Quinto Concurso de Cuento Corto: El último sospechoso

 



__ La tarde en que le di libertad a Sierva estaba lloviendo como nunca había sucedido en la cálida ciudad. Aromatizadas del hedor estaban las calles inundadas que arrastraban las basuras y las cañerías las devolvían a la superficie. En la oscura noche, carente de luz eléctrica con nuestras ropas inundadas de maldad mientras ella observaba desde el puente el caudal; un trueno se alineó con su último grito. Enredada en su abundante cabellera culminó su viaje al igual que la intensa lluvia de tres días.

 

Meses atrás desde mi oficina la detalle por primera vez a pesar de que ya laboraba en la empresa desde hacía un par de semanas. Solo cuando soltó su abundante cabellera dejándola caer por su blanca espalda cual agua desciende desde las montañas, la miré con sorpresa y justo en ese momento me di cuenta de que la Sierva María de todos los Ángeles que había pincelado en mi imaginación estaba cerca de mí y no supe desde cuándo. Estaba anonadado de su apariencia. Era magnífico que un personaje de una novela estuviese en mi realidad y quise conocer su historia con la locura de que tuviese alguna similitud a mi personaje.

 

La frescura de su piel evocaba en mí los mejores momentos, admiraba cada día su belleza y juventud en contraste a la mía. Ella no era inteligente, no conocía del arte pero sí de los códigos de su gente y bailaba en el vaivén de ese modelo social. La imaginaba con telas de seda, con un vocabulario exquisito, con la llama encendida por lograr un cambio del espacio caótico en el que se movía, pero su belleza era anacrónica con su esencia. Cuando empecé a conocerla ella disfrutaba simultáneamente de varias relaciones amorosas incluso una tarde la había sorprendido coqueteando con el novio de una de sus compañeras. No sentía el mínimo oprobio y cada día jugaba a la ruleta del placer y su vida se fundía silenciosamente.

 

Su cuerpo con curvas armoniosas se opacaba entre esos trapos transparentes, de colores encendidos y mal gusto, sumergiéndose en la vulgaridad. ¡Eso me decepciona! Y mi interés por Sierva empezó a desvanecerse como huellas en la lluvia. Desde mi descubrimiento intenté instruirla de temas de cultura pero nada le interesaba. Descaradamente y sin la mínima educación ignoraba mis intentos de enseñanza, mis esfuerzos por extraerla de la caverna fueron en vano. Su interior estaba degradado y carente de sabiduría. Nunca había tomado una decisión sensata y siempre actuaba como una hoja al viento llevada por la fuerza de sus tornados emocionales; entonces se produjo en mí una repugnancia que jamás había experimentado.

 

¿Cómo se podía desperdiciar la juventud y la belleza que coincidían en un mismo ser? Cuando le mencionaba de un tema importante ella me interrumpía para contarme de sus actividades que realizaba cada fin de semana: relatos de fiestas, drogas, peleas y al final todo culminaba en sexo.

 

Si hubiese deseado tener sexo con ella lo hubiese logrado sin molestarme en organizar una cita- era adicta al placer sexual- pero con solo imaginar que ella se acostaba con todos los hombres que la pretendían el rechazo era inminente y en lugar de verla como Sierva la imaginaba como Cándida, una Cándida que se entrega no por deber sino por satisfacción.

 

La vida le había otorgado el premio de la belleza de la misma manera que la oportunidad de encontrarme para impregnarse de conocimientos, pero ella decidió continuar caminando por las mismas calles sin salida, impregnándose de su pobre mundo, aquel del que podía escapar, pero Sierva se negó a ello. No supe más de Sierva Cándida y no quise saber de ninguna que se pareciera a ella. Si deseaban disfrutar de una vida que no la merecían yo deseaba que no se cruzaran conmigo.

 

_ ¿Cómo sucedió? Retumbó la voz del detective en el frío cuarto.

 

_ El relámpago de la media noche iluminó por última vez su hermoso rostro deformado por el horror. La observé en una danza entre las aguas turbias de la muerte de la misma forma en que bailó la canción equivocada de la vida. La arroje a su descanso eterno.

 

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