Cuarto concurso de cuento corto: La ceguera del amor





La ceguera del amor


Erase una vez una puta humanidad, una de amor ciego, de dolor, de ceguera y de unidad. Quizá nos salvaríamos del dolor de existir y de morir, si en vez de buscar la eternidad del alma humana, hubiéramos proclamado la eternidad del amor. Comprendan que somos Dante y Virgilio al tiempo, por lo que mi historia es otra profundidad del infierno dantesco. En realidad somos el amor ;la historia humana es la del amor, lo descubrí cuando viví todas las vidas y llegue a la última.


Veo el final de la unidad que somos, se avecina un túnel de luz blanca, que destruirá la unidad, ya no seremos, porque descubrimos que todos somos uno. Buda, Cristo, Borges, por soltar los mejores nombres de jugadores. Todos tuvimos la oportunidad de descubrirlo. Al final, sólo las últimas vidas ya eran más conscientes y pudieron sospechar la eternidad.


Pero contémonos el inicio de la historia para que las vidas anteriores a la iluminación se den cuenta del bucle y del error eterno: ​el amor somos todos:un ser incompleto, pero no en el sentido platónico, sino ciegos, se es ciego ante sus deseos de placer. Foucault fue la vida más consciente de la ceguera de la razón, se puede resumir en su grito desesperado ¡si tan sólo hubiéramos sentido más y razonado menos el amor!


La ceguera ante nuestro ser incompleto es la que nos condenó al mundo corrompido. Somos el amor ciego ante nuestro cuerpo del momento, he allí la razón por la que creíamos, casi hasta el final de la unidad, que éramos sexuales. Creíamos que éramos heterosexuales u homosexuales porque no entendíamos las reglas de seducción de la otra vida que fuimos, somos o seremos. Cada vez que nosotros, el amor, reencarnábamos en un cuerpo he intentábamos mirarlo, es decir a nuestro cuerpo del momento, sólo era un bulto gris amorfo. Sin distinciones de género, sin categorías estúpidas, pero no nos confundamos con la palabra de androginismo; no éramos una sumatoria sino una anulación de todas las sexualidades.


Podíamos ver claramente la otredad, era hombre o mujer al principio, pero nosotros en el momento que fuimos un cuerpo y sentíamos atracción por el nosotros encerrado en el otro cuerpo femenino o masculino, no sabíamos sí le gustaríamos en nuestra presentación, en nuestra apariencia desconocida y silenciosa para nosotros mismos. He allí la gran confusión de las sexualidades. Lo que algunas veces llamaban homosexuales o heterosexuales, o las categorías que vinieron después, cuando estábamos en las últimas vidas de la unidad del amor.


Éramos nosotros, pero no sabíamos cómo amarnos, nos lastimamos, nos acostamos, nos violamos, y al final, nos amamos sin prejuicios ni distinción. Al principio de la eternidad pensamos que la imagen de nuestro ser individual era un cuerpo sexualizado, y al final de la inmortalidad del amor, éramos sólo bolas de luz que se unían según su deseo sin trabas.


Dije final de la inmortalidad porque se nos está acabando. Ya conté la historia de la humanidad: todo era una inmensa búsqueda del otro por saber si éramos el cuerpo que le atraemos a nosotros cuando estuviéramos en ese cuerpo. Las preguntas eran guías para descifrar nuestro deseo ¿Te gusto? ¿Le gustare? ¿Qué te gusta de mí? ¿Por qué no te gusto? Los más iluminados propusieron el karma como explicación al mal y al bien que hacemos al otro. Pero siempre éramos uno sólo, la unidad.


Sé que suena estúpido esto del final ¿Cómo si somos un dios? El dios del amor. Pues lo que pasa es que la eternidad, por sí sola, es un castigo, pero no sé cuál círculo infernal es. Cuando acabe esta eternidad empezará inmediatamente otra eternidad, la de la víctima. somos la eternidad que rechazó, que odió, que mató, que violó, en fin… somos el asesino, el cazador, y en la otra eternidad, después del túnel de luz, seremos la presa, el cordero lleno de amor y perdón, seremos las víctimas maltratadas y asesinadas, la niña violada; pero también seremos el placer, la parte de la humanidad que se dedicó a cosechar el amor y la sexualidad y no la que lo estudió y lo mató.


Zonpi.

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