VI Concurso de Cuento Corto: ABRAXAS



¿Cuándo fue la última vez usé el español? Quizá fue antes del encierro, unos 6 o 7 años atrás. Cuando intentaba de manera infructuosa relacionarme con otras personas, sentirme parte de algo otra vez. Luego solo hubo encierro, yo y mi cuarto de 5 mts2. Fui muy feliz, claro que lo fui.


Miriam, mi madre, es todo el contacto que necesito con el mundo exterior. ¿Para que iba querer salir de mi cuarto si tengo todo lo necesario? Lo necesario y mis amados LPs. Tengo uno para cada ocasión, una salsa bestial que me recuerda a mi tía Ester y a los años en que fui feliz. Un guaguancó para mis ya fallecidos amigos melómanos. Y un bolero romántico para el amor de mamá y papá.


  • diario la rutina en mi casa es exactamente la misma. Tres toques en la puerta me avisan que el desayuno está listo. Entonces corro de inmediato a refugiarme en mi cama. Miriam entra y sin mediar palabra deja el desayuno en el escritorio, sale con los platos de la cena del día anterior para evitar realizar el ritual más de lo necesario. Y así se repite con las tres comidas: tres toques, me acuesto, el almuerzo sobre el escritorio y mamá se retira con los platos y sobras del desayuno. Siempre dejo sobras.


Como cada primer jueves de los últimos 29 años, me dispuse a reorganizar toda la colección de LPs, ese mes, escogí una disposición por colores de las portadas. Cerca de 3 horas después, no había toques ni rastro de Miriam. La felicidad plena no era posible. Miriam dejó de venir sin previo aviso, dejé de escuchar como cocinaba, aseaba y mimaba a su cacatúa. No hubo más comida ni boleros del exterior. Miriam, mi madre y mi diosa, me abandonó.


A ciencia cierta no sé cuánto pasó, mamá no solo me llevaba la comida, también marcaba la temporalidad de mis días y mi existencia, pues en mi pequeño cuarto no entraba ni un destello de luz del exterior. Y con su ausencia no sabía cuánto había pasado desde la última vez que trajo la comida. El agua del baño empezó a escasear, luchaba a diario por no ahogarme con mi propio olor nauseabundo. Fue entonces cuando las sobras llenas de moho empezaron a parecer apetitosas, cuando mi estómago reclamaba la ingesta de lo que fuera. Pasaron los días y por debajo de mi puerta empiezan a colarse moscas y con estas el olor a descomposición, fue ahí cuando me llegó la certeza de mi muerte. Miriam no iba a regresar.


A escasos metros, en el cuarto contiguo, yace el cadáver de su madre, en la misma posición en la que está Samuel. Un paro cardiaco en la madrugada acabó con Miriam desde hace poco más de un mes.



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