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Tercer Concurso de Cuento Corto: La muerte de Adam Smith






La muerte de Adam Smith

Por: Bola de arroz

Hoy decidirás morir solo en el claro de un bosque remoto. Habrás llegado ahí por azar, huyendo del monstruo, resquebrajando hojas secas, evitando ramas filosas. Durante la persecución notarás que tus engranajes no chillan y tus pisadas son blandas. Notarás que tu pecho se contrae y te duele, que tu respiración es ruidosa. No tendrás otro remedio que detenerte y desplomarte sobre el suelo, sentir el cosquilleo que te generan las pequeñas gotas de agua que se resbalan por tu rostro. Observarás, absorto, los colores mezclados alrededor del sol en decadencia, estirarás tu mano para alcanzarlos, para sentirlos. Te quedarás contemplando unos dedos rollizos, las uñas redonditas, la piel carnosa. La moverás lentamente, asegurando que sea tuya. Entonces, en ese mismo instante y escuchando a la chicharras cantarle al infinito, decidirás morir por tu propia mano, no por la del monstruo.

Yo sé lo que te atormenta, hace varios días se te mueve solo un dedo e intentas ignorarlo. Hoy te levantaron normalmente, te movieron jalando los hilos trasparentes. Te miraste al espejo y notaste tu cara impávida, dibujada torpemente en témpera negra: dos puntos y una curva hacia arriba. Te sentiste inquieto, ese cuerpo de madera amarilla recubierto con una capa de laca brillante; el delgado nailon alrededor de tus muñecas, de tu cuello, de tus piernas; y el sonido, el llanto de las articulaciones falsas de tu dedo; todo parecía irreal. Te pareció percibir que la mano invisible rozaba tu cuello casi con dulzura y jalaba los hilos con más fuerza, como dándote una tierna advertencia.

Saliste de la casa con normalidad. Buenos días, vecino A. Buenos días, vecino B. Hubo un silencio incómodo. Creíste notar cierto recelo en sus rostros dibujados, el sonido agudo de tu dedo resquebrajaba el ambiente. Te devolvieron el saludo de manera cortés, ondeando sus manos en el aire. ¿Tenían miedo de ti? Caminaste hasta la estación, tus pisadas seguían siendo rígidas, inertes. Entraste al bus de forma tranquila, las demás marionetas intentaron ignorarte, alejarse de manera discreta. Aparte de ello todo era normal, llegaste a tiempo al trabajo, dejaste la cartera en el escritorio de tu cubículo, te pusiste un fino traje de baile y dejaste que la mano invisible te llevara a la tarima.

Todos tus días habían sido iguales, los hilos te jalaban con una precisión casi mágica, te hacían bailar dulcemente, saltar y contorsionarte en un show perfecto. Cuando terminaba el acto, tu cuerpo de madera se encogía en una venia y saludaba al público, con la misma sonrisa dibujada. Siempre eras abrumado por miles de aplausos invisibles y a tus pies llovían tantos girasoles azules, que a veces te cubrían hasta las rodillas. Pero por algún motivo que desconoces, hoy estás bailando con todas tus fuerzas, haciendo figuras jamás vistas, sientes que vuelas, sientes que en cada movimiento unos hilillos de agua fría se precipitan por tus mejillas.

Cuando acabes tu acto, te quedarás inmóvil en la tarima, esperando algún aplauso, pero solo quedará el sonido de tu dedo que llora. Notarás que los hilos que te envuelven son muy delgados, delgadísimos, que con cualquier movimiento podrías romperlos. De pronto, sentirás la respiración de una bestia terrible contra tu nuca, el gruñido de la que pensabas era una mano invisible. Temblarás de miedo. Por primera vez notarás tu cuerpo tenso. Por primera vez sentirás deseos de huir y encontrarte conmigo. Solo necesitarás empezar a correr, correr por horas y horas, lo más rápido que puedas. Yo ya te estoy esperando.

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