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Tercer Concurso de Cuento Corto: LA ROSA CON ESPINAS




LA ROSA CON ESPINAS


Cuando hay oscuridad, soledad y frío. Ante tanto sufrimiento, desconsuelo y tristeza. Al final del camino encuentras la luz”

Al momento de cruzar esa puerta quería conocer los secretos que empañaba aquel momento y que encubría aquella casa vieja. Me fui con unos harapos, desaliñada porque no tuve tiempo de acicalarme con esmero, y solo tenía un propósito: crear algún espacio para conocer aquella verdad. Jamás pensé que al cruzar esa puerta; mi corazón dejaría de latir y mi cabeza dejaría de pensar; mi cuerpo se enmudeció, me sentí ligera como sin alma, con frío y sin vida. De un momento a otro pensé: ¿Qué hago aquí?, así mismo me preguntaron pero no hallaba respuesta alguna. Solo sentía que vivía uno de los episodios más tristes de mi existencia. Ni qué decir del flaco que me miraba con cara de enfadado y de desprecio, sin derecho me culpó de los pocos estragos que estaba causándoles con mi presencia. ¿En qué momento pasé de ser la compañía perfecta a una presencial molestia? en este momento después de unos meses, me siento a reflexionar y me pregunto porque no callé, pero quizás mi amor por mí misma en ese momento me jugó una mala pasada, presentí que lo que iba a descubrir se convertiría en un gran tormento. Tal vez no debí entrar, mejor era callar y dejar todo como estaba. Muchas veces pensé en dejar todo y huir pero no tenía ni un centavo para darme ese lujo, tampoco podía agendar una cita con un psicólogo para que me tratara ese pequeño trauma de amor, ni menos poseía el valor para aventurarme a un idilio de una noche para sentirme al menos amada. Quizás Dios no me dio muchos talentos, solo me dio un buen corazón: corazón que todavía sigue en coma. ¡No sé, a dónde están los ángeles divinos cuando se les necesita! ¡No sé, dónde está la misericordia de los seres humanos! Me siento a pensar, y no sé porque estoy aquí, no hallo explicación en lo más mínimo.

Las personas al menos el, supera todo como si no hubiese pasado nada. ¡Claro está!, tiene en quien consolarse, quien lo abrace pero yo no. Yo no puedo ir rotando en brazos y brazos como si fuese una necesitada de amor, el viento me abraza, el sol me calienta y el frío de vez en cuando me llama. A veces siento desfallecer, y no sé qué hacer. Tantos abrigos, y no quiero ninguno. Así comienza la triste historia de la joven Marjés.

Marjés se encontraba en el gran dilema de su vida: “amar compartiendo el querer de él o simplemente morir llanamente sin su amor”. Marjés no hallaba razón, pero la razón en el amor no se encuentra. El amor anda como borracho deambulando en la noche y en el día, queriendo ser rescatado muchas veces, pero ella se preguntaba una y otra vez: ¿que debía a ser? Firme en sus convicciones y en su autoestima prefirió resguardarse del frío, del sol que le recordaba todos los veranos junto a él vividos. Entonces no tuvo más que el simple hecho para su cura; refugiarse en su familia, en Dios, y en unos cuantos libros que le hacían llover pensamientos de recelo y de una tranquila efímera. A pesar de su insaciable sed de venganza lo que hizo fue rezar para que le fuera bien, y para que sus ríos de dolor y de tristeza dejaran de correr, dejaran de cesar. Mirándose a sí misma, queriendo convertirse en una deidad, escribió una nota y la dejó en la puerta de Iscariote, diciendo: “tu amor fue una rosa con espinas”.

MARJÉS

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