VI Concurso de Cuento Corto: Los mundos dentro de mundos

 


Mientras moría en su cuarto descubrió una sorprendente verdad: No sólo habitamos en objetos, los objetos nos habitan. Lo descubrió rodeado de su puerta. Esos olvidados seres que crean y aíslan universos, los protegen y los ocultan, nos esconden y nos desnudan; un sólo mover hacia delante o hacia atrás puede ser catastrófico o afortunado. «¡Qué gran vigilante es mi puerta! —gritaba ardientemente él, pues así hallaría paz— Es ella la piedra angular que divide mi mundo y el de aquellas figuras grises. Ella es mi mundo entre los mundos. Ella es la manifestación dialéctica entre el adentro y el afuera». Bajo este alumbramiento sus objetos develaron su verdadera forma.


Su biblioteca destruye y encarcela al infinito. Quizás, por ello los grandes hombres y mujeres lo llaman el universo. Ahí está ese libro, mesa de disección y laberinto, que apresa imaginarios monstruos desde el inicio de los tiempos forjados por la fantasía de los hombres y mujeres. Apresa y apresará, pues está incompleto ante su infinita tarea. «Duele —decía mientras sollozaba el anciano— pensar que mi ignorancia es preservada por mi biblioteca: letras que no entiendo, conceptos que no comprendo, libros que no alcanzo, lecturas a medias o superficiales, tradiciones que no entiendo y nuevos libros por inventar que jamás llegarán a ella; antaño mi amada biblioteca las amenazaba. Sueño, escondiendo la verdad, con que algún día, quizás, lo vuelva a hacer».


Su cuadro es el entusiasta contrincante del contradictorio tiempo. «¿Por qué me haces sufrir tanto amado tiempo? —pensaba él—. Eres tú, extraño, potencia del olvido y posibilidad de lo eterno. No hay memoria ni aprendizaje sin ti, pues a tu luz surge lo que no debe ser olvidado. Eres tú la contradictoria brújula que no comprendemos». Su cuadro lo combate, pero, oh contradicción, también lo preserva: le recuerda quién era, le recuerda la eterna belleza de su lejana amada, le recuerda a todos los que no debería olvidar, pero con ello expone el flujo del tiempo; le muestra lo que no es y es sólo en la razón del tiempo. Sobre todo le colorea sus recuerdos; no le permite olvidar aquella óptica colorida del pasado. Pasado, porque ahora todo es gris, excepto el rostro en ese cuadro que permanece en medio de todo, corazones grises colgados sobre figuras grises, ojos grises dentro de los cuales solo se manifiestan sombras grises y oscuras.


Su cama, gris y amarga lo desconsuela. Ella es sólo una máscara de las cadenas que imprime en su cuerpo la larga noche del dolor y del tiempo, no hay uno sin el otro. Gris al igual que esas malditas paredes, recuerdo de lo artificial, que lo atrapan y encarcelan. Dicen que ellas antiguamente custodiaban al ser más hermoso: su ventana, pero ya hace mucho tiempo que la asesinaron. «¡Extraño a mi amada ventana!» Gritaba él para aplacar a su corazón. Un crimen por el cual tristemente nadie ha sido condenado, por no hablar de su siempre único balcón.


Además, él no comprende esas nuevas ventanas lúgubres, a las que se encadenan las nuevas generaciones, llamadas computadoras y celulares. Mundos infinitos en un mundo finito, la más gratificante compañía en la más absoluta soledad. «¡Malditos seres! Demasiado tiempo perdido ¿Cuánto tiempo hace que no tienen tiempo?, ¿Cuánto tiempo hace que necesitan más tiempo? Han olvidado el carpe díem y las palabas de Séneca». Tiempo dame tiempo—él lo repetía—, pero el Dios tiempo nunca espera, siempre gana, siempre se burla.


Rodeado de sus amados objetos aquel anciano podía captar la esencia y no el accidente, pues un ser es todos los seres: una puerta es todas las puertas y al mismo tiempo ninguna. Cada objeto es tan sólo la proyección de lo eterno. «Quizás los humanos —decía para sí aquel anciano para consolarse— escapemos a el tan sólo y atroz arquetipo a través de la dialéctica entre el yo y los otros. Nosotros no proyectamos nada, nosotros somos el infinito. Un infinito enemigo de lo eterno y del para siempre». En fin, aquel anciano vivía rodeado de una perpetua contradicción en su cuarto: la vecindad de lo incompatible.


Nomad


2022



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