Cuando era pequeña, pensaba que el
acoso no era algo malo, pensaba que era algo normal, que cuando la mirada de
los hombres se posaba en tu cuerpo te hacían sentir bien, o eso pensé al ver la
satisfacción de mis amigas cuando los chicos le gritaban cosas en la calle.
Pensaba que el acoso era normal,
cuando salía por un helado con mi padre y el llamaba, miraba o le decía cosas a
otras mujeres mientras me tomaba de su mano.
Pensaba que el acoso era normal,
porque mientras más chicos te miran en la escuela más hermosa eres, y más
atención te prestan.
Pensaba que el acoso era bueno hasta
que crecí y habité en él.
La mirada de los hombres tratando de
invadirme no me hacía sentir bien, sentía como si sus ojos penetraran lo más íntimo
de mi ser, eso no me daba calma, al contrario, me aterraba. Sentir la mirada de
otros posada en mi cuerpo solo me hacía sentir culpable, desnuda y vulnerable.
Creía que yo estaba mal por vestir como me sintiera bien.
Descubrí que el acoso era malo, cuando
temía por la vida de mi madre y amigas en las calles, y para quedarme dormida
tenía que esperar un mensaje suyo, asegurándome de que habían llegado bien.
Que salir a la calle era
aterrorizante, subirte a un bus era aún más despreciable, tener que tratar de
hacerte donde no hayan hombres que traten de tocarte “accidentalmente”, y que
al pasar te rocen porque no había más espacio para caminar.
Descubrí que el acoso no era bueno,
hasta que tuve que enfrentarme sola a él.
Bajo mi piel escondo los secretos
más íntimos de mi ser, escondo mis ansiedades, mis temores y mis deseos
también. Tengo miles de guerras que amenazan con volver, pero estoy aferrada a
un pie de esperanza para no caer.
Pequeños trozos pasaban por mi
mente, aunque quería evitarlo no podía hacerlo. Sus manos recorrían mi cuerpo,
solo me veía estremeciéndome de terror. –Basta, gritaba mientras trataba del
soltarme de aquellas manos fuertes que agarraban mis muñecas. El parecía no
escuchar mis súplicas, continuaba besando mi cuerpo como si yo lo estuviera
disfrutando. Se subió encima de mí y su peso parecía ahogarme, por un momento
sentía morir. Las lágrimas que brotaban de mis ojos las sentía como si cortaran
mis mejillas. Era yo, tirada en el suelo en la mitad de la calle, mis piernas
temblaban y sentía como poco a poco perdía el control de mi propio cuerpo, y de
mi propio ser. ¿Pero por qué? Si aquel día salí con lo más largo que encontré
en el closet, no había bebido nada, y no era de madrugada. Solo era una chica
que venia de casa de su amiga que vivía a dos cuadras de su casa.
Sacudía mi cabeza, tratando de no
volver a ese lugar otra vez, pero no era suficiente, su mirada sigue plasmada
en mí. Sus manos recorrían cada centímetro de mi cuerpo, su piel era casi una
con mi piel, y sus labios estaban sedientos de más. Solo quería salir de mi
cuerpo en ese instante y dejar de sentir. Pero bajo esa piel estaba yo, aun con
el deseo de no habitar allí.
-Pero este no es mi cuerpo, dije
mirándome al espejo. Esa chica no era yo, no estaba aquella niña dulce que
tenía sueños, que amaba admirarse, en ese momento solo me daba miedo. Y es que
solo yo misma, puedo contar aquello que viví esa noche.
Después de ese día nunca más fui la
misma, no tenía fuerzas suficientes para reír o llorar, simplemente bajo esa
piel solo estaban los trozos destruidos de aquel que maltrató mi ser.
Suelen mirarme como alguien rota,
sin ni siquiera entender, que todas mis ilusiones se murieron esa noche,
mientras se desgarraba mi piel estaba muriendo yo también. El acoso no es
bueno, aun sigo con miedo de que cualquier hombre se acerque a mí, aun camino
con el miedo de que vuelva a suceder, y es que no quiero volver a
habitar bajo la piel del acoso.
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