VI Concurso de Cuento Corto: Lo blanco


Claude soñaba con sentarse a mirar al cielo y poder analizar las nubes, pero en aquella habitación no podía hacerlo. Su única compañía era El viejo detrás de la rejilla de la puerta, al cual veía cuando le pasaba la comida y al que podía hacerle una pregunta al día. En ese cuarto solo tenía su guitarra, algunos libros y las ilustraciones de paisajes que adornaban las frías paredes que le rodeaban. El recuerdo más antiguo que tenía era del día en el que el viejo le paso la guitarra. Esa habitación era lo único que conocía. Desde siempre, lo que más le causaba curiosidad del exterior era la naturaleza del cielo y de las nubes. “Algo que flota encima de nosotros, un mar infinito y etéreo, ¿hay un concepto más bello?” se decía a sí mismo. Componía canciones sobre la belleza de los cielos, trataba de poder escucharlo, y soñaba con el azul deteriorado que reflejaba en sus posters. Su curiosidad aumentaba cada vez que le preguntaba al viejo, pues sus respuestas eran más bien confusas. “Es como el agua que te doy”, “Es como el Re de tu guitarra”, “Es como el olor de ropa limpia”. Estas definiciones le molestaban, pues “nada es como nada” y “¡Las nubes son como las nubes!”. “Como”, “como”, “como” se cuestionaba cada día.


Su molestia aumentaba pues las definiciones del viejo empezaban a contradecirse cada día más. “¿Qué significa que sea como un Mi sostenido?”,¿Cómo estornudar al fumar?”, “¿Cómo afinar una guitarra al revés?” preguntaba Claude. El viejo sonreía, y le advertía de lo peligroso de su obsesión. Un día El viejo le mostro un color azul y uno blanco. Claude trato de agarrarlos, pero no lo logró. El viejo se burló de la cara Claude, quien bastante molesto le cuestiono al viejo porque no le dejaba tener los colores. El viejo soltó una carcajada, y solo dijo “no entenderías para que usarlos”. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso el viejo era tan egoísta? ¿Por qué tentarlo de esa forma? Su cabeza solo daba vueltas alrededor de ese pensamiento. No era un dibujante prodigioso, pero podría adornar con un hermoso cielo su guitarra, o sus sabanas, o el piso, o el techo blancuzco que miraba al dormirse. Cada día negociaba con el viejo para que le diera los colores, y el siempre daba la misma respuesta. Empezó a cuestionarse el salir del cuarto. No era algo que hubiese necesitado hasta ese entonces, pero no se sentiría en paz hasta tener esos colores. Ese pensamiento carcomía su cabeza.


Los días pasaban, hasta que después de meditarlo se propuso el salir de la habitación. Lo único que tenía que hacer era preguntarle al viejo como salir. Ese día luego de comer, procedió a preguntarle al viejo si podía abrirle la puerta. El viejo se sorprendió, y le pregunto porque le pedía eso. “Solo quiero los colores” le dijo al viejo. El viejo hizo una mueca de duda, pero luego asintió con la cabeza. El viejo solo le dijo “No puedes deshacer nada”. Luego de un rato, sintió como la pesada puerta de metal se abría. Caminó dudoso hacia ella. A lo lejos vio una figura, la cual se perdió detrás de una luz tan blanca como la de su habitación. En el fondo podía escuchar un sonido similar al Mi de su guitarra. Al lado de la puerta había una mesa donde estaban los colores. Quiso tomarlos, pero sentía como la luz lo llamaba. “¿Las nubes brillaran?” pensó. “¿Acaso esa luz proviene de ellas?” dijo en voz alta. Corrió hacia la luz, a pesar de que podía sentir como esta le quemaba los ojos ligeramente. Cuando llego al marco que separaba las paredes del exterior, pudo verlo. Un gran foco estaba arriba del marco, y lo que antes sonaba como un Mi, empezó a sonar como el chasquido de sus dedos. La tierra estaba húmeda, y al mirar arriba, el agua golpeo sus ojos.


La risa del viejo adornaba la lluvia.



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