VI Concurso de Cuento Corto: Un viaje

 


Una desventurada colilla cae del precipicio y encocora el asfalto mojado. Ya es la decimocuarta en dos horas, tan solo le restan dos. El apartamento es un desastre: libros diseminados, envolturas engurruñadas, latas estrujadas, calzoncillos andrajosos, atadijos de narcóticos e inyecciones, patas de marihuana, diminutos fragmentos de vidrio, pastillas coloridas, migajas de alimentos, manchas pegajosas, condones cerosos, y demás fruslerías adornan el engorroso habitáculo. Sentado en una silla de plástico de espaldar recostado, cabecea, lánguido y exhausto, contempla desde el balcón la majestuosa noche que arrastra la llovizna melancólica. La pesadumbre en sus ojos es notoria, ojeras exuberantes reflejan un irreparable insomnio, erosionados labios faltos de amor, úlceras bucales y dolores musculares satirizan su precariedad espiritual, un sombrío y gélido hálito invade su alma.


El impávido fantasma del suicidio lo estremece; fatiga, convulsión, paranoia, angustia, sufrimiento, inquietud, astillamiento, opresión en la parte de atrás, sensación de vacío, angostura de corazón, desolación perpetua. Connotaciones mentales de frágiles simios cognoscentes atiborrados en un pedazo de roca flotante en el inmenso vacío, sin propósitos y esperanzas algunas de evadir el olvido y el no ser. Lo absorbe el sinsentido, mientras sube el cigarro a la boca míseras lágrimas resbalan en sus mejillas, dos largos plones, tose aciagamente. De los auriculares escucha algo de neoclassical darkwave, melodía cósmica hilada apaciblemente a las gotas de agua.


Su nictofilia y pluviofilia lo ayudan a reflexionar profundamente; a sus pensamientos llegan numerosos recuerdos que considera pueriles, como el trabajo, relaciones interpersonales, la situación tan lamentable del país y del mundo… no quiere discurrir en aquello, simples preocupaciones de débiles existencias. Y sin embargo, a veces se entrega a esas banalidades para disimular que encaja en el esquema predominante de la sociedad tardomoderna activa. Por fin, deja atrás tan repugnantes cavilaciones y se entrega al misticismo, con el anhelo de experiencias transmundanas y de reintegrar su esencia a la materia insondable del universo.


Las ventanas empapadas de los edificios que conforman el conjunto residencial en donde vive parecen hacerle muecas, unas sonríen, otras languidecen, y otros denotan un ceño fruncido; asimismo, de la tenue luz de las luminarias aprecia unas sombras humanoides que le amagan cripticas señales. Súbitamente, algo le hace levantar la mirada, echa un vistazo a las espesas nubes grisáceas y atisba en su interior pequeños puntos circundando rápidamente, cada vez son más grandes, traspasan las frondosas nubes cual ráfaga fugaz, conducen hacia él. Se trata de una legión de gárgolas que extienden sus venerables alas oscuras en señal de imponencia.


Está fascinado, flujos de sangre como olas de linfa borbotean su interior, acaso lo eligieron. El vértigo de tan asfixiadora expectación lo emocionan, en su vientre siente un leve hormigueo y una especie de parálisis cosquillosa. Finalmente, una enorme gárgola posa sus rígidas garras de acero en la barandilla del balcón y lo hace trastabillar, tal criatura solemne desprende una envolvente y potente energía, aureola de divinidad. Siente el incesante pálpito de su corazón desamparado, de rodillas y al borde de un infarto cardiaco, intenta levantar la mirada. Forzosamente visualiza unos irresistibles ojos brillantes negro azulados, además de un semblante ensombrecido, que denotan dos colmillos exorbitantes, orejas largas y puntiagudas, nariz aguileña.


Cuando está a punto de desistir, la criatura lo agarra de la parte superior del buzo y lo eleva hacia el hogar de los dioses, morada de la libertad espiritual. Empero no se detienen ahí, el aire intenso y rebosante comienza a desaparecer, ahora solo siente una inmensa serenidad pese a su falta de fuerzas, es el fin, piensa.


Por fin escapan de la exosfera y contemplan la magnificencia del firmamento, lo sobrecoge el deleite de su alma, nunca apreció tal brillo celestial de las estrellas. Se desliza por un universo mágico y psicodélico, flotando en la lúgubre y vacía ingravidez del infinito, fundiéndose en mantas cósmicas. Recuerda su vida mortal con cierta melancolía, quisiera volver y aferrarse a la vida, a pesar de todo, no está listo para morir.


—Tranquilo hijo mío, este es tu verdadero hogar —pregonó la gárgola que aún lo seguía sosteniendo con sus garras. Y como si se tratase del murmullo de las estrellas, un misterioso susurro desintegrándose entre sus pensamientos,


—Todo estará bien, todo estará bien...



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