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Cuarto concurso de cuento corto: La ciencia en el amor





La ciencia en el amor

Estaba yo ahí, sentada en mi pupitre, de repente sentí una conexión inmensa casi increíble con un chico que entró al aula, era como una carga en el ambiente, yo era el protón y él un hermoso electrón, la atracción por mi parte fluía como un impulso incapaz de controlar, sin embargo, tenía que hacerme la difícil aunque sintiera que me derretía, pues tenía unos hermosos ojos color marrón oscuro, su cabello ligeramente despeinado hacia la izquierda y una sonrisa radiante que deslumbraba incluso a kilómetros de distancia.

¡Rayos! Me había quedado detallándolo por mucho tiempo, se dió cuenta que ví algo en él que me llamó la atención, me puse nerviosa y volteé la mirada.

Ya era hora del recreo, me desplacé a la cafetería y estaba él sentado en la última mesa, sin compañía, quería tomar la iniciativa por primera vez en mi vida así que decidí acercarme, estaba a unos cuantos pasos y una chica me ganó, se sentó a su lado y empezaron a hablar, puse en marcha el plan de la difracción pues la nena era mi obstáculo.

Me dirigí a la biblioteca y seleccioné un libro de física para una tarea, me ubiqué en una de las cabinas personales y me puse los audífonos, de pronto alguien ingresa y vaya sorpresa, era aquel chico, tanta fue mi suerte que de 50 cabinas eligió la mía, observé de reojo y retiré los auriculares, por primera vez escuché el sonido de su melodiosa voz, disculpándose por haberme interrumpido, así que le dije que no había problema, que se sentara a un lado. Me preguntó el nombre, la edad, canción favorita, color favorito y comida preferida, típicas preguntas para conocer por bordes a una persona, y ahí estaba yo, contestando cada una de ellas, actuando de la manera más seria posible e intentando activar mi electronegatividad. Al sonar la campana debíamos retornar al salón y en eso, me propuso salir a tomar un café, esperé un poco al responder para no sonar muy desesperada mientras sentía las altas frecuencias en que latía mi corazón, dije que sí.

llegó el esperado día y aún me resulta inolvidable su atuendo, su perfume, su manera de hacerme sentir cómoda mientras me envolvía con su campo magnético. En ese instante pude presenciar la flotabilidad en su máximo esplendor. Dialogamos desde un “¿cómo estás?” hasta un “¿crees que existen las sirenas?”, era muy espontáneo y puedo decir que fue una de las mejores conversaciones que he tenido, pues los temas nos surgían como la intensidad de la corriente eléctrica, poseíamos un fuerte magnetismo. Después de este maravilloso día se podría decir que comenzó la mayor travesía en mi vida, aquel hombre que llenaría mis días de aventuras y alegría.

Ahora, cuento esta historia desde mi silla mecedora, anhelando vivir una vez más cada uno de los recuerdos que tengo con mi querido esposo, los que permanecen en mi memoria y están tallados en mi corazón, esperando el reencuentro de nuestras almas en lo alto del cielo, pues con orgullo y felicidad puedo decir que fue y aún es el amor de mi vida y gran parte de mi núcleo atómico.


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