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Tercer Concurso de Cuento Corto: ¡Ay, Jairo!





¡Ay, Jairo!

Una vez escuchando una conversación ajena a mí de camino a Itagüí en el metro de Medellín, sentí la necesidad de relatar el acontecimiento que se llevaba a cabo en la boca de una a pareja de ancianos –de tal vez setenta años él y sesenta años ella– que discutían con sigilo su inconveniente.

Yo te he dicho mil veces que tenés que sacar las gafas, h´ome. Además tampoco trajiste los exámenes que el doctor nos dio—. Dijo ella con cierta rabia de incriminación hacia él.

Sí, lo sé pero como siempre salimos de afán pa' la cita, se me pasa, pero tranquila ´mor, que la próxima vez las traigo no se preocupe—. Respondió él con una tranquilidad y una ternura solemne, que se me hizo extraña a la forma como le incriminó ella.

¡Eh! Avemaría, Jairo, siempre dices lo mismo y nunca las traés—. Resopló ella con desgano, permitiéndose un ligero silencio para sus adentros—. Otra cosita, Jairo. Yo no entiendo cómo es que después de tantos años de casados, estar compartiendo las mismas cuatro paredes oliéndome los pedos, vos nunca te has enojado faltándome al respeto y mucho menos haz respondido feo contra mí ¿por qué? ¿ole?

Sonrió, haciendo que se le achinaron los ojos. Humedeció los labios y se pasó su mano por la mata de blancos cabellos que tenía y casi con una voz inaudible, que se me dificultó escuchar, dulcemente le contestó:

Martha, yo a vos te amo. No sé por qué me lo preguntas pero en lo que me queda de vida, no me cansaré de repetírtelo; vos sos la mujer de mi vida, por dios, y te amaré hasta que me muera, por la cual me casé y soy feliz. Así que por tal amor que te tengo, nunca peleo con vos y siempre te dejo tener la razón. Además ya estoy muy viejo para estar en esos de trotes de estar refunfuñar por cosas que no valen la pena. Imagináte uno ciego y arrugado, que no lo voltea a ver es nadie, ¿quién le va querer como vos? —Se rascó la nariz—. Y el he hecho de que a veces esté enojado, no significa que te tenga que responderte feo ¿quién dijo ome?, mejor te hago el amor y así nos ahorramos peleas.

¡Calla esa boca Jairo!, qué pena vos hablando de esas cosas en pleno metro—. Respondió ella dejando a un lado su rabia, mientras un rubor rojizo le subía por las flácidas mejillas—. Además vos ya no aguantas esos trotes juveniles, ni yo tampoco—. Agregó entre risillas—. Pero yo también te amo Jairo, y mucho.

Diciendo esto él la abrazó, y ya arropada en sus brazos, le dedicó un rápido beso en la las pecas combinadas con arrugas que sobre salían de su frente.

Ya llegando a la estación de Itagüí, no puede más que sonreír ante lo acontecido y concluir que el amor después de viejo no necesita gafas.

Cuando las puertas se abrieron me dispuse a salir pero apenas tocando el umbral de éstas, escuché a lo lejos la voz de la señora Martha diciéndole a su esposo...

Jairo, ¿vos sacaste la basura antes de que saliéramos?

No mi vida, también se me olvido pero para la próxima la sacaré.

Y con un rebuzno de indignación de doña Martha, salí a intemperie de la cuidad de la eterna primavera; riendo como un atontado y robando miradas desaprobadoras de los transeúntes, que dirigían su existencia hacía algún lugar.

Mch

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