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Tercer Concurso de Cuento Corto: Cristina



Cristina

Me encontré a Hignacio, me dijo que la editorial no quería publicarle el libro porque no era comercial.

-"¡Que no es comercial! ¡Incompetentes, me los meto por el culo!" dijo gritando.

Entonces le di un libro porque se había separado de su mujer y creí que esa era una buena forma de celebrar, pero él es atípico. Lo miró, lo puso sobre la mesa y dijo con voz respetable: "Amigo, yo no leo porque leer me contamina las ideas, comienzo a escribir ideas ajenas y prefiero conservarme original. Celebremos mejor con café." Yo creí que los escritores leían. Alguna vez escuché que a Cortázar tuvieron que prohibirle los libros cuando era un niño por lo excesivo de su hábito. Hignacio me dijo que había intentado leer pero había sentido que dejaba de ser él. Bastante complicado. Caminamos por los andenes cochinos de orines y algo más hasta la cafetería en la que tomábamos café con pandebonos dulces. Hignacio no pidió nada porque su sueldo de escritor a puertas del éxito no se lo permitía y su orgullo de hombre atípico tampoco. Yo me pedí un pintado.

-"El pintado no es de hombres, es muy blanco. Yo me tomo el café oscuro como los ojos de la pendeja de la María. Quiera ese ser del más allá que se la lleve la avalancha de nieve como dice Silvio".

Hignacio odiaba a María, su esposa, porque le dijo que él no sabía escribir. Eso le dolió, nunca se repuso y un día se levantó mamado y decidió dejarla.

  • "Me cansa María, me cansa Raquel, Raquel salió peor. María por lo menos me lava la ropa, Raquel no sirve sino para manosearla".

-"¿No te da miedo?"

-"¿De qué?"

-"De que algún día te levantes y ella ya no esté ahí y no tengas con quién cantar canciones en las madrugadas", Le pregunté, como preguntándome a mí mismo.

-"Esa ni canciones se sabe".

Yo me quedé pensando. Si Cristina se iba, tal vez yo iba a sentir miedo de no tener a quien leerle fragmentos incomprensibles de Rayuela, de no saber a qué ojos mirar y no poder ser yo quien le despeine los crespos… de no sentir más ganas de escribir. Hignacio me miró y me dijo:

-"No me tomes a mí y a la loca de la María como ejemplo, siempre se supo que alguno de los dos iba a terminar odiando al otro, o a ambos al mismo tiempo. Hay amores que te hacen preguntarte si perder la decencia, la consciencia y hasta el respeto vale la pena; pero te digo algo: esos amores que no te dejan respirar y te dejan en blanco no se pueden abandonar. Si yo hubiera mirado al bejuco de María como tú miras a Cristina tan solo una vez, entendería la vida y no estaría indignado porque no me publican mi libro, o porque María y sus prejuicios me estorban. Estaría revolcándome con ella desde la madrugada y no aquí viéndote tomar ese café para maricones".

Cristina es de esas que se te ponen encima y te parten las costillas. No es de promesas y menos de amores. Es tan asfixiante que te dan ganas de quedarte morado por siempre. Cristina es muy Cristina, así como Hignacio es muy Hignacio. Yo no sabría decir por qué. Tal vez sean sus besos o sus ojos raros; su terrible gusto por el arte o sus medias rotas. No lo sé. Creo que eso de ver a alguien y de entrada saber que te va a partir las costillas es injusto.

-"No lo pensés tanto, mirá que podés terminar como yo", me dijo Hignacio riéndose con sus dientes feos y más que amarillos.

Con Cristina no necesito de mares para sentirme feliz. Basta un andén, un corredor, un cóctel barato. La vida me exige leerla entre líneas y duele no entenderla. Ella me habla de voces y yo solo entiendo la suya porque pone canciones y todas me parecen ella. No sé qué se siente después del miedo y no sé si ella quiera quedarse para averiguarlo. Solo sé que Hignacio, aparte de tener dientes feos, tiene la razón.



Amapola M.

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