La muerte de Adam
Smith
Por: Bola de arroz
Hoy decidirás morir
solo en el claro de un bosque remoto. Habrás llegado ahí por azar,
huyendo del monstruo, resquebrajando hojas secas, evitando ramas
filosas. Durante la persecución notarás que tus engranajes no
chillan y tus pisadas son blandas. Notarás que tu pecho se contrae y
te duele, que tu respiración es ruidosa. No tendrás otro remedio
que detenerte y desplomarte sobre el suelo, sentir el cosquilleo que
te generan las pequeñas gotas de agua que se resbalan por tu rostro.
Observarás, absorto, los colores mezclados alrededor del sol en
decadencia, estirarás tu mano para alcanzarlos, para sentirlos. Te
quedarás contemplando unos dedos rollizos, las uñas redonditas, la
piel carnosa. La moverás lentamente, asegurando que sea tuya.
Entonces, en ese mismo instante y escuchando a la chicharras cantarle
al infinito, decidirás morir por tu propia mano, no por la del
monstruo.
Yo sé lo que te
atormenta, hace varios días se te mueve solo un dedo e intentas
ignorarlo. Hoy te levantaron normalmente, te movieron jalando los
hilos trasparentes. Te miraste al espejo y notaste tu cara impávida,
dibujada torpemente en témpera negra: dos puntos y una curva hacia
arriba. Te sentiste inquieto, ese cuerpo de madera amarilla
recubierto con una capa de laca brillante; el delgado nailon
alrededor de tus muñecas, de tu cuello, de tus piernas; y el sonido,
el llanto de las articulaciones falsas de tu dedo; todo parecía
irreal. Te pareció percibir que la mano invisible rozaba tu cuello
casi con dulzura y jalaba los hilos con más fuerza, como dándote
una tierna advertencia.
Saliste de la casa
con normalidad. Buenos días, vecino A. Buenos días, vecino B. Hubo
un silencio incómodo. Creíste notar cierto recelo en sus rostros
dibujados, el sonido agudo de tu dedo resquebrajaba el ambiente. Te
devolvieron el saludo de manera cortés, ondeando sus manos en el
aire. ¿Tenían miedo de ti? Caminaste hasta la estación, tus
pisadas seguían siendo rígidas, inertes. Entraste al bus de forma
tranquila, las demás marionetas intentaron ignorarte, alejarse de
manera discreta. Aparte de ello todo era normal, llegaste a tiempo al
trabajo, dejaste la cartera en el escritorio de tu cubículo, te
pusiste un fino traje de baile y dejaste que la mano invisible te
llevara a la tarima.
Todos tus días
habían sido iguales, los hilos te jalaban con una precisión casi
mágica, te hacían bailar dulcemente, saltar y contorsionarte en un
show perfecto. Cuando terminaba el acto, tu cuerpo de madera se
encogía en una venia y saludaba al público, con la misma sonrisa
dibujada. Siempre eras abrumado por miles de aplausos invisibles y a
tus pies llovían tantos girasoles azules, que a veces te cubrían
hasta las rodillas. Pero por algún motivo que desconoces, hoy estás
bailando con todas tus fuerzas, haciendo figuras jamás vistas,
sientes que vuelas, sientes que en cada movimiento unos hilillos de
agua fría se precipitan por tus mejillas.
Cuando acabes tu
acto, te quedarás inmóvil en la tarima, esperando algún aplauso,
pero solo quedará el sonido de tu dedo que llora. Notarás que los
hilos que te envuelven son muy delgados, delgadísimos, que con
cualquier movimiento podrías romperlos. De pronto, sentirás la
respiración de una bestia terrible contra tu nuca, el gruñido de la
que pensabas era una mano invisible. Temblarás de miedo. Por primera
vez notarás tu cuerpo tenso. Por primera vez sentirás deseos de
huir y encontrarte conmigo. Solo necesitarás empezar a correr,
correr por horas y horas, lo más rápido que puedas. Yo ya te estoy
esperando.
No entendí este cuento
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