, así todos los días, mirando cómo y en qué momento
mi estocada onírica se hará realidad en medio de tanta discusión
imaginaria: Perlo. 13 años de edad.
Si cualquiera alguna
vez vacila en dar el paso, pues mi excepción inconmensurable no será
aquella de evadir los tropezones. No estamos en el mundo para
repartir sonrisas gratis, -un refrán perspicaz-, pero inhumano.
La muerte me
cautiva. A veces es como bailar al filo de mil barrancos, pero sin
saltar hacia ellos. No es como una muerte del cuerpo, es como una
muerte distinta, es como una muerte de la sombra, del estar, de la
dimensión “x”, o es como frutilla de alguna fruta: molidilla
puesta en cualquier sitio sin sentido.
Hasta aquí me
apresuré más de la cuenta, y mis cuentas en este caso se desbordan
tanto, que ya perdí cuánto le debo a la vida. ¡Debe ser una suma
bastante grande! Porque el tiempo suma, el tiempo es el crédito de
todos los días, y sube tal como las manecillas del reloj juegan a
los 100 metros planos cada 24 veces.
Mi nombre: Perlo
Cacimance López. Supuse el primer nombre a partir de un duelo feo
conmigo mismo al enterarme que casi, pero casi, esperaban a una mujer
salir del orificio de madre. “Una perla”, decía mi extinto padre
furioso a madre cuando discutían por tonterías. Extinto mi padre,
madre cae en depresión y se somete por siempre, a una pastilla de
farmacia, verde y azul, verde la yerba, azul el cielo cuando se viaja
inconsciente. Madre no supo más de ella, se perdió, no se buscó, y
yo tampoco la busqué. Luego supuse que sería mi debut con la vida,
después de los diez años de edad, no era “con” sino “contra”
y los inicios siempre fueron disputas de ahí en adelante.
¡En picada!
–Joder-, ¡Por fuera de mi! En picada. Pasaron como diez y tantos
años.
Madre
ya no se llamaba ni a si misma Gloria Stefana, era, solamente una
invención de la sombra, y, cuando la luz dejara de posarse sobre
ella, su sombra, dejaría de existir. Entendí, pues, que algunas
costumbres se heredan, y por supuesto, mi sombra a veces no daba
sombra ni a un escarabajo, también me perseguía el mundo pendejo de
madre, pero pensaba, y pensar no estaba en el reportorio de madre,
pero en el mío brotaba como fuente de manantial, como gigas
despavoridas en un disco portátil. Y mi sombra sacaba vitaminas de
allí.
Para
entonces, se me había escurrido parte de la juventud, pero no parte
del destino. Algo vigilaba mi vida, tal que en mi mente se tornaba
eterna, que la convertía en interminable como cascadas de río,
pero, aunque existieran todas las corrientes marinas y submarinas del
mundo a mi servicio para vivir, contaba con un pesar: el Perlo del
ayer se divorciaba del Perlo del mañana, y en esa dura pelea no tuve
mejor opción que pensarme un mundo paralelo, en el cual la vida
bebiera por siempre sin parar y mi cuerpo, mi sombra y mi alma no
fenecieran al sueño profundo. Ya, como mi padre, me extinguí, para
vivir extinto en un mundo de mi autoría, a los veintitantos años,
nací por fuera y de nuevo, intercambié mi sombra y negocié con
ella. Vivo lejos de lo que fui o fue Perlo, a secas, “Perlo”,
porque desde hace poco, fluyendo como el agua de cascadas y lagos
mentales, una sombra hizo contrato conmigo, una sombra me adoptó y
me llamó Perlo Sombras, una sombra en el destino vigilaba y vigiló
a la otra, y nunca más se apagó, como mi padre: se fue y se
encontró.
- Andy -
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