JEAR
Trabajaba duro y con mucho asco sobre las carnes
que manipulaba todos los días. Que descuartizar a la vaca, separar el tocino de
la pulpa al marrano, trocear el pollo, perniles, molida, costilla, huesos pal
caldo, pajarilla, hígado, el odioso callo, los complicados embutidos, carne,
carne, carne, sangre, sangre, sangre por todos lados. Se había acostumbrado a
no vomitar, a aguantarse las náuseas, a reprimir la impotencia que le generaba
el espectáculo de muerte de miles y miles de animales indefensos y, sobre todo,
a controlar su remordida conciencia a causa de la contradicción en la que
vivía: su magistral habilidad cortando los filetes no solo lo sostenían a él y
a su familia, sino que le financiaban su dieta vegana… de alguna u otra forma,
aportaba su granito de arena contra la asesina industria carnicera.
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