__ La
tarde en que le di libertad a Sierva estaba lloviendo como nunca había sucedido
en la cálida ciudad. Aromatizadas del hedor estaban las calles inundadas que
arrastraban las basuras y las cañerías las devolvían a la superficie. En la
oscura noche, carente de luz eléctrica con nuestras ropas inundadas de maldad
mientras ella observaba desde el puente el caudal; un trueno se alineó con su
último grito. Enredada en su abundante cabellera culminó su viaje al igual que
la intensa lluvia de tres días.
Meses atrás desde mi oficina la detalle por primera
vez a pesar de que ya laboraba en la empresa desde hacía un par de semanas.
Solo cuando soltó su abundante cabellera dejándola caer por su blanca espalda
cual agua desciende desde las montañas, la miré con sorpresa y justo en ese
momento me di cuenta de que la Sierva María de todos los Ángeles que había
pincelado en mi imaginación estaba cerca de mí y no supe desde cuándo. Estaba
anonadado de su apariencia. Era magnífico que un personaje de una novela
estuviese en mi realidad y quise conocer su historia con la locura de que
tuviese alguna similitud a mi personaje.
La frescura de su piel evocaba en mí los mejores
momentos, admiraba cada día su belleza y juventud en contraste a la mía. Ella no
era inteligente, no conocía del arte pero sí de los códigos de su gente y
bailaba en el vaivén de ese modelo social. La imaginaba con telas de seda, con
un vocabulario exquisito, con la llama encendida por lograr un cambio del
espacio caótico en el que se movía, pero su belleza era anacrónica con su
esencia. Cuando empecé a conocerla ella disfrutaba simultáneamente de varias
relaciones amorosas incluso una tarde la había sorprendido coqueteando con el
novio de una de sus compañeras. No sentía el mínimo oprobio y cada día jugaba a
la ruleta del placer y su vida se fundía silenciosamente.
¿Cómo se podía desperdiciar la juventud y la
belleza que coincidían en un mismo ser? Cuando le mencionaba de un tema
importante ella me interrumpía para contarme de sus actividades que realizaba
cada fin de semana: relatos de fiestas, drogas, peleas y al final todo
culminaba en sexo.
Si hubiese deseado tener sexo con ella lo hubiese
logrado sin molestarme en organizar una cita- era adicta al placer sexual- pero
con solo imaginar que ella se acostaba con todos los hombres que la pretendían
el rechazo era inminente y en lugar de verla como Sierva la imaginaba como
Cándida, una Cándida que se entrega no por deber sino por satisfacción.
La vida le había otorgado el premio de la belleza
de la misma manera que la oportunidad de encontrarme para impregnarse de
conocimientos, pero ella decidió continuar caminando por las mismas calles sin
salida, impregnándose de su pobre mundo, aquel del que podía escapar, pero
Sierva se negó a ello. No supe más de Sierva Cándida y no quise saber de
ninguna que se pareciera a ella. Si deseaban disfrutar de una vida que no la
merecían yo deseaba que no se cruzaran conmigo.
_ ¿Cómo
sucedió? Retumbó la voz del detective en el frío cuarto.
_ El
relámpago de la media noche iluminó por última vez su hermoso rostro deformado
por el horror. La observé en una danza entre las aguas turbias de la muerte de
la misma forma en que bailó la canción equivocada de la vida. La arroje a su
descanso eterno.
Mar de letras
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