Hurto
Íbamos caminando
por el andén, rodeando el parque, Laura iba con su chaqueta azul de
todas las noches y yo caminaba con mis brazos dentro de los bolsillos
de la falda del uniforme del colegio. Entonces llegó aquel
desconocido que Laura reconoció como el “flaco” (con los años
supe que se llamaba “Juan”). Iba caminando con su bicicleta
urbana al lado, y le dió un abrazo parsimonioso. Empezaron a hablar
con naturalidad, parecían amigos de años. Seguimos recorriendo el
barrio, pasamos por la cuadra de los apartamentos de Coopdiasam y
entonces Laura hizo la única pregunta que durante años jamás le
había hecho a su amigo:
-¿Y
en qué andas trabajando?
Juan,
llevando la mano a su boca, como cubriéndose de un estornudo afirmó:
-“Hurto”
-¿Hurtar?
-Si…robar.
-Ah…
Seguimos caminando
en silencio hasta mi casa. Cuando volteé a mirar, Laura y el tal
Juan se habían ido. Me parece increíble la forma en la que lo dijo,
sonaba como una profesión: “Yo hurtador”, tal vez sí lo sea y
estudien para serlo, vaya verbo, pensé.
Con el tiempo, la
imagen de aquel chico (o joven adulto), se posaba sobre mi cabeza,
pero también se volvió parte de mi realidad. Cada viernes en la
noche Juan llegaba en su bicicleta a visitar a Laura... y a mí.
Conmigo no hablaba, claro, yo solo era un ente, una niña de doce
años con su única amiga del barrio de dieciséis años cuyas
amistades ejercían profesiones aparentemente lejanas a personas de
un barrio como ese.
El punto es que
había empezado a tenerle una especie de cariño a Juan… era muy
noble, y si un hombre así me hubiera robado en la calle, hasta
segura me hubiera sentido. A Laura le daba obsequios todo el tiempo:
camisetas con graffitis, dibujos, esculturas…. solo cosas que él hacía a mano.
Además, empezó a ser muy amable conmigo, y yo ya no era solo un
fantasma ahí. Pero al igual que el agua desvaneciendose por las
rejillas del lavaplatos, dejé de ver a Juan en la realidad, no
regresó. Laura intentó ubicarlo pero solo supimos que se había
metido en un lío grande, y que había huido.
Para mí la idea de
que fuera un profesional en hurto me parecía muy lejana comparada
con aquellos viernes, Juan era simplemente alguien que se sentaba con
su bici al lado a parchar con todos. Laura se graduó y empezó a
andar con otras gentes y yo me metí a hacer deportes en las noches,
todo se desintegró.
Con los años,
cambié de casa, amigos, colegio...muchas veces. Un domingo quedé de
verme con una amiga para ir a comer helado, estaba pasando la calle,
y cuando me subía al andén lo vi, era Juan, joven, flaco, con su
bici de siempre, le grité: Juan!!! Me miró con una mezcla de
sorpresa y miedo, parecía que dudaba en contestar mi llamado pero al
final llegó hacía a mí y en tono muy bajo me explicó que aún
estaba en problemas, que lo habían culpado por algo que no había
hecho y que solo estaba despidiéndose de su familia. Sus ojos se
detuvieron en una esquina donde permanecían unos tipos con camisetas
anchas como él, me dijo: adiós.
Creí que había
muerto, o que estaría en la cárcel, hoy, diez años después, me
siento en mi computador y abro Facebook, veo una foto que publica
Laura Mora y llega una ráfaga de recuerdos, mi cabello corto, mi
uniforme, las salidas al barrio, viene el rostro de Juan a mi mente,
y doy clic en buscar: “Juan Ramírez” y ahí está, el flaquito
con ojos negros y suspicaces, no solo tiene Facebook, sino también
esposa, y la esposa tiene un padre que se viste como El
Padrino…ah…
Maga.
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