¡Ay, Jairo!
Una vez escuchando
una conversación ajena a mí de camino a Itagüí en el metro de
Medellín, sentí la necesidad de relatar el acontecimiento que se
llevaba a cabo en la boca de una a pareja de ancianos –de tal vez
setenta años él y sesenta años ella– que discutían con sigilo
su inconveniente.
—Yo te he dicho
mil veces que tenés que sacar las gafas, h´ome. Además tampoco
trajiste los exámenes que el doctor nos dio—. Dijo ella con cierta
rabia de incriminación hacia él.
—Sí, lo sé pero
como siempre salimos de afán pa' la cita, se me pasa, pero tranquila
´mor, que la próxima vez las traigo no se preocupe—. Respondió
él con una tranquilidad y una ternura solemne, que se me hizo
extraña a la forma como le incriminó ella.
— ¡Eh! Avemaría,
Jairo, siempre dices lo mismo y nunca las traés—. Resopló ella
con desgano, permitiéndose un ligero silencio para sus adentros—.
Otra cosita, Jairo. Yo no entiendo cómo es que después de tantos
años de casados, estar compartiendo las mismas cuatro paredes
oliéndome los pedos, vos nunca te has enojado faltándome al respeto
y mucho menos haz respondido feo contra mí ¿por qué? ¿ole?
Sonrió, haciendo
que se le achinaron los ojos. Humedeció los labios y se pasó su
mano por la mata de blancos cabellos que tenía y casi con una voz
inaudible, que se me dificultó escuchar, dulcemente le contestó:
—Martha, yo a vos
te amo. No sé por qué me lo preguntas pero en lo que me queda de
vida, no me cansaré de repetírtelo; vos sos la mujer de mi vida,
por dios, y te amaré hasta que me muera, por la cual me casé y soy
feliz. Así que por tal amor que te tengo, nunca peleo con vos y
siempre te dejo tener la razón. Además ya estoy muy viejo para
estar en esos de trotes de estar refunfuñar por cosas que no valen
la pena. Imagináte uno ciego y arrugado, que no lo voltea a ver es
nadie, ¿quién le va querer como vos? —Se rascó la nariz—. Y el
he hecho de que a veces esté enojado, no significa que te tenga que
responderte feo ¿quién dijo ome?, mejor te hago el amor y así nos
ahorramos peleas.
— ¡Calla esa boca
Jairo!, qué pena vos hablando de esas cosas en pleno metro—.
Respondió ella dejando a un lado su rabia, mientras un rubor rojizo
le subía por las flácidas mejillas—. Además vos ya no aguantas
esos trotes juveniles, ni yo tampoco—. Agregó entre risillas—.
Pero yo también te amo Jairo, y mucho.
Diciendo esto él la
abrazó, y ya arropada en sus brazos, le dedicó un rápido beso en
la las pecas combinadas con arrugas que sobre salían de su frente.
Ya llegando a la
estación de Itagüí, no puede más que sonreír ante lo acontecido
y concluir que el amor después de viejo no necesita gafas.
Cuando las puertas
se abrieron me dispuse a salir pero apenas tocando el umbral de
éstas, escuché a lo lejos la voz de la señora Martha diciéndole a
su esposo...
—Jairo, ¿vos
sacaste la basura antes de que saliéramos?
—No mi vida,
también se me olvido pero para la próxima la sacaré.
Y con un rebuzno de
indignación de doña Martha, salí a intemperie de la cuidad de la
eterna primavera; riendo como un atontado y robando miradas
desaprobadoras de los transeúntes, que dirigían su existencia hacía
algún lugar.
Mch
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