Cuarto concurso de cuento corto: AULLIDO





AULLIDO

La noche nunca fue tan silenciosa. Sus propios pasos eran lo único que escuchaba por más que aguzara los sentidos. Caminaba a su ritmo, atento a cualquier anomalía; el eco de las calles le tranquilizaba, señal inequívoca de soledad.

Arriba la luna, la hermosa luna, eterna compañera distante, testigo de tantas noches de caos. Las cosas se habían puesto extrañas los últimos días, los horrores presenciados serían recuerdos imborrables; tiempos grotescos los que vivía.

  • Tarde o temprano esto acabará- Se dijo a sí mismo, condensando en la frase un coctel de emociones, mezcla de temor, esperanza, odio, alegría, desolación y aceptación. – Tarde o temprano este sinsentido llegará a su fin-

Beodo por aquel coctel, embriagado de su sentir, decidió continuar con la misma calma, por mitad de la calle, aunque a lo lejos merodeaba un automóvil. Se mantuvo sereno mientras el auto se acercaba, no se turbó cuando el auto se detuvo enfrente, a unas tres cuadras. El auto frenó y sus luces se apagaron; él se detuvo y sus pensamientos le siguieron. Cinco cabezas logró contar en el vehículo, nueve ojos le veían y les veía con detenimiento, tal como lo haría un cazador al encontrarse frente a la presa, tal como lo haría una presa al encontrarse frente al predador.

Las luces del auto se encendieron a nivel deslumbrante y un rugido se produjo al acelerar sin soltar el freno, todo en instantes, en veloces instantes.

En instantes el auto realizó la embestida, en instantes su objetivo le esquivó dando un salto admirable sobre el móvil para caer detrás, a pocos metros. En instantes los cinco tripulantes descendieron vociferando injurias, adjetivos peyorativos y enérgicos predicados que no dejaban en muy buen lugar la honra del sujeto que, en este caso, constituía su objeto. En instantes dos de los tripulantes blandieron sus bates de baseball cuidadosamente optimizados con puntillas incrustadas para cumplir mejor al propósito, otro blandió un machete, otro quitó el seguro al revólver y el último apuntó su escopeta.

En veloces instantes el caminante solitario se miró las manos, teñidas de rojo por sangre ajena y seca; estas se convirtieron en monstruosas garras, su cuerpo ordinario se transformó en una masa enorme de musculo cubierta por pelaje tan oscuro como el firmamento sin estrellas que envolvía la escena, su ropa rasgada cayó siendo basura sobre el asfalto gris.

Atravesando indemne los afilados dientes que poblaban sus fauces, brotó, de lo más profundo de su ser, un aullido, que inundó de inmediato la fría ciudad. Observó a sus rivales y les encaró preparándose para la pelea.

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