LA
PUERTA EN EL LAGO
En
una cabaña retirada de la ciudad Yélupra, residen los Lashbrook.
Leticia y Fernando son los padres de Oriana, Ariana y Cooper, el hijo
menor. Él escribe mucho cerca del lago Lemán. Su padre quiere que
continúe con el negocio familiar cultivando plantas medicinales y
anhela que descubra curas de enfermedades. Cooper se siente
presionado por el deseo de su padre.
Una
noche, mientras la familia Lashbrook cenaba, Fernando hizo entrega a
Cooper de un libro sobre plantas medicinales diciendo:
— Hijo
mío, te entrego este libro depositando en ti la esperanza y futuro
de esta familia.
— ¡No
tienes derecho a darme tan gran responsabilidad! — respondió
Cooper.
Se
instauró un incómodo silencio que terminó con el azote de la
puerta principal al Cooper marcharse.
Era
media noche y Cooper se había quedado meditando en el lago Lemán.
Cuando decidió regresar a casa, vio un brillo en el lago. Una puerta
con marco de metal y perilla de oro emergía desde el centro.
Curioso
por abrirla, se preguntaba cómo podía una puerta estar flotando y
parecer tan estática a la vez, pero una vez tuvo contacto con el
agua se dio cuenta que era sólida y caminó hasta ella. Admiraba la
majestuosidad con que fue diseñada y los ruidos que emitía. Al
abrirla, un fuerte brillo lo abrazó y arrastró. El brillo se iba
desvaneciendo y poco a poco Cooper lograba ver. Veía sombras de
seres muy altos, con grandes sombreros y manos extremadamente largas.
Era un lugar muy amplio con muchas paredes grises.
Cooper
se acercó a unas sombras e intentó hablarles, pero estas no
respondían. Las sombras señalaron un bote de pintura y una brocha.
Intuyó que ellas querían que pintara las paredes y eso hizo. Las
sombras bailaban y Cooper se sentía libre con cada trazo que daba.
Siendo
las 3 de la mañana, Cooper se acordó de su familia y lo preocupada
que debía estar. Se despidió de las sombras y estas parecían
insistir en que se quedara, pero la preocupación de Cooper lo obligó
a salir.
Cooper
llegó a su casa empapado y temblando. Su preocupada madre cambió
sus ropas y metió en cama mientras su padre solo observaba.
Amaneció
y Cooper le pidió a su madre que lo acompañara al lago. Ella
aceptó. Llegaron al lago pero no había ninguna puerta.
Más
tarde, Fernando y Cooper salieron a caminar. Discutieron la
obligación familiar que Cooper debía asumir. Cooper expresó su
nuevo gusto por la pintura y lo incapaz que se sentía de seguir con
el negocio familiar. La desilusión tornó en azul los ojos de
Fernando y la furia tomó control de su lengua haciendo sentir a
Cooper culpable de existir.
Cooper
se fue corriendo a casa y se encerró en su cuarto. Allí pasó todo
el día, escribiendo y dibujando en su libreta.
Llegó
la media noche. Cooper contemplaba la ventana de su cuarto pensando
en las sombras. Reflexionando entre escaparse o no, Cooper se dio
cuenta que su destino ya estaba escrito y por más que escribiera, no
podría cambiarlo. Salió por la ventana hacia el lago Lemán y vio
que la puerta ya estaba sobre el agua sólida, corrió hasta ella y
entró.
Las
sombras fueron llegando a darle la bienvenida. Él se sintió feliz y
preguntó por qué la puerta no estaba cuando vino con su mamá.
Mediante señas, las sombras le hicieron entender que solo él puede
verlas. Claro, las compañías nublan la vista.
Cooper
siguió pintando paredes y luego se puso a escribir.
Una
sombra le señalaba a Cooper su delgada muñeca en la única pared
gris que quedaba. Un grupo de sombras fue llegando a esa pared hasta
el punto de no distinguirse ninguna de ellas. Cooper estaba muy
concentrado escribiendo que no notó lo que sucedía.
Al
otro día, la familia Lashbrook se dio cuenta que Cooper no estaba y
desesperados salieron a buscarlo. Leticia fue directo al lago Lemán,
donde encontró la libreta de su hijo flotando en la cual se
alcanzaba a leer: ‘Las sombras son grandes amigas, lástima que no
todos las puedan ver, pues solo yo puedo entrar a su casa, un lugar
el cual yo llamo Esquizo’.
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