Y es que,
cuando ya no recurres a nada porque has perdido todo, y cuando ese todo fue
siempre no tener nada, el caos social se vuelven lagoterías, éstas, un panorama
colorido y el panorama, voces del silencio. Así, sitibundo no esperaba nada
porque en sus años lo había dejado todo, pero ahí estaba el tiempo para
devolverle todo en una procela alígera disfraza de bruja sonriente. Seth, en la
ciudad, mirando al cielo, contemplando el ligero correr cotidiano de la gente,
admirando vidas, andares, mirares, sorbiendo el café y mirando el vaivén de
rostros que atravesaban entre sí, se perdió en unos ojos negros, una procela
bruja sonriente que, sin extrañarse, se acercó a él y, que, desde entonces,
tomó el lugar de ser su fiel compañera a la hora del café.
Un día,
aquella procela no llegó, Seth, por el contrario, puntual a la cita, preocupado
se atrevió a preguntar por aquellos ojos negros que no estaban junto a él. De
la cafetería, dieron su dirección y sin mucho pensar, Seth fue en busca de
aquellos ojos negros en los que se descubre.
La
dirección, daba al hospital central de la ciudad. Lucía, ese, su nombre,
decidida a no entorpecer su propósito y por la desazón de Seth, contó sobre su
labor como médica en el hospital calmando las aguas del vivir.
-Aquí
trabajo, Seth- Dice Lucía.
-
¿Seguro? Trabajé aquí, nunca vi tu rostro,
seguramente nunca habría olvidado tu extraño mirar en el que me pierdo y me
encuentro en contados segundos- responde Seth.
Lucía: -
¡Seguro! ¿Vamos por el café de hoy?
Siendo
dos horas más tardes, el ruido que transcurre a la hora normal en donde se bebe
el café, se perdía y, al parecer, la fuerzas de Seth también. Aquel café
resultaba vital para él. Los ojos negros de Lucía perlaban aquella noche
mientras sorbían el café, Seth, consternado preguntó: ¿mal día?
Ella
respondió: -Sí, una dama blanca impaciente pasea por mí vida.
Seth sin
entender mucho, pensaba en sus pacientes, bebió la última gota de café y regaló
una mirada de consuelo.
Han
transcurrido tres meses desde el momento tempestivo del roce del mirar entre
Seth y Lucía, el tiempo, se agota.
Pasadas
dos semanas, se aproximaba el verano, Lucía ha propuesto a Seth hacer algo
extremo, cortarse el cabello y salir a volar con un parapente. Seth, sonriente
acepta y está ansioso por saber cómo se verá la joven Lucía sin su melena
negra, de cabello crespo igual al de él.
Pasando
por la peluquería, llegando a la loma y ajustando su parapente para volar,
Lucía toma la mano de Seth y agrega: -¡Encontrarme contigo es su suspiro más
que ni en las nubes podrá quedar!-
Volando
entre las nubes, el corazón de ambos se sentía astrífero, mentes miríficas y
plenas, pero algo en la garganta de Seth le impedía satisfacer su deseo de
gritar ¡LUCÍA!
Llegando
las cinco de la tarde, el café estaba servido mientras ambos ajustaban unos
pequeños sombreros en su cabeza para que el sol que aún se asomaba por la
ciudad, no quemara sus cabezas que ya no estaban cubiertas por el cabello.
En ese
atardecer, Lucía decidió acompañar a Seth, su padre, a la habitación en la que
vivía, le acompañó en la noche y en su despertar, con algunos tangos, vinos, y
tazas de café en el amanecer, Lucía se despidió de su padre con un abrazo
mientras Seth perdía la fuerza, cerraba sus ojos entrando en un eterno descanso
y abriendo sus brazos a una joven vestida de blanco que hoy posaba en él.
Lucía,
pasó los próximos dos días despidiendo a su padre. Seth presentaba hace varios
meses una bacteria que intentaba detener su latir. Lucía, en cada taza de café
lo acompañó con una medicina de la que él nunca sospechó; ella le evitó el
sufrir de sus últimos días regalándose a sí, la dicha de haber conocido a su
padre y haber compartido tardes tibias junto al café.
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