Serendipia
Jamás
verás al diablo en medio de un campo vacío, siempre estará en la
multitud mezclándose con lo común y lo decente, haciéndose pasar
por uno de los creyentes. Él te dará la más sabrosa de las mieles
y jamas llenará de sal si tú vida deseas endulzar.
Nadie
lo creería, ni siquiera pensarías que al ir a una simple biblioteca
buscando alejar el hastío de siempre con un estante lleno de tus
fascinaciones, te encontrarías la peor de tus perdiciones. Y es que
en el instante que tomé aquel libro viejo y empolvado, sentí la
suave brisa de la oscuridad envolver mi interior, mezclándose con
mis emociones negativas y creando un desasosiego que ninguna persona
podría ayudarme a controlar. La sola imagen del cadáver de un
hombre abusivo, alcohólico y drogadicto cubierto de sangre, cuyos
intestinos si bien podían verse desde allí, infectados de tanta
basura, me produjo una sensación como de amargura y alivio
simultáneos. Me posicione en arcadas, esperando que mi desayuno no
terminase en el fino mármol que se hallaba debajo de mí.
Mi
padre está muerto.
Como
si eso fuera posible. Al menos mi mente incrédula trataba de
convencerme de que no era cierto lo que mis ojos habían visto en
aquel objeto vetusto que sostenían mis manos temblorosas.
No
fue sino hasta que la gallardía llegó a mi ser, que confirmé lo
que había visto de manera rápida, como si fuese a sentir algún
alivio de no tener al abusador nunca más cerca de mi. ¿Debía
alegrarme? ¿Eso en qué me convertiría? No quise hallar las
respuestas a esas preguntas, y tras las intervenciones de la policía,
quedé libre de ir a vivir con otro familiar gracias a mi mayoría de
edad.
¿Que
si me quedé con el libro? Claro que no. Pero la duda me carcomía
por dentro, así que semanas después regresé a la biblioteca,
mirando de soslayo cualquier sujeto que pareciera atípico.
Efectivamente un hombre que estaba entre los cuarenta y tantos fue el
que se acercó al estante. Su reacción me dejó abstraída, puesto
que no demostraba el más mínimo temor mientras observaba el libro,
dejándome con sospechas de si era o no un misántropo.
Decidí
seguirlo y así fue como el destino me presentó a Robert Kanmwey, un
pobre hombre cuyas fuerzas enervaron al entrar a su casa y
encontrarse con todo un río de sangre bañando a su único hijo.
¿Habría
evitado algo si me quedaba con el libro o incluso, me deshacía de
el? Posiblemente. Y nunca dejo de lamentar mis acciones tan
apresuradas, lo cual llevó a una congoja de semanas interminables en
donde tuve que aparecerme por las mañanas tratando , aunque sea un
poco, de crear una repercusión positiva para él.
En
esos ataques de dolor intensos, salían palabras que revelaban poco a
poco la historia de él y su hijo. El chico jamás lo quiso y lo
trataba como la peor escoria del mundo y aún así Robert seguía
allí con entereza y vigor.
¿Y
si el libro le daba su merecido aquellos desagradecidos que golpeaban
la mejilla del individuo afable? No queríamos, pero luego de
hablarlo detenidamente, decidimos quedarnos con el libro. Para
sorpresa de ambos, días después apareció una especie de comunicado
en una de sus páginas:
"Salvar
a otros del dolor no quiere decir que se deba dejar a la injusticia
correr por las calles"
Entonces
lo entendimos, podíamos hacer alguna especie de cambio sin evitar
que esas cosas sucedieran y en su debido proceso, hallar a las
personas que piden a gritos silenciosos una ayuda que jamás se les
dará.
Los
siguientes meses, el libro se llenaba de datos verosímiles que
incluso se detallaban mejor que un expediente policiaco. Y si
hablamos de la policía, podían llegar dos o tres horas después de
que nosotros ya revisabamos la escena miles de veces.
— Robert—
sorbi mi taza de café, por quinta vez en el día en lo que el libro
insólito se abría a voluntad propia mostrando el siguiente
objetivo.
— ¿Otro
caso?
— Vámonos—
pronunció él.
¿Esto
es una injusticia que lleva a la satisfacción, o una satisfacción
echa de injusticia?
Posiblemente
sea: Serendipia.
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