MALINTERPRETACIÓN
DE UNA MIRADA
“Qué señor tan
raro”, fue lo que pensó la inocente niña que se sentía aludida
por la mirada de un hombre pensativo. Sus ojos inquietaban a la pobre
muchachita que no podía comer su paleta tranquila; de espaldas a
ella, su madre, inclinada sobre el mostrador, hablaba con la tendera
(algún chisme quizás), al momento de que esta le entregaba una
gaseosa de tres litros. Mientras tanto, el hombre misterioso detrás
de la reja de la tienda, acercaba más su rostro a los barrotes. Su
expresión inquieta terminó de espantar a la niña, quién no se
enteraba del derretimiento de la paleta entre sus dedos, los ojos del
señor querían salirse de sus respectivas cuencas y la pequeña
abertura que se formaba en su boca daban a entender una terrible
hipnotización. Al final, su mirada que al principio pareció
pensativa, tornaba de una locura terrorífica, que le hizo recordar a
la pobre niña observada, una película de terror presenciada hacía
algunos días. Afortunadamente, para nuestra amiguita, pudo salir de
esa pesadilla visual, ya que su madre se despidió de la tendera y se
dispuso a cogerle la mano para marcharse, justo en ese momento, el
señor para evitar ser pillado volteó la mirada hacia otro lado y
siguió con su camino, por su parte, la niña junto a su madre
caminaron por la otra dirección. Dados unos pasos, la niña volteó
para mirar por última vez a ese terrorífico hombre y este le
devolvió la mirada, solo que esta vez (sin expresión de locura),
traía el ceño fruncido para ver mejor desde lejos a las dos figuras
que se alejaban.
Años después, ya
con diecisiete años cumplidos, nuestra niña hecha una señorita,
con afán buscaba en su armario algo que ponerse. Después de
revolcar camisas, pantalones y faldas, agarró un vestido heredado de
su madre, a quién le gustaba ponérselo para exhibir sus sensuales
curvas. Ya colocado, se miró en el espejo cambiando constantemente
de posición, de tal forma, se observó los diferentes perfiles. Se
acordó de ese remoto día en el que comía una deliciosa paleta de
agua en la tienda, mientras su madre (con el mismo vestido puesto)
hablaba con la tendera. Rápidamente, en su memoria irrumpió la
mirada terrorífica de ese hombre que la dejó petrificada hacía un
tiempo atrás. Pero eso ya había pasado, lo importante era el
presente, así que se inclinó sobre la cama para recoger sus ropas,
pero se detuvo instantáneamente. Una sospecha apareció,
completamente inmóvil en su posición, volteó su cabeza lentamente
hacia el espejo que tenía detrás. Observó su reflejo y comprendió
que el señor en ningún momento miró sus ojos infantiles.
JEAR.
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