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Cuarto concurso de cuento corto: La calle de la desesperanza




La calle de la desesperanza

Qué buen día fue hoy, pude comer un pedazo de pan fresco. Sí, de ese recién hecho en la panadería y no de los tiesos que llevan días, a veces, con esas horribles partes de moho. Después de tanto tiempo pude volver a comer uno. Recuerdo cuando mi madre en la tarde preparaba el café y me lo daba, así calientito, junto a un pan igual de caliente y me tocaba esperar unos cuantos minutos para que se enfriara un poco.

Cualquiera pensaría que soy infeliz, pero no lo soy, estoy en un momento de tranquilidad en mi vida. La gente siempre me mira con la misma expresión, una cara de tristeza, de lástima, como si uno les estuviera pidiendo limosna. Aunque a veces sí toca, hay días en que no se encuentra buena comida en las basuras, todos tiran sus alimentos podridos o los días van dañando la buena comida que dejan. Alimentos podridos, encerrados en un saco negro… como yo.

Pero basta, no es momento de estar tristes, hoy estoy de buen humor porque me comí un pan fresco. Bien, te contaré como fue. Pasé cerca de una panadería, siempre hago lo mismo. Me siento y observo a las personas ahí sentadas. Me gusta imaginar a donde van, qué los ha traído a esta panadería, qué problemas los aguarda en las casas donde llegan y más que nada ver como se desvanece el pan en sus bocas. Es un secreto que sólo te cuento a ti, así que espero que no le digas a nadie. Cuando los veo, cierro mis ojos e imagino que soy yo quien va a disfrutar de esos alimentos. No estoy seguro si seguiré haciendo lo mismo. Hoy un hombre me vio en esas y sentí mucha vergüenza, odio tener que mendigar, si salí de mi casa fue para valerme por mí mismo. Pero él fue amable, se acercó a mí, me miro como si yo fuera una persona más y me ofreció el pan. Yo se lo recibí y salí corriendo. Tenía mucha pena. De pronto lo asusté, espero y sepa lo agradecido que estoy por darme de comer y no mirarme como lo suelen hacer las personas, con sus caras de “ay, ojalá pudiera hacer algo por ese chico” y no hacen nada.

¿Quién soy yo para juzgarlos? Ahora que lo pienso esa era la forma en la que miraba a mi madre cada que ese bastardo llegaba a pegarle. Ay, mi pobre madre, ¡cuánto ha sufrido! Pero es que me da una rabia, uno tan pequeño, sin poder hacer nada. Todas las noches me acuesto y pienso durante largas horas si tomé la decisión correcta al marcharme. Quizás si me quedaba algo podía hacer por ella, al menos acompañarla. Ah, pero es que no, no se justifica. Le insistí mucho, cuando Fernando se iba a trabajar le decía que abandonáramos esa casa, la vida nos ofrecía mejores cosas afuera que ese tipo, pero ella que no y que no. Que no sabía qué hacer sin él, que ella nunca había trabajado, que él la necesitaba, siempre tenía una excusa nueva. Pues que se aguante los golpes ella, aquí en la calle algunos días paso hambre, pero no tengo que soportar los golpes de otro. Ojalá la pudiera volver a ver para acompañar este pan de su cafecito caliente.

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