En el cáliz de su vida, mientras trataba de encajar en
un mundo que a menudo era monótono y unidimensional, empezó a sentir como sus
colores internos desafiaban los matices del arcoíris. Fluyendo con las
tonalidades del amor y en un valiente intento por compartir su autenticidad,
confesó su orientación sexual a sus padres, quienes sin pensarlo y de manera
decisiva rechazaron la verdad que brotaba del alma de su hijo.
Su corazón ahora latía al ritmo de un recuerdo que
guardaba con dolor: los tonos más profundos y apasionados de su alma estaban
reservados para un amor que no podía ser liberado sin miedos. Era un amor que
resonaba en la frecuencia del corazón de otro hombre y que estaba destinado a
quedar suspendido en el aire, como una melodía que nunca encontraba su final.
Un día, decidido a dejar atrás todo lo que le
atormentaba, llenó una pequeña maleta con sus sueños y secretos, se despidió
silenciosamente de la casa que había sido su hogar. Las huellas de sus pasos
quedaron grabadas en la memoria de las paredes, en tanto emprendía un camino
incierto hacia un futuro donde la autenticidad finalmente tendría posibilidad
de florecer.
Mientras recorría los rincones del mundo en busca de
un lugar que abrazara su alma con la calidez que no recibió en su antiguo
hogar, sus trazos de vitalidad se empezaron a desvanecer en el lienzo de su
cuerpo: se cansaba sin razón aparente, su piel parecía perder el resplandor, y
sus ojos revelaban un dolor silencioso. Al principio rechazó la idea de buscar
ayuda, como si sus colores internos no merecieran la atención y el cuidado. El
tiempo pasó con pasos inquebrantables, la fatiga y la palidez se convirtieron
en su nueva realidad.
Llegó el momento en el que reunió la valentía
suficiente para acudir al médico. Fue entonces cuando se encontró con el
reflejo impactante de su propio dolor al confrontar su verdad: tenía hepatitis,
un intruso que había manchado los tonos vivos de su ser.
El médico le ofreció el pincel y la paleta del
tratamiento, prometiendo la posibilidad de recomponer su lienzo y recuperar la
vivacidad perdida. Sin embargo, él se negó a tomarlos. Creía que sus colores
internos eran un motivo del rechazo, y que esa enfermedad era un eco del juicio
que temía. Rechazó la ayuda médica, dejando que sus colores vibrantes reposen
en un rincón olvidado de su mente y que el brillo de su piel se siga
desvaneciendo como las últimas notas de una canción melancólica.
Por otro lado, sus padres comenzaron a notar su
ausencia y el silencio ensordecedor que la acompañaba. Llenos de preocupación y
arrepentimiento por la falta de comprensión en el pasado, se sumergieron en la
búsqueda de su hijo. Siguiendo el rastro de su corazón, desandaron los caminos
que él en soledad había explorado, buscando en cada esquina el rastro de sus
huellas emocionales.
Finalmente, en un rincón solitario que parecía tener
el eco de su tristeza, encontraron a su hijo en su momento de mayor
vulnerabilidad. El contraste entre la vitalidad que una vez lo había
caracterizado y la fragilidad que enfrentaba ahora fue abrumador. Con lágrimas
en los ojos y la carga del tiempo que no se puede recuperar, le confesaron su
amor y aceptación tardíos. Las palabras brotaron de sus corazones como un río
contenido durante mucho tiempo, liberando las emociones que habían reprimido
durante una larga espera.
En medio de la niebla de su debilitamiento por fin
sintió la calidez del abrazo que siempre había anhelado. Sus padres, al romper
el silencio, también rompieron las barreras que habían mantenido sus corazones
separados. Aunque el tiempo ya había tejido su línea infrangible, en esos
momentos finales, por primera vez se sintió amado y aceptado de parte de
quienes siempre había deseado.
Sin lugar a dudas uno de los mejores cuentos.
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