La
calle de la desesperanza
Qué
buen día fue hoy, pude comer un pedazo de pan fresco. Sí, de ese
recién hecho en la panadería y no de los tiesos que llevan días, a
veces, con esas horribles partes de moho. Después de tanto tiempo
pude volver a comer uno. Recuerdo cuando mi madre en la tarde
preparaba el café y me lo daba, así calientito, junto a un pan
igual de caliente y me tocaba esperar unos cuantos minutos para que
se enfriara un poco.
Cualquiera
pensaría que soy infeliz, pero no lo soy, estoy en un momento de
tranquilidad en mi vida. La gente siempre me mira con la misma
expresión, una cara de tristeza, de lástima, como si uno les
estuviera pidiendo limosna. Aunque a veces sí toca, hay días en que
no se encuentra buena comida en las basuras, todos tiran sus
alimentos podridos o los días van dañando la buena comida que
dejan. Alimentos podridos, encerrados en un saco negro… como yo.
Pero
basta, no es momento de estar tristes, hoy estoy de buen humor porque
me comí un pan fresco. Bien, te contaré como fue. Pasé cerca de
una panadería, siempre hago lo mismo. Me siento y observo a las
personas ahí sentadas. Me gusta imaginar a donde van, qué los ha
traído a esta panadería, qué problemas los aguarda en las casas
donde llegan y más que nada ver como se desvanece el pan en sus
bocas. Es un secreto que sólo te cuento a ti, así que espero que no
le digas a nadie. Cuando los veo, cierro mis ojos e imagino que soy
yo quien va a disfrutar de esos alimentos. No estoy seguro si seguiré
haciendo lo mismo. Hoy un hombre me vio en esas y sentí mucha
vergüenza, odio tener que mendigar, si salí de mi casa fue para
valerme por mí mismo. Pero él fue amable, se acercó a mí, me miro
como si yo fuera una persona más y me ofreció el pan. Yo se lo
recibí y salí corriendo. Tenía mucha pena. De pronto lo asusté,
espero y sepa lo agradecido que estoy por darme de comer y no mirarme
como lo suelen hacer las personas, con sus caras de “ay, ojalá
pudiera hacer algo por ese chico” y no hacen nada.
¿Quién
soy yo para juzgarlos? Ahora que lo pienso esa era la forma en la que
miraba a mi madre cada que ese bastardo llegaba a pegarle. Ay, mi
pobre madre, ¡cuánto ha sufrido! Pero es que me da una rabia, uno
tan pequeño, sin poder hacer nada. Todas las noches me acuesto y
pienso durante largas horas si tomé la decisión correcta al
marcharme. Quizás si me quedaba algo podía hacer por ella, al menos
acompañarla. Ah, pero es que no, no se justifica. Le insistí mucho,
cuando Fernando se iba a trabajar le decía que abandonáramos esa
casa, la vida nos ofrecía mejores cosas afuera que ese tipo, pero
ella que no y que no. Que no sabía qué hacer sin él, que ella
nunca había trabajado, que él la necesitaba, siempre tenía una
excusa nueva. Pues que se aguante los golpes ella, aquí en la calle
algunos días paso hambre, pero no tengo que soportar los golpes de
otro. Ojalá la pudiera volver a ver para acompañar este pan de su
cafecito caliente.
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