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VI Concurso de Cuento Corto:. PROVIDENCIA



Si bien es poco probable, un hombre vive de criar gallinas como lo hizo su padre antes que él. Tiene temporadas buenas, de nevera llena, abono a deudas y días de descanso. Aunque pocas, tiene también temporadas malas de soportar hambre, de gallinas que no ponen lo suficiente y de préstamos para pagar otros préstamos. En momentos de adversidades su padre le resaltó la importancia de no vender las gallinas.


En esta ocasión le corresponde sentir hambre hasta la alborada y, sin deshonrar lo aprendido de su padre, prepara una ollada de sancocho con dos de las aves más viejas. Las demás gallinas comprenden el motivo de la ausencia de sus compañeras y reanudan la puesta precisa para que todas sobrevivan a la siguiente venta de huevos.


Lastimosamente, la memoria de los seres alados es penosa y nuevamente incumplen con la cuota necesaria. La venta es mísera y las gallinas pasan la noche en vigilia con temor al despunte del día. En secreto, cuchichean sobre las otras gallinas con quienes no están en buenos términos y fantasean con que el hombre las escoja para cocinarlas.


El sol se mete al gallinero y le sigue la silueta indecisa del hombre. Las caras de súplica de las gallinas le hacen recordar a su madre en el final de una tarde llorando en el patio antes de tener una abundante cena. El ruego exacto de su madre toma impulso en su lengua, el hombre se arrodilla y recita palabra por palabra la plegaria.


Una mano pesada sobre su hombro lo trae de vuelta de sus rogativas. El ser majestuoso le anuncia que ha sido escuchado y que recibirá lo necesario para alimentarse de El que todo lo provee. Como muestra de gratitud el hombre besa los pies del ángel y lo invita a entrar. El enviado alado, con certeza de que el hombre no tiene qué ofrecer pero sin querer coartar su pureza de intención accede, recogiendo sus alas. Dentro de la casa, el hombre toma un madero que emplea para liquidar a los perros extraviados de sus compadres, y golpea al mensajero divino. El impacto es impecable y no deja necesidad de dolorosos ecos adicionales tan frecuentes en manos inexpertas.


El hombre se acuesta a dormir más temprano de lo que esperaba pues la sangre divina se recoge con facilidad.


Despierta y agradece por un día más de vida, por la grandeza y eterna bondad del Señor. En el almuerzo come varios platos de sancocho y se siente satisfecho porque, a pesar de todo el espacio que ocupan las alas, en la nevera tendrá ángel para varios días más.



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