AULLIDO
La
noche nunca fue tan silenciosa. Sus propios pasos eran lo único que
escuchaba por más que aguzara los sentidos. Caminaba a su ritmo,
atento a cualquier anomalía; el eco de las calles le tranquilizaba,
señal inequívoca de soledad.
Arriba
la luna, la hermosa luna, eterna compañera distante, testigo de
tantas noches de caos. Las cosas se habían puesto extrañas los
últimos días, los horrores presenciados serían recuerdos
imborrables; tiempos grotescos los que vivía.
- Tarde o temprano esto acabará- Se dijo a sí mismo, condensando en la frase un coctel de emociones, mezcla de temor, esperanza, odio, alegría, desolación y aceptación. – Tarde o temprano este sinsentido llegará a su fin-
Beodo
por aquel coctel, embriagado de su sentir, decidió continuar con la
misma calma, por mitad de la calle, aunque a lo lejos merodeaba un
automóvil. Se mantuvo sereno mientras el auto se acercaba, no se
turbó cuando el auto se detuvo enfrente, a unas tres cuadras. El
auto frenó y sus luces se apagaron; él se detuvo y sus pensamientos
le siguieron. Cinco cabezas logró contar en el vehículo, nueve ojos
le veían y les veía con detenimiento, tal como lo haría un cazador
al encontrarse frente a la presa, tal como lo haría una presa al
encontrarse frente al predador.
Las
luces del auto se encendieron a nivel deslumbrante y un rugido se
produjo al acelerar sin soltar el freno, todo en instantes, en
veloces instantes.
En
instantes el auto realizó la embestida, en instantes su objetivo le
esquivó dando un salto admirable sobre el móvil para caer detrás,
a pocos metros. En instantes los cinco tripulantes descendieron
vociferando injurias, adjetivos peyorativos y enérgicos predicados
que no dejaban en muy buen lugar la honra del sujeto que, en este
caso, constituía su objeto. En instantes dos de los tripulantes
blandieron sus bates de baseball cuidadosamente optimizados con
puntillas incrustadas para cumplir mejor al propósito, otro blandió
un machete, otro quitó el seguro al revólver y el último apuntó
su escopeta.
En
veloces instantes el caminante solitario se miró las manos, teñidas
de rojo por sangre ajena y seca; estas se convirtieron en monstruosas
garras, su cuerpo ordinario se transformó en una masa enorme de
musculo cubierta por pelaje tan oscuro como el firmamento sin
estrellas que envolvía la escena, su ropa rasgada cayó siendo
basura sobre el asfalto gris.
Atravesando
indemne los afilados dientes que poblaban sus fauces, brotó, de lo
más profundo de su ser, un aullido, que inundó de inmediato la fría
ciudad. Observó a sus rivales y les encaró preparándose para la
pelea.
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