Quinto Concurso de Cuento Corto: LA PROCELA Y DICHA INTEMPESTIVA

 



Y es que, cuando ya no recurres a nada porque has perdido todo, y cuando ese todo fue siempre no tener nada, el caos social se vuelven lagoterías, éstas, un panorama colorido y el panorama, voces del silencio. Así, sitibundo no esperaba nada porque en sus años lo había dejado todo, pero ahí estaba el tiempo para devolverle todo en una procela alígera disfraza de bruja sonriente. Seth, en la ciudad, mirando al cielo, contemplando el ligero correr cotidiano de la gente, admirando vidas, andares, mirares, sorbiendo el café y mirando el vaivén de rostros que atravesaban entre sí, se perdió en unos ojos negros, una procela bruja sonriente que, sin extrañarse, se acercó a él y, que, desde entonces, tomó el lugar de ser su fiel compañera a la hora del café.

 

Un día, aquella procela no llegó, Seth, por el contrario, puntual a la cita, preocupado se atrevió a preguntar por aquellos ojos negros que no estaban junto a él. De la cafetería, dieron su dirección y sin mucho pensar, Seth fue en busca de aquellos ojos negros en los que se descubre.

 

La dirección, daba al hospital central de la ciudad. Lucía, ese, su nombre, decidida a no entorpecer su propósito y por la desazón de Seth, contó sobre su labor como médica en el hospital calmando las aguas del vivir.

 

-Aquí trabajo, Seth- Dice Lucía.

 

-          ¿Seguro? Trabajé aquí, nunca vi tu rostro, seguramente nunca habría olvidado tu extraño mirar en el que me pierdo y me encuentro en contados segundos- responde Seth.

 

Lucía: - ¡Seguro! ¿Vamos por el café de hoy?

 

Siendo dos horas más tardes, el ruido que transcurre a la hora normal en donde se bebe el café, se perdía y, al parecer, la fuerzas de Seth también. Aquel café resultaba vital para él. Los ojos negros de Lucía perlaban aquella noche mientras sorbían el café, Seth, consternado preguntó: ¿mal día?

 

Ella respondió: -Sí, una dama blanca impaciente pasea por mí vida.

 

Seth sin entender mucho, pensaba en sus pacientes, bebió la última gota de café y regaló una mirada de consuelo.

 

Han transcurrido tres meses desde el momento tempestivo del roce del mirar entre Seth y Lucía, el tiempo, se agota.

 

Pasadas dos semanas, se aproximaba el verano, Lucía ha propuesto a Seth hacer algo extremo, cortarse el cabello y salir a volar con un parapente. Seth, sonriente acepta y está ansioso por saber cómo se verá la joven Lucía sin su melena negra, de cabello crespo igual al de él.

 

Pasando por la peluquería, llegando a la loma y ajustando su parapente para volar, Lucía toma la mano de Seth y agrega: -¡Encontrarme contigo es su suspiro más que ni en las nubes podrá quedar!-


Volando entre las nubes, el corazón de ambos se sentía astrífero, mentes miríficas y plenas, pero algo en la garganta de Seth le impedía satisfacer su deseo de gritar ¡LUCÍA!

 

Llegando las cinco de la tarde, el café estaba servido mientras ambos ajustaban unos pequeños sombreros en su cabeza para que el sol que aún se asomaba por la ciudad, no quemara sus cabezas que ya no estaban cubiertas por el cabello.

 

En ese atardecer, Lucía decidió acompañar a Seth, su padre, a la habitación en la que vivía, le acompañó en la noche y en su despertar, con algunos tangos, vinos, y tazas de café en el amanecer, Lucía se despidió de su padre con un abrazo mientras Seth perdía la fuerza, cerraba sus ojos entrando en un eterno descanso y abriendo sus brazos a una joven vestida de blanco que hoy posaba en él.

 

Lucía, pasó los próximos dos días despidiendo a su padre. Seth presentaba hace varios meses una bacteria que intentaba detener su latir. Lucía, en cada taza de café lo acompañó con una medicina de la que él nunca sospechó; ella le evitó el sufrir de sus últimos días regalándose a sí, la dicha de haber conocido a su padre y haber compartido tardes tibias junto al café.




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