VI Concurso de Cuento Corto: Pesadilla de la infancia



Una tarde otoñal de esas en que las hojas abandonan a los árboles para adherirse al suelo, una anciana se paseaba por un parque lentamente como arrastrada por los gélidos vientos de octubre buscando el consuelo de los patos que nadan y agitan sus plumas para comer unas pocas migajas de pan, se topó con una flor marchita que señalaba un camino de piedras pequeñas, blancas e inquebrantables que dirigían a una arboleda con una gran puerta de ramas y rosas. Guiada por su curiosidad, la anciana siguió el camino y sus ojos se deslumbraron al ver un gran lago de aguas diáfanas con un gran samán en el centro, suspendido en una pequeña isla de rocas oscuras y arena amarilla donde se posaban pájaros de muchos colores y especies atraídos por una nube de olores confusos provenientes de un hermoso rosal que rodeaba el lago.


Una pequeña banca acompañaba el mágico lugar donde se sentó la anciana para contemplar su belleza cuando su sosiego se interrumpió por la aparición de nubes grises que anunciaban lluvia, pero no era lluvia lo que caería sino una gran tormenta de recuerdos aplacados por la transición de la niñez a la adultez: sus monstruos de la infancia.


Al posar su melancólica mirada hacia los monstruos que yacían detrás del gigantesco samán, lágrimas de felicidad cayeron como ríos sobre su rostro arrugado. Y es que, la anciana había pasado casi toda su vida buscándolos cuando desaparecieron en su adolescencia.


-¿Por qué dejaron de visitarme en las noches?- preguntó la anciana emocionada-. ¿Acaso ya no les importo?


-No se trata de eso- dijo tajantemente el más grande de ellos.


-Entonces… ¿por qué vinieron aquí?- preguntó la anciana con una voz muy cansada.


-Tú nos obligaste a buscar otro lugar luego de que dejaste de temernos y empezaste a encontrar en tu interior otros miedos que te acompañarían por el resto de tu vida.


Luego de escuchar esto, la anciana puso una mano en su corazón como midiendo el tiempo que le quedaba de vida y le pidió a los monstruos que cruzaran el lago y se sentaran a su lado una última vez.


Los monstruos negaron con tristeza, porque la única manera de cruzar era un puente que se alzaba sobre el lago cuando alguien les temía pero, la anciana ya no tenía fuerzas para temerles.


-¿Por qué no simplemente cruzan nadando?- preguntó la anciana.


-Las aguas son muy puras para cuerpos como los nuestros que se alimentan de emociones negativas- respondió el monstruo de postura encorvada semejante al de la anciana.


-¿Y si yo lo cruzo?- dijo la anciana sin medir consecuencia alguna.


-Podrás llegar a nosotros pero, a medida que te acerques a la isla, volverás a temernos y te harás pesada como plomo y eso te llevará a ahogarte en la infinita profundidad de sus aguas- aseveró el más sabio de los monstruos.


La anciana se quitó el abrigo de piel que llevaba, dejó sus pantuflas en el pequeño banco de madera, soltó su cabello como una joven clavadista que va a dar su primer salto al agua, miró al cielo oscurecido buscando un rayo de luz que iluminara su rostro por última vez y se lanzó al lago aceptando su inevitable destino.


Tan pronto como se iba acercando a la pequeña isla volvió a sentir ese miedo que había estado buscando, su vista se hacía más clara, sus brazos y piernas más ágiles, pero su cuerpo se hacía más y más pesado. Al mirar su rostro reflejado sobre el agua notó que su vejez había desaparecido y ahora era una niña.


Cuando más joven se volvía más pesada se hacía y sus fuerzas no bastaban para mantenerla a flote. Los monstruos al ver como el agua la iba borrando de sus vistas, intentaron ayudarla estirando sus largos y deformes brazos para sujetarla pero, fue inútil, el agua se la había tragado consumiendo su vida.


Después de esto, se alzó un gran puente de madera y roca caliza con una hermosa rosa blanca en medio. Los monstruos extrañados miraron la rosa y se dieron cuenta que su miedo no eran sus caras y cuerpos, sino la soledad.



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