¿Te
quedarías conmigo?
Las
gotas resbalaban por mi cabeza y se mezclaban en mi cabello. Cuando
bajé la mirada el color escarlata inundaba el piso de la ducha,
dejándome ver escenas inéditas de lo sucedido hace apenas unos
segundos.
Sabía
que era preferible soltar el martillo, pero mi mente no me dió
tiempo de trazar mis acciones con más detalles. Simplemente
escuchaba aquella voz que me gritaba que me detuviese, pero mi cuerpo
se negaba a ceder ante tales palabras tan hipócritas que, en cierto
modo, me hacían azotar con más fuerza su cabeza hasta ver el
líquido inundando cada rincón del cuarto.
Hubiese
tenido un final feliz, pero la enfermera que se levantaba cada día a
atenderme tenía encantos que no sólo me embrujaban a mí, sino a
todo el que la conocía. Su voz aterciopelada resonaba en mis oídos,
embriagándome por completo, mientras que sus ojos -idénticos a una
cianita- me mostraban un paisaje lleno de maravillas que sé, jamás
voy a ver.
Pero
ella no podía ser de nadie más. Si no era mía, no sería de nadie.
Aquellas
curvas delicadas resaltan en mi mente y después se teñían de
sangre. La sola idea de que pude haber hecho cualquier otra cosa, de
que la querida Anna pudo haber vivido un poco más, se desvaneció
cuando mi mente solo ideó palabras de apoyo ante la situación,
dejando un vorágine de emociones que hasta el momento, no supe
controlar más que con un martillo y una fuerza descomunal.
"Podría
haber vivido, pero ella mencionó a tu madre"
Este
cuerpo y mente le pertenecían a la mujer que me parió. Aquella
mujer que solo me repetía "Si
no puedes tenerlo, hazlo tuyo de una vez"
Suena
contradictorio, pero esas palabras empiezan a tener sentido una vez
que sientes que algo debe ser tuyo sin importar qué. Sin embargo,
pienso que todo hubiese sido diferente si mi madre me hubiese dicho
"Si
no puedes tenerlo, no es
para
ti".
Los niños crecen con las enseñanzas de sus padres y son ellos los
que
marcan
nuestra vida de forma permanente. Entonces ¿es culpa de mi madre que
Anna esté muerta? Tal vez sí, tal vez no. Ni siquiera encuentro el
sentido de la vida misma encerrado en estas cuatro paredes donde lo
único que escucho es la voz de mi madre sublevar ante cada cosa.
Por
esa razón el conejo del gordo Alexander que se sentaba junto a mí
en primaria jamás volvió a ver la luz del sol, o al menos jamás
salió del hueco que cabe en el patio de mi antiguo hogar. Incluso me
atrevo a decir que, por esa razón, mi hermana jamás llegó al baile
con el rubio de Collin Tanner.
Pero
como decía mi madre: "Si
no puedes tenerlo, hazlo tuyo de una vez"
Hago
uso una vez más de la poca cordura que me queda y observo con ahínco
lo que alguna vez, fue un hermoso rostro el cual me atrevo a comparar
con la misma afrodita. Su amabilidad tocó mi corazón, ella era
sencilla y directa, sin llegar a decir mucho para expresarse.
¿Soy
el malo aquí? vamos, piensa detenidamente la situación. No me
compares con esos asesinos que solo desean satisfacer su ego con
muertes innecesarias que los llevará al Armagedón, con indefensas
almas rodeando sus oscuros pensamientos.
Si
alguien me hubiese dicho que la policía me encontraría después de
mi decena de deseos cumplidos, le escupiría y le hablaría
improperios. ¡Ja! ay de ellos que lograron ubicarme en el plano de
la existencia, diciendo que lo que hacía
estaba
"mal".
Si tú vas y le dices a un cristiano que lo que hace está mal ¿no
estás arremetiendo en su contra y discriminando sus enseñanzas?
Por
eso la querida Anna, jamás se irá de mi lado. Estará conmigo,
junto a los demás cadáveres de aquellos seres que amo. Todos ellos
me pertenecen.
Jamás
se alejarán de mi lado.
"¿Verdad
madre?" me
giré para ver aquel cuerpo cubierto de carmesí, cuyos
cabellos
dorados eran lo más característico en su ser. Sus ojos habían
perdido su brillo, pero no importa. No importa porque siempre estará
conmigo.
Y
dime, ¿Tú también quieres quedarte conmigo?
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