Cuarto concurso de cuento corto: Enajenar en el olfato






Enajenar en el olfato

Renunció a meter sus narices en todo justo después de descubrir que con ellas podía dejar de percibir a las personas como tales y asignarles un lugar en la gama de olores que a lo largo de su vida había ido construyendo. El punto de quiebre fue cuando la sinestesia llegó a tal punto que ya no necesitaba ver a alguien para asignarle un lugar en su larga lista olfativa.

Los había de toda clase:Gente enferma: con infecciones en la piel, con gripa, con estreñimiento, con caspa. Personas adictas: al alcohol, al trabajo, a las drogas, al sexo, al sueño. Humanos con:

pereza, ira, amor, celos, preocupación, envidia, depresión, odio. Gente obsesiva: con el aseo, con el orden, con los espacios, con los colores.

Todo comenzó como un juego. De pequeña, cerraba los ojos y describía su entorno a partir de los aromas. Era la mejor en olfatear paisajes, sus amigos jamás la igualaban. Y no supo que sufría una condición clínica sino hasta los quince años cuando terminó con su primer novio porque…

Tu ropa huele a mal seca todo el tiempo.

Estás enferma.

No hicieron falta más palabras. Con el corazón roto y destilando depresión, se dejó caer en la enorme ciudad y reconoció que nadie, en efecto, podía hacer lo que ella: era única. Al principio, lo disfrutó. El mundo era suyo: la mejor comida, las mejores ropas, la mejor compañía. Pero el sueño duraba hasta que en su restaurante favorito olía a ratón o, incluso peor, cuando su compañía enfermaba de gripa.

Huía de todo y volvía a comenzar. Y, si bien “renacer” era divertido, con el tiempo se volvió agotador; así que decidió desechar su lista y remover su sentido olfativo, porque ya no podía disfrutar de la compañía de la mayoría de personas y porque la búsqueda de alguien perfecto resultaba extenuante.Un día de abril, aprovechando el aliento a esperanza con el que despertó, se internó en busca de la anhelada cirugía. Los doctores estaban extasiados, jugaban con ella: se metían objetos en los zapatos, se teñían el cabello y tenían siempre una nueva excusa para retrasar la operación.

Usted es un arma; no hay más de diez personas en todo el mundo que puedan ver a través de su nariz. ¿Quiere renunciar a eso?

Era cierto, podía percibir el mundo de tal manera que logró identificar el perfume de las mentiras y enojada escapó aprovechando el aroma a flores que llegaba por el ducto de su habitación.

Una vez afuera, decidió que acabaría con su problema ella sola. Salió en busca de soluciones en el viento, pero entre más lo pensaba, más dudas tenía al respecto. ¿Por qué dejar de ver el mundo a través de olores?; al fin de cuentas lo único que necesitaba era dejar de huir de él.

Decidió ser una cazadora: no habría ser vivo, alimento, textura o situación que desconociera su nariz. Así sus listas se hicieron más grandes: aromas sobrecogedores, repulsivos, embriagantes. Todo en el mundo podía ser etiquetado. Personas y demás seres vivos fueron entonces una sumatoria de sus olores: podía describir su tamaño, su aspecto físico, su forma de vestir, sus emociones, sus gustos. Sin embargo, cada vez que sentía que ya había terminado, algún nuevo olor llegaba.

Una noche de noviembre en la que se encontraba taciturna y con una fetidez a angustia dentro de sí, olfateó algo que atravesaba por debajo de la ventana. Era un hermoso gato negro que portaba con propiedad un olor que no correspondía con ningún otro. Lo siguió por los largos tejados mientras sentía que el vaho se intensificaba. Tenía los pelos erizados y un extraño tufillo a miedo comenzó a correr desde su interior: ¡detente! parecía gritarle, pero era imposible dejar de perseguirlo: sin importar el malestar que esto le ocasionara, tenía que saber de dónde provenía.

Finalmente lo atrapó y en el momento mismo de asirlo resbaló al poner el pie en una teja mohosa. Mientras caía sonrió con ironía: el olor que portaba el gato era el de su propia muerte y ella podría abrazarla con la tranquilidad de haberlo podido conocer… su labor estaba completa.

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