VII Concurso del cuento corto, COLORES OCULTOS

 



En el cáliz de su vida, mientras trataba de encajar en un mundo que a menudo era monótono y unidimensional, empezó a sentir como sus colores internos desafiaban los matices del arcoíris. Fluyendo con las tonalidades del amor y en un valiente intento por compartir su autenticidad, confesó su orientación sexual a sus padres, quienes sin pensarlo y de manera decisiva rechazaron la verdad que brotaba del alma de su hijo.


Su corazón ahora latía al ritmo de un recuerdo que guardaba con dolor: los tonos más profundos y apasionados de su alma estaban reservados para un amor que no podía ser liberado sin miedos. Era un amor que resonaba en la frecuencia del corazón de otro hombre y que estaba destinado a quedar suspendido en el aire, como una melodía que nunca encontraba su final.


Un día, decidido a dejar atrás todo lo que le atormentaba, llenó una pequeña maleta con sus sueños y secretos, se despidió silenciosamente de la casa que había sido su hogar. Las huellas de sus pasos quedaron grabadas en la memoria de las paredes, en tanto emprendía un camino incierto hacia un futuro donde la autenticidad finalmente tendría posibilidad de florecer.


Mientras recorría los rincones del mundo en busca de un lugar que abrazara su alma con la calidez que no recibió en su antiguo hogar, sus trazos de vitalidad se empezaron a desvanecer en el lienzo de su cuerpo: se cansaba sin razón aparente, su piel parecía perder el resplandor, y sus ojos revelaban un dolor silencioso. Al principio rechazó la idea de buscar ayuda, como si sus colores internos no merecieran la atención y el cuidado. El tiempo pasó con pasos inquebrantables, la fatiga y la palidez se convirtieron en su nueva realidad.


Llegó el momento en el que reunió la valentía suficiente para acudir al médico. Fue entonces cuando se encontró con el reflejo impactante de su propio dolor al confrontar su verdad: tenía hepatitis, un intruso que había manchado los tonos vivos de su ser.


El médico le ofreció el pincel y la paleta del tratamiento, prometiendo la posibilidad de recomponer su lienzo y recuperar la vivacidad perdida. Sin embargo, él se negó a tomarlos. Creía que sus colores internos eran un motivo del rechazo, y que esa enfermedad era un eco del juicio que temía. Rechazó la ayuda médica, dejando que sus colores vibrantes reposen en un rincón olvidado de su mente y que el brillo de su piel se siga desvaneciendo como las últimas notas de una canción melancólica.

 

Por otro lado, sus padres comenzaron a notar su ausencia y el silencio ensordecedor que la acompañaba. Llenos de preocupación y arrepentimiento por la falta de comprensión en el pasado, se sumergieron en la búsqueda de su hijo. Siguiendo el rastro de su corazón, desandaron los caminos que él en soledad había explorado, buscando en cada esquina el rastro de sus huellas emocionales.


Finalmente, en un rincón solitario que parecía tener el eco de su tristeza, encontraron a su hijo en su momento de mayor vulnerabilidad. El contraste entre la vitalidad que una vez lo había caracterizado y la fragilidad que enfrentaba ahora fue abrumador. Con lágrimas en los ojos y la carga del tiempo que no se puede recuperar, le confesaron su amor y aceptación tardíos. Las palabras brotaron de sus corazones como un río contenido durante mucho tiempo, liberando las emociones que habían reprimido durante una larga espera. 


En medio de la niebla de su debilitamiento por fin sintió la calidez del abrazo que siempre había anhelado. Sus padres, al romper el silencio, también rompieron las barreras que habían mantenido sus corazones separados. Aunque el tiempo ya había tejido su línea infrangible, en esos momentos finales, por primera vez se sintió amado y aceptado de parte de quienes siempre había deseado.


Y así, en el silencio de ese momento, su alma dejó atrás las luchas y las tristezas de su vida terrenal.

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