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Cuarto concurso de cuento corto: RELATO DESDE UN PSIQUIATRICO






RELATO DESDE UN PSIQUIATRICO

Me desperté, el cuarto se encontraba oscuro, desbloqueé el celular ubicando mi dedo índice sobre el lector de huellas y sentí una pequeña punzada, justo había hecho presión sobre una pequeña herida que me había hecho el día anterior. Por el sueño no recordaba cómo me la había, quizás con el examen de sangre para mi documento de identidad, pero no, eso se curaba relativamente rápido, había sido con una lámina entre el proceso de registro de mis datos o de confirmación de mi estatura para mi documento. Confirmé la hora y me dispuse a levantar de la cama. Encendí la luz y posteriormente desbloqueé de nuevo el celular, esta vez con algunas gesticulaciones del rostro. Qué maravillosa que es la tecnología – pensé en voz alta.

Camino a un encuentro con unos amigos, con los audífonos a lo que daban, con un buen trap me puse a ver Fb, di algunos “me gusta” y dejé comentarios en algunas buenas publicaciones, compartí algunos memes o noticias de actualidad, actualicé el perfil con mis últimos empleos, estudios, lugares de vivienda y edad, aprovechando el tiempo libre, ya que un trancón me evitaba de nuevo llegar a tiempo a mi destino. “Ok, noodle”, pronuncié, seguido de una consulta que inmediatamente me arrojo un resultado en internet. Maravillosa tecnología, volví a pensar. Ingresé a Ig para observar algunas fotografías, ya que el tráfico nada que avanzaba, publiqué unas fotografías de aquellos lugares que había visitado en alguna ocasión junto al #TBT. Días aquellos que espero pronto vuelven, por lo pronto quedaba solo remembrar y disfrutar del recuerdo. Revisé algunas publicidades que me arrojaba alguna de las redes sociales y luego entré a realizar algunas compras online, mientras el tráfico seguía detenido. Recuerdo haber observado a través del cristal de la ventana, algunas gotas se deslizaban por él, como queriendo huir de algo o alguien, como si estuviésemos en movimiento, como si venteara, como si en este infierno de ciudad lloviznara en verano o venteara a plenas dos de la tarde. La gota desapareció, como una vida sin sentimientos, sin compasión, sin alteridad, sin memoria, rápida y sin hacerse notar, pero pronto desaparecieron una tras otra, tras otra, hasta no dejar nada en el cristal, hasta desaparecer el cristal, hasta desaparecer el bus, los transeúntes, el tráfico.

Desperté, estaba a escasas dos cuadras de mi parada, traté de espabilarme lo más rápido posible y me puse en píe para descender del bus. Avancé hacia el lugar acordado y empecé a ver las caras conocidas, me acerqué a uno por uno, pero ninguno me reconoció, todos me miraron con cara de disgusto, de sorpresa, de rareza, incluso aquel que más bien parecía mi versión joven, no mucho, pero algo más joven. Me acerqué y le pregunté su nombre, quizás era un familiar que no recordaba, pero no pude más que sonreír al escuchar mi nombre, a lo que repliqué que en serio me dijese su nombre, a lo que mis amigos, que ya parecían más sus amigos me dijeron que me fuera, que no jodiera, que debía andar borracho, o drogado, a lo que dije que era falso, totalmente falso, que si acaso se iban a hacer los güevones, que la bromita no era chistosa. Me disponía a propinar el primer golpe pa’afinar a esos hijueputas y que dejaran sus chistes pendejos cuando llegó una patrulla de policía, de la cual descendieron dos agentes que de inmediato se acercaron a mí preguntando qué pasaba, a lo que respondí que “Estos hijueputas acá chimbeando agente, nada para…” No había terminado la oración cuando uno de mis amigos dijo que sí era grave, que yo los estaba molestando, que no me conocían, que jamás me habían visto. Muchos hijueputas, pensé. El agente se dispuso a verificar los documentos y para mi sorpresa, mi nombre no era ya mío. El escándalo fue tal, que me diagnosticaron problemas mentales. Debí haberle preguntado dónde compró la camisa que usaba, y que era igual a la de una foto mía de hace pocos días. O debí haber notado el cambio en mi ropa en el instante.

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