-Nos
acostumbramos a la vida, pero no a la muerte y no dejaré que mis papás se
mueran –fue lo último que oí– tratamos de persuadirlo para que no lo hiciera,
pero no parecía escucharnos, su mirada contemplaba la ciudad brillante,
recorría las distantes calles y casas alumbradas y, en silencio parecía
despreciarnos, pues ni siquiera los gestos se pronunciaban cuando le hablamos.
Quise ayudarle, de verdad, pero los jóvenes no parecen comprender muchas cosas
de la vida aún, su mente le jugó una mala pasada. –Comentó el vecino Hugo a los
papás del joven–.
Esa
mañana lo despertó la pesadilla más grande de su vida, parecía tan real que las
lágrimas escurrieron al llenarse la superficie de sus ojos, y de un salto
despertó, no se sabe que soñó ni por qué creía tanto en ello, solo estaba
convencido de que por su culpa sus padres morirían. Desde ese día no volvió a
ser el mismo, intentaba no acercarse a ellos, ni siquiera hablarles, también se
distanció de los demás; fue una semana difícil para él, su actuar era de
indiferencia ante todo. El domingo siguiente, un 31 de diciembre, dejó sonar la
alarma, despertó sin estirarse ni bostezar, no saludo a sus padres, tampoco a
roco, quien se asomó moviendo la cola apenas abrió la puerta de su habitación,
como de costumbre. No se preguntó el motivo, pues no se dio cuenta, se duchó y
no sintió frio. Salió de su casa sin despedirse, deambuló por las calles y
aunque siempre iba a misa, no se dio por enterado, no le interesaba ir. Su mente se hacía añicos, y no paraban sus pensamientos
aleatorios sobre la vida, no guardaban la cohesión que amerita una
reflexión, solo pensaba y pensaba. Mantenía constante su caminar, la noche se
empezaba a asomar, la mirada hacia el frente, fija en la distancia porque no
sabía ni por qué caminaba, ni para qué caminar, solo lo hacía pues toda su vida
lo había hecho.
Ese
domingo del 2006 después de tanto caminar, y ya con el sol perdido detrás de
las montañas, se topó con el puente de la 16, al cual acudió para poner fin a
la promesa de aquella terrible pesadilla y salvar la vida de sus padres. Voces
lejanas trataban de persuadir sus oídos, pero él ya había decidido, pronunció
una frase delante de varios testigos y después de contemplar el paisaje
nocturno de su ciudad, se lanzó. La desdicha lo acompañó incluso en aquel
salto, pues la altura no fue suficiente, y en lugar de terminar en el
cementerio como deseaba, terminó en la clínica visión cumplida.
Hugo
contempló toda la escena y fue a contar rápidamente a los papás del joven.
Aquellos señores ya avanzados en edad, con gran prisa condujeron su 323 hacia a
la clínica, a la cual nunca llegaron.
Es medio
día y su caminar se ve interrumpido por un conocido, quien ya ha detenido sus
pasos en anteriores oportunidades, pero no su malestar, pues aquel hombre
intentaba donar a su mente algo de cordura, dando consejos en forma de reclamo
por lo que hacía cada año, aquel sujeto le pidió no volver a asustar a la gente
de esa manera e intentó persuadirlo de su situación, pues ya era tiempo de que
superara la muerte de sus padres.
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