Alquien
Pacto
sangriento
Sigiloso,
silencioso, astuto, sin levantar sospechas, entro a su habitación
con un particular olor a rosas marchitas, con el peso aún de su
existencia, con la última muda que usaba sobre el respaldo de su
cama. De cuclillas, me desplazo cautelosamente hacia la cama de mi
amita, levanto el pesado colchón, recordando que me había revelado
antes de su muerte, el secreto de dónde guardaba sus misterios y
chucherías. Deslizo el pequeño baúl, repleto de fotos antiguas,
cartas y faxes que recibía mi abuela en tiempos aquellos. Lo admito,
de las imágenes, no todas eran para mí antes conocidas, y de sus
cartas tampoco. Leo una a una, me entero que una de ellas tenía una
marca con esmalte rojo carmesí, despierta en mí esa curiosidad por
saber de qué se trataba, y estaba dirigida a un tipo rarísimo, que
no era mi abuelo, y para mi suerte era de amor. Ya no soy yo, me he
convertido, tengo rabia, sangre en mis manos, mi ceño fruncido y la
decisión ya está tomada. Desenterraré su cuerpo, lo postraré en
el bosque cercano atado a una silla, esperando que los canes lo
devoren y acaben con el cuerpo y su alma impía junto a este. Soy un
hombre de palabra, y no comparto esta deshonra, que me perdone todo
ser que divisó de dicha escena.
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