La
enfermera
Era
un día con mucho calor como de costumbre, el novio de mi tía, Don
Julio, estaba enfermo, habíamos llamado a una clínica para que
acudieran y lo atendieran lo más rápido posible, quince minutos más
tarde tocaron la puerta, fui corriendo a abrirla, la ambulancia había
llegado y con ella la enfermera también. No sé qué tenía la
enfermera, era una joven de aproximadamente 28 años pero sentía que
algo en ella me era familiar. Sin embargo, no sabía de dónde o tal
vez solo estaba alucinando. Lo que ocurrió enseguida fue que pasaron
corriendo al cuarto de don Julio.
Él
era un hombre de 58 años, de baja estatura. A simple vista parecía
un amargado pero en el fondo de su corazón era muy buena persona y
desde que empecé a vivir con ellos le había cogido un gran aprecio
pues a pesar de su carácter se había portado como un padre para mí,
cosa que yo no tenía, me aconsejaba, me regalaba cosas y me incluía
en las reuniones con su familia. Me atrevería a decir que realmente
me encariñe con él. Me sentía tan preocupada por él, lo miré tan
pálido, tan ojeroso que mi mayor miedo era que abandonara este
mundo. Tristemente unos ocho días después, los doctores dijeron que
tenía cáncer de estómago muy avanzado y no sobrevivió. Era martes
cuando nos dieron la noticia de que había fallecido, salí corriendo
de la universidad al hospital. Cuando llegué, todos estaban llorando
y mientras mi tía y las hermanas de Don Julio hacían el papeleo
para sacarlo de ahí y poder velarlo, yo decidí ir a verlo por
última vez. Él estaba en el cuarto 509 de cuidados intensivos pero,
¡no estaba solo!, estaba con la enfermera, la misma que mencioné
antes, estaba ojerosa y de un aspecto muy desagradable, no portaba
uniforme blanco como todas las enfermeras sino un uniforme negro y
cuando me miró, me sonrió de una manera casi diabólica, tenía un
bisturí lleno de sangre en sus manos, en sus ojos se veían placer y
fue ahí cuando me dijo:
-¡tanto
tiempo sin verte, seis años exactamente! ¡Preciso hoy estamos a 18
de marzo del 2019!
Y
fue ahí donde hice un flash back. Claro que se me hacía familiar
esa enfermera si fue la misma con el mismo bisturí y la misma
vestimenta, lo más curioso, la misma edad, la que atendió a mi
madre, un 18 de marzo del 2013. Con los ojos llenos de lágrimas le
dije: -¿Por qué?
Seguía
sonriéndome maliciosamente. -Porque es la ley de la vida. Respondió.
-Y no te preocupes que muy pronto me verás otra vez, incluso puede
ser que venga a atenderte a ti. Y sin decir más desapareció
dejándome vacía y con un gran miedo. No es que le tuviera miedo a
la muerte, temía volver a sentir la profunda tristeza que te deja la
partida de un ser querido.
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