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VI Concurso de Cuento Corto: Instantáneo acontecer

 



Tronaba la música a esas horas de la tarde, el sol brillaba con intensidad, doraba altísimos cedros musgosos y palmas de vino, los cuales se extendían en hilera curva a raz de una edificación descubierta en cuyas cortas paredes resaltaba un muro con la inscripción ACAB, justo encima del símbolo anarquista en diagonal. Un Mauricio fascinado, contemplaba en derredor. Era un terreno amplio, decenas hectáreas de eriales pastos eran atiborrados por cientos de miles de personas ansiosas, a expectativa por la presentación de la banda estelar de aquel festival; un hecho inédito, todos sabían que muy probablemente esa sería la primera y única vez en que podrían disfrutar en vivo y en directo de un concierto de tal magnitud.


Con tal de pagar su entrada, viaje y hospedaje, Mauricio se había esforzado arduamente meses enteros tratando de compaginar trabajo con los deberes de la universidad. Pensaba deshacerse de todo ese estrés y depresión acumulada a lo grande; por suerte, la chica que le gustaba, María, y otros amigos cercanos lo acompañaban. Humos verdes iban y venían, tragos de chapil se sucedían sin parar, líneas blancas trazaban un mundo de ensoñación. Faltaba poco para la ansiada exhibición musical, tal vez dos o tres canciones después de la presente. Decidieron ir acercándose, querían estar en el corazón de la multitud cuando llegara el momento. Pese a los empujones y los avances a trompicones, a Mauricio le parecía que toda la gente ahí reunida era genuinamente feliz, increíblemente hermosa, rostros sonrientes, piercings rebeldes, artísticos tatuajes, uñas pintadas, almas vibrantes, orgánica potencia sublime. El cielo cerúleo era bellísimo, veía en las esponjosas nubes figuras de un blanco acentuado y consistente, observaba en cada ser una semilla refulgente.


Una sucesión de imágenes lo iban interceptando, y de pronto ya no caminaba, se dejaba caer por ringleras de fractales, deviniendo en yuxtaposición de dimensiones. Bañado en una lluvia explosiva de colores, Mauricio sentía el palpito aireado del acontecer, el mar de personas lo estimulaba, lo impulsaba a ser. Afloraban trémulas mandalas por doquier, un halito de excitación creciente se desplegaba en el ambiente, de súbito, un retumbar, una guitarra, una batería, un canto desgarrado. Todos se empezaron a mover agitadamente, a saltar al unísono. Mauricio serpenteaba los brazos, removía el cuerpo en tumbos desproporcionados, un correr en círculos precipitados, una barrida desquiciada, pero todo al son de la música, todo en armonía con el flujo natural, al ritmo del instante. No tardó en besar a María, comenzaron a bailar como almas libertinas, como sustancias desenfrenadas, despojándose de cualquier malestar y desazón.


Un paroxismo esquizofrénico se apoderó de todos, headbanging violento, sacudidas vehementes. Un demente besuquear, un maniático manosear, se bajaron los pantalones. La música no paraba, las notas iban en ascendente tono, cada vez más intensas, más agudas, en infinita agresividad y desequilibrio; desgarraban el tiempo y la inmanencia, un devenir de fuerzas exuberantes e inapresables. Mauricio se sintió punzado por la vibra

del talismán, ondulaba por arabescos y celosías de oscilante estremecer; María parecía experimentar lo mismo, la agarró por la cintura, la estrechó para sí.


—Te amo muchísimo —alcanzó a suspirar.


Pero las palabras ya no importaban, no había oídos que valieran, ni comprensión lingüística posible. La estridente pareja se enfrascó en un trance irregular; Mauricio observó al cielo, vio estrellas y galaxias, diagramas de planetas, nunca había experimentado ni de cerca aquellas pulsaciones inconscientes que se empezaban a adueñar de él, pensaba albergar en su interior el universo, los ciclos del macrocosmos. Pero él solo continuaba en su trajinar, con los ojos desorbitados, rasgando el sexo de María, en desbordante fascinación, en enérgica sobreabundancia del acontecimiento.


Unas luces brillantes, yantras penetrantes, coito pulsante, desmesurado ritmo cardíaco, todo era tan rápido y problemático, los límites irreales, las emociones excesivas. De un momento a otro cayeron ráfagas y gotas picantes, choques de rayos, vesánicos tumultos y puñetazos; y de pronto, en el instante culmine del mejor orgasmo conjunto, Mauricio visualizó cómo una constelación dibujada de un color inexistente subyacía a la efectuación nunca posible del acontecer, a la acción involuntaria de su querer…


Finalmente, los organizadores se vieron obligados a cancelar el festival y a lamentar la muerte de un asistente de origen extranjero.



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